A propósito de elecciones

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Los humanos somos seres limitados y condicionados por naturaleza. Las condiciones y los limites que rigen nuestra vida son de diferente orden. Naturales, como el clima, la geografía, las leyes de la física, el tiempo, las enfermedades, la biología. En otros casos están generados por nuestra propia actividad y decisiones, como los diferentes tipos de contaminación, las limitaciones de la tecnología (a pesar de sus promesas), la velocidad y duración de los artefactos que creamos. Los límites y las restricciones a nuestra voluntad y a nuestros deseos existen. Como consecuencia de esto la vida es una permanente secuencia de elecciones. Todo no se puede. Vivir es elegir. Así como nuestro organismo nos recuerda la existencia del agua a través de la sed, las pequeñas y grandes elecciones que hacemos a cada momento, a veces sin darnos cuenta de que lo son, nos advierten que no podemos todo. Nos ponen en la tarea de pensar, evaluar, comparar y elegir.

De acuerdo con el conferenciante, escritor y pastor Stephen Covey (1932-2012), autor de “Los siete hábitos de las personas altamente eficientes”, la capacidad de elección es un signo de libertad: “Nuestras dotes singularmente humanas nos elevan por encima del mundo animal. La medida en que ejercitamos y desarrollamos esas dotes nos da poder para desplegar nuestro potencial humano. Entre el estímulo y la respuesta está nuestra mayor fuerza: la libertad interior de elegir”. También esta afirmación tiene un límite, porque, paradójicamente, somos prisioneros de esa libertad. Toda elección, como cualquier acción, tiene una consecuencia. Y en tanto seres responsables estamos obligados moralmente a responder a tales consecuencias. No podemos no elegir, porque incluso no hacerlo es una elección, y no podemos dejar de responder, porque no hacerlo es, en sí misma, una respuesta. E incluso cuando no se tiene elección sigue existiendo una, en la cual insistía el médico y pensador austríaco Viktor Frankl, padre de la logoterapia: elegir la actitud conque se afronta una situación de ese tipo. Esa es, en realidad, la verdadera libertad. Frankl la llamaba “libertad última”. La que nadie puede quitarnos. La de elegir cuando no hay opción.

ELECCIONES DIRIGIDAS

Es preciso insistir en que si elegimos se debe a que no podemos todo. No podemos, entre muchas otras cosas, volar como los pájaros, respirar bajo el agua como los peces, detener la marcha del tiempo, impedir que aparezcan nuevos virus (algo al respecto debió decirnos el Covid-19) ni ser inmortales. Pese a esto vivimos en un tiempo, una sociedad y una cultura en los que somos constantemente ametrallados con mensajes directos y subliminales dirigidos a hacernos creer que elegimos según nuestra voluntad y que podemos elegir lo que se nos antoje. Basta con desearlo. La socióloga eslovena Renata Salecl estudió este fenómeno con ojo crítico en su ensayo titulado “La tiranía de la elección”. Se nos dice que podemos alcanzar aquello que se nos ofrece. Un auto, un celular, una pizza, un sándwich, un viaje, una casa, una profesión. En tiempos de comicios los candidatos nos dirán que, si los elegimos, tendremos un futuro luminoso. El mensaje oculto detrás de tanta oferta es que podemos elegir, en definitiva, una vida mejor, casi perfecta.

Nuestra sociedad, dice Salecl, glorifica el poder de la elección, pero no lo deja en libertad, sino que trata de orientarlo mediante el uso de diferentes técnicas y argumentos. Debemos elegir lo que se nos ofrece, no lo que elegiríamos si no se nos manipulara. Y debemos elegir lo que todos eligen, para no quedar excluidos, no quedar afuera, no ser diferentes. Esto va en contra de una condición esencial de toda verdadera elección: el riesgo. En las elecciones libres, no condicionadas, hay siempre un riesgo. Al elegir un camino, una opción o lo que fuera, excluimos otros. Elegir es siempre resignar. Y es resignar sin garantías en cuanto al resultado. Razón de más para elegir con conciencia y responsabilidad. Conciencia para mensurar pros y contras de la decisión, y responsabilidad para asumir el resultado sin echar culpas a otros, porque en la elección consciente no hay culpables sino un responsable: quien elige.

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Salecl señala que, en el afán de evadir el riesgo que conlleva toda elección, muchos optan por elegir lo que otros eligen, desertando así de una opinión propia. En una cultura en la que se estimula la elección supuestamente “libre” como un acto de consumo aparecen, entonces, esos argumentos que nos incitan a elegir esto o aquello porque son “los más vendidos”, porque ya lo vieron 20 millones de personas, porque lo leyeron dos millones, porque encabeza el ranking de favoritos, porque tiene equis millones de seguidores en las redes o porque lo promociona tal o cual influencer (que posiblemente no lo usa, pero cobra un buen dinero por la recomendación).

UNA ANGUSTIA CONOCIDA

Cuando se nos estimula a consumir sin límites, pero a la hora de hacerlo nos encontramos, cruel incongruencia, conque los límites existen, no queda otro remedio que elegir. Estar sometidos a la presión de elegir entre todo lo que se nos ofrece, y formateados por un paradigma que prohíbe postergar o sacrificar el deseo en nombre de la necesidad, porque eso significa ahorrar (poco o mucho) y ahorrar equivale a frenar el consumo, terminamos presos de lo que Renata Salecl llama angustia de la elección. Una angustia que nace, entre otros factores, del miedo a equivocarse, de ser criticado por lo que se eligió, de tener que hacerse cargo del resultado de la elección y de no aceptar que cuando se elige una cosa se deja de lado otra, porque no se puede tener todo ni hacer todo. Wislawa Szymborska (1923-2012), exquisita y profunda poeta polaca que ganó el premio Nobel de literatura en 1996, lo dijo con claridad: “Al elegir, rechazo: no existe otro método”.

Puesto que estamos destinados y obligados a elegir, es necesario tener en cuenta que todas nuestras elecciones, aunque no lo parezca, repercuten en otros. “El que elige mal para sí, elige mal para el prójimo”, sentenció el dramaturgo francés Pierre Corneille (1606-1684), autor de “El Cid”, entre otras obras clásicas. Algo que conviene tener en cuenta siempre, pero muy especialmente en estos días y en estos pagos.

Elegir es siempre un acto solitario, aunque se lo haga en medio de una multitud. La gran elección que está siempre presente detrás de lo que vamos escogiendo cada día y en cada situación, se centra en una cuestión existencial. Se nos da una vida, una sola. Es limitada en el tiempo. Y nadie, sino cada uno, puede elegir qué hacer con ella y cómo hacerlo. Robert Frost (1874-1963), uno de los pilares de la poesía moderna, cuya obra es de una conmovedora profundidad, escribe en “El camino no elegido”, acaso su más memorable poema: “Seguramente esto lo diré entre suspiros/ en algún momento dentro de años y años/ dos caminos se abrían en un bosque, y yo/ yo tomé el menos transitado/ Y eso hizo toda la diferencia”.

(*) Escritor y ensayista, su último libro es “La ira de los varones”

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