Palestina, otro Vietnam

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Cuando viajo a Nueva York me invade una insoportable nostalgia.  Ando en búsqueda de mi juventud y la olfateo en una vieja pizzería que está a la salida del tren, en Broadway y la calle 105; en la 14  en una cafetería donde comíamos sanduches de pan de pasas con queso crema, y un café que no he vuelto a probar nunca; trato de coincidir con la Fiesta de San Genaro en la Pequeña Italia, y su despliegue de chorizos, dulces de todo tipo, y unos restaurantes donde todo el mundo se sentaba en la misma mesa,  tomaba un vino barato y celebraba los cumpleaños de manera colectiva, con patas de gallina encendidas en los biscochos de cumpleaños.

Descubro entonces que mi memoria es gastronómica, y que junto con los olores, está la búsqueda de la gente que conocí y hoy no está, del maravilloso tiempo que me tocó vivir cuando llegué a Nueva York en plena revolución cultural. 

Había surgido Angela Davis con su afro universal y su “Black is beautiful; los Black Panthers; la rebelión de los jóvenes en el Sur del Bronx que intentaron recuperar su dignidad llamándose Young Lords, o Jóvenes Señores; Pete Seeger y los Beatles; el Movimiento Hippie; la lucha contra la guerra de Viet-Nam y las guaguas a Washington.

Eramos estudiantes y yo me preguntaba, por las calles neoyorquinas de hoy, dónde se había ido nuestra juventud, dónde estaba la juventud de hoy, las ideas, la rebeldía, nuestro poder de cambiar el mundo.

Hoy la reencontré en las ocho mil manifestaciones estudiantiles contra la guerra en Palestina, y lo que Eisenhower denominó “El complejo militar, corporativo, congresional”, el 17 de enero de 1961, cuando le advirtió al pueblo norteamericano sobre la coyunda entre las fuerzas armadas y los fabricantes de armas y su creciente injerencia en la política nacional y las políticas públicas.

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Desde el 1961 hasta hoy se han formado 3,100 organismos de seguridad nacional, los cuales emplean 854,000 personas, incrementando los gastos militares en un 119%; alcanzando en el 2010 la suma de $700,000 millones de dólares, sin contar lo que costó la guerra de Irak y Afganistan.

Son los mismos jóvenes, los que se lanzaron a la calle en 1960, contra la segregación racial; quienes participábamos contra la guerra de Viet-Nam en el 1969; los que protestaron en Washington contra la guerra en Irak; y los que hoy se lanzan, apoyados por sus profesores (gloria de mi Alma Mater, Columbia University) a las calles en protesta contra lo que Bernie Sanders ha bautizado como “una guerra inmoral”, porque es una guerra total contra la población.

Y a estas revueltas le debo hoy mi alegría.

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