Curro Romero: de dejarse un toro vivo al milagro de los elegidos

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Dos días marcados en los anales de Las Ventas. 25 y 26 de mayo de 1967, la décimotercera y décimocuarta corridas del serial isidril. Las dos con un protagonista mítico, el sevillano Curro Romero que agrandó su leyenda en dos tardes imposibles de comprender, si no es en la figura del genial diestro de Camas.

La historia, por sabida, no deja de ser sorprendente. «Quisiera no haberlo visto. Quisiera no haber tenido que narrar tan lamentable, tan vergonzoso espectáculo de un torero que se niega a matar un toro porque es manso». Así finaliza la crónica de Antonio Díaz Cañabate en ABC, publicada mientras Romero estaba todavía detenido en la Dirección General de Seguridad por el escándalo que provocó al dejarse vivo, sin intentar entrar a matar siquiera, un toro de Miguel Herrero. «Dos faenas, una magnífica y otra lamentable», tituló Cañabate un texto que elogiaba el éxito de Rafael Ortega y criticaba con amargura la espantá de Curro, que al día siguiente estaba anunciado junto a Diego Puerta y Paco Camino en uno de los carteles estrella de aquel San Isidro.

Se disparó la expectación, incluso con la duda de si Romero comparecería o no tras la monumental bronca. Lo hizo, y la tarde discurrió por un camino de éxito irrefrenable. Seis orejas se repartió la terna, a dos por coleta. Elogios del crítico abecedario a los también sevillanos Puerta y Camino, y la reflexión para la auténtica resurrección de Curro Romero. «Comprometida era la tarde. Los toros le ayudaron a salir del comprometido trance, pero él ayudó a los toros con toda la gallardía de su toreo, que no desmayó ni con la voltereta propinada por el quinto».

«Gallardía unida al temple. Temple unido a una elegancia producida por la naturalidad derivada del buen gusto. En los pases de Curro Romero se percibía claramente como la inspiración desciende a su muleta y asciende al arte del toreo. Como la inspiración comunica a su figura la magia de la belleza», continuaba el relato de ABC.

A Cañabate le gusto más Curro con el segundo, mejor toro, que con el quinto. Y aquí no duda en poner el acento en que en tarde tan comprometida, con el recuerdo del día anterior, con la noche pasada en el calabozo, «el valor no le flaqueó».

Salió contento de la plaza el crítico: «Me parece mentira. Una crónica sin más que una censura». A hombros se llevaron a los tres toreros en un día en el que Curro Romero, que venía del infierno, se aferró al arte para alcanzar la gloria de los elegidos.

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