El jardín del tiempo | Opinión de Espido Freire sobre la Gala MET

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El punto más interesante de la fastuosa Gala MET, que poco a poco aparca el juicio corporal a las mujeres asistentes y se centra en la espectacularidad de los atuendos desplegados, es que este año ha incorporado un libro como referencia para el código de vestuario; no olvidemos que esta no es una alfombra roja cualquiera, sino un espacio único con un declaración de intenciones creativas, y, por supuesto, un abierto interés económico, como no podía ser de otra manera en el entorno cultural estadounidense.

Aquí más es más y, por una vez, se penaliza al discreto, a quien no arriesga o a quien impone su personalidad por encima de la consigna dada.

El jardín del tiempo, el relato que pretendía dar una pista a quienes escogen los vestidos para las estrellas, es una obra de 1962 de J. G. Ballard, un autor británico contemporáneo quizás más conocido por su novela autobiográfica El imperio del sol (que adaptó Spielberg) o por la pornográfica Crash (que recreó Cronenberg), pero que destacó, en realidad, por su mirada a la ciencia ficción: el MET ha desaprovechado una oportunidad de oro para crear un efímero club de lectura de famosos que dieran, antes o después de la gala, en un breve vídeo, una pincelada de opinión literaria tras la lectura del relato (¿se imaginan?), pero me temo que no era esa la intención.

De la combinación de esa obrita en la que una pareja se esconde del paso del tiempo y sus miserias en un jardín con flores de cristal y de su exposición, el MET, bajo el título Bellas Durmientes: el despertar de la moda, presenta prendas maravillosas de hasta cuatro siglos de antigüedad preservadas por su valor o su fragilidad.

Y de ahí han salido algunas interpretaciones inolvidables, como la de Zendaya, y otras más bien anodinas. Estos cruces culturales me hacen inmensamente feliz, lástima que se den tan poco.

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