PEN America, faro de la libertad de expresión, amenazado por las presiones pro-palestinas

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PEN America, la organización literaria dedicada a defender la libertad de expresión en todo el mundo, tiene un interrogante en su futuro ante presiones crecientes de activistas pro-palestinos: en la última semana, se ha visto forzada a cancelar dos de sus grandes programas anuales y su continuidad está en entredicho.

PEN America canceló este fin de semana su festival World Voices, fundado por Salman Rushdie hace veinte años, por el boicot de varios escritores invitados ante la respuesta que ha dado la organización a la guerra en Gaza. Ocurría después de que el pasado lunes PEN America anunciara también la cancelación de sus premios anuales después de que la mayoría de los escritores nominados para ellos decidieran renunciar a los galardones.

La brecha entre los escritores y la organización es por lo que los autores consideran una reacción tibia a la guerra en Gaza. PEN America ha dejado clara su exigencia de alto el fuego y de liberación de los rehenes y ha llegado a calificar de «abominable» la operación militar israelí. Pero eso no es suficiente para los activistas.

En la carta en la que varios de ellos renunciaban a participar en los premios anuales, criticaban que PEN America rechace hablar de «genocidio» sobre la operación militar israelí en la Franja, le acusa de «apoyo implícito a Israel», de «impulsar a sionistas» y de ser «cómplice con la normalización del genocidio».

En realidad, el episodio es una batalla más en la brecha entre el activismo y el mantenimiento de pilares esenciales en la democracia liberal que afecta a instituciones culturales occidentales, en especial, en EE.UU. Aquí la brecha está en lo que debe ser PEN America: para los escritores, se debe priorizar su visión de sus causas de justicia social por encima de la misión esencial de la organización, la libertad de expresión, la contraposición de ideas diversas y el diálogo.

Abdicación moral

Para los escritores activistas esa posición de neutralidad es una abdicación moral ante algo mucho más importante. En esa carta, cuestionan el derecho al desacuerdo que es central en la misión de PEN America. «Entre los escritores de conciencia, no hay desacuerdo», decían los firmantes. «Hay hechos y ficción. Y el hecho es que Israel está llevando a cabo un genocidio del pueblo de Palestina».

Esa carta es especialmente dura con la consejera delegada de PEN America, Suzanne Nossel, que es judía, y a quien acusan de estar comprometida con «el sionismo, la islamofobia y las guerras imperiales en el Oriente Medio». El historial de Nossel, que fue directora de Amnistía Internacional en EE.UU., no encuadra en esa descripción.

PEN America ha asegurado que muchos escritores se han visto presionados para seguir la línea de los activistas y que algunos les expresaron «miedo verdadero» sobre disentir con ellos. El siguiente gran problema para la organización está a la vuelta de la esquina. El próximo 8 de mayo celebra su gala anual, uno de los momentos en los que recauda fondos para sus operaciones. Lo ocurrido en los últimos días invita a pensar que la gala, como el futuro de la organización, corre peligro.

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