La IA escribe libros, hace portadas y pone en jaque al sector editorial

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Esta historia empieza con Chris Cowell, un desarrollador de software de Portland que después de años escribiendo código decide sentarse a escribir libros. «Si no puedes explicar algo de manera simple, es que entonces no lo has entendido lo suficientemente bien», se repite, a modo de mantra. Cowell está rematando el manual de programación en el que ha invertido más de un año de trabajo junto a otros dos colegas. Al fin, tras mucho corregir, consiguen publicarlo.

Tres semanas después, aún satisfecho, Cowell se encuentra un libro en Amazon con el mismo título que el suyo: ‘Automating DevOps with GitLab CI/CD Pipelines’. Ya es casualidad, ¿no?

La autora, una tal Maria Karpos, es una completa desconocida para él. Rastrea su nombre en Google, pero no encuentra nada. No tiene biografía. No constan otros méritos más allá del libro en cuestión. El misterio se disipa cuando finalmente descubre que el texto, una reescritura del suyo, ha sido generado casi con total seguridad por inteligencia artificial (IA).

Apenas unas semanas después de que ‘The Washington Post’ denunciara el caso de Cowell, la escritora independiente Caitlyn Lynch alertó en su cuenta de X de que los bots de inteligencia artificial estaban copando las listas de libros más vendidos de Amazon. De los cien principales ebooks de novela romántica para ‘young adults’, solo diecinueve parecían escritos por humanos. El resto eran cosas (¿literaturas?) generadas por IA. Por ejemplo, ‘Wait you love me’, de Quynh Thi, una presunta novela de sinopsis dadaísta: «No estaba contento, en ese momento no le importaba «echar leña al fuego». Girando la cabeza para mirar a Lam Tan Ngong, le dijo: «Iré al hotel a recogerte por la mañana»». La portada era una gaviota con mirada sospechosa.

Si no entienden nada, empiezan a entender el problema.

Aquello ocurrió en junio de 2023. Ahora Amazon ha decidido limitar la cantidad de libros que un autor puede autopublicar en un día. La nueva norma dice que un usuario solo puede lanzar tres libros, aunque la compañía no ha aclarado dónde estaba el límite antes. «Aunque no hemos visto un repunte en nuestras cifras de publicación, con el fin de ayudar a protegernos contra el abuso, estamos reduciendo los límites de volumen que tenemos en vigor para la creación de nuevos títulos», reza el comunicado de la empresa fundada por Jeff Bezos. Las guías de naturaleza y viajes eran algunos de los géneros más ‘asediados’ por la IA.

«En España estos usos aún no están extendidos, no es una práctica generalizada», afirma Jorge Corrales, director general de Cedro, la asociación encargada de defender los derechos de propiedad intelectual de autores y editores. Sin embargo, en el sector ya han tomado posiciones, conscientes que se juegan el futuro antes que el presente.

La noticia que agitó el debate fue la ilustración de la cubierta (portada, en el gremio) de una novela de Katherine J. Chen sobre Juana de Arco publicada por la editorial Destino, que pertenece al grupo Planeta, en febrero de este año. Nada más verla, el dibujante David López, que ha trabajado para Marvel y DC, señaló a través de su cuenta de X los errores que delataban que la imagen había sido generada por IA: de un mechón de pelo que nacía de la frente sin ningún sentido a una armadura que a veces es de cuero y otras de hierro. Varias librerías retiraron el título de sus estanterías, entre ellas Casa Tomada, Nuevo Nueve, Fandogamia, La Imprenta y La Llama Store. Ante la polémica, Planeta emitió un comunicado asegurando que la ilustración la había hecho un diseñador de su equipo «utilizando programas de diseño habituales, como Illustrator o Photoshop, que ya contienen desde hace tiempo utilidades de IA». «La inmensa mayoría de nuestras cubiertas se elaboran con medios y talento creativo tradicional», añadían.

Kike Infame, presidente de Fadip (la Federación de Asociaciones de Ilustradores Profesionales), resume la postura del gremio: «Estamos en contra de esta tecnología porque es plagiaria. La IA generativa se entrena con las imágenes que rastrea en internet, tengan o no derechos de autor. Es su pecado original, pero los entusiastas de la IA nunca hablan de esto». Lo que le llama la atención, insiste, es que «desde las instituciones públicas abracen acríticamente esta tecnología que va contra los creadores». Pero es que las empresas que han desarrollado las aplicaciones de IA han repetido el patrón que han usado tantas veces: popularizan sus productos (normalmente ofreciéndolos de forma gratuita, como ChatGTP) antes de que la legislación pueda limitar sus usos. El dicho en Silicon Valley es: «Muévete rápido y rompe cosas».

Ahora basta con abrir el chat de Bing y decir: «Hola, estoy escribiendo una novela sobre el Cid Campeador. ¿Podrías hacerme una portada?». En menos de un minuto, el sistema te ofrece cuatro. Es muy fácil. También lo es traducir libros enteros en Deepl. O escribirlos con cualquiera de los chatbots disponibles. O resumirlos. O convertir una historia escrita en un cómic. Todo a golpe de clic: rápido, barato, sencillo. Lo que no es tan sencillo es la trazabilidad del proceso. No se sabe con qué imágenes o textos se ha entrenado el sistema que usas. Cuáles son sus fuentes, su combustible. «Según los códigos éticos de los desarrolladores, estos no pueden usar contenido protegido por derechos de autor, pero esto no se respeta –lamenta Corrales–. Desde Cedro hemos pedido a las tecnológicas que operan en España con IA que nos informen de si han utilizado obras nuestras para entrenar. Y no hemos tenido respuesta de ninguna».

—¿Y qué ocurre con la legislación?

—Vamos hacia una aceptación implícita del ‘fair use’ americano, un marco de derechos de propiedad intelectual más laxo, en el que está permitido usar los contenidos protegidos sin pedir autorización, siempre y cuando esto no genere un perjuicio económico evidente.

En el sector editorial hay quien todavía se resiste a estos ‘progresos’. Diego Moreno, editor de Nórdica, que tiene un catálogo donde la ilustración tiene un gran peso, dice que ni han usado ni van a usar estas herramientas de IA. «Si queremos tener un sector rico en el ámbito de la creación deberíamos defender a quienes viven de esto. Un mundo sin ilustradores, impresores, autores o editores es un mundo peor», asevera. Es un discurso muy diferente al de los dos grandes grupos editoriales de España, Planeta y Penguin Random House. Los primeros dicen: «Estamos siempre atentos a la innovación tecnológica para mejorar nuestros procesos». Y los segundos: «En Penguin Random House nos mantenemos firmes en la defensa y protección del elemento humano de la creatividad, al tiempo que estudiamos las formas en que esta tecnología transformadora de inteligencia artificial puede ayudarnos a mejorar nuestras labores editoriales». Ambos, eso sí, prometen respetar los derechos de autor.

En la editorial Anagrama comentan que la IA «puede ser una herramienta interesante para los creadores», y en Galaxia Gutenberg dicen que no la están usando, «de momento». Luis Solano, de Libros del Asteroide, añade un matiz a la ecuación: «Para una editorial literaria es impensable trabajar con IA, no me creo que vaya a funcionar bien nunca. Veo imposible que un software pueda traducir un texto literario a otro idioma respetando su complejidad».

Hace unas semanas, el filósofo Gilles Lipovetsky hablaba con ABC sobre los límites de la IA: «Me pregunto si un robot hubiese sido capaz de crear la teoría de la relatividad de Einstein. Y no estoy seguro. No creo que una máquina pueda romper con lo anterior, inventar algo realmente nuevo». Es una opinión más común en el mundo de las ideas que en el de los algoritmos…

No dejamos de preguntarnos hasta dónde podrá llegar el genio de una máquina, tal vez por miedo a perder el monopolio del arte. Hay quien ha definido a los chatbots como hablantes de «charlatán fluido», pero con el paso de los meses no han dejado de mejorar. En ‘Inteligencia artificial. Guía para seres pensantes’ (Capitán Swing), la investigadora Melanie Mitchell sostiene que la llegada de las máquinas creativas solo es cuestión de tiempo, aunque de «mucho tiempo». «Hay muchas formas de que un programa de ordenador pueda generar cosas en las que nunca había pensado su programador. (…) Pero ser creativo implica ser capaz de comprender y juzgar lo que uno ha creado. Por eso no se puede decir que ningún ordenador actual sea creativo. Es posible, pero falta mucho», escribe.

Para Chema Alonso, Chief Digital Officer de la Telefónica y CEO de Telefónica Innovación Digital, es cierto que «la GenAI tiene los dedos «fríos» emocionalmente, y aunque pretenda por momentos escribir texto con emoción, aún le queda investigación que recorrer a los científicos». Sin embargo, añade: «Yo creo que mucho del contenido que consumimos hoy en día podría ser generado ya con IA porque realmente grandes escritores, grandes obras de literatura no son la mayoría».

En ese sentido, destaca los modelos de GenAI basados en algoritmos de difusión. «Se pueden entrenar con imágenes libres de derechos y son igual de buenos. De hecho, la gracia de estos algoritmos es que nunca almacenan la imagen original, sino un conjunto de píxeles difuminados. Es como si yo veo una foto de Van Gogh y luego quiero dibujarla. Probablemente no sabría, porque mi cerebro no guarda una copia exacta de la imagen que he visto, sino una imagen «difuminada». Mezclamos en nuestra cabeza imágenes difuminadas para construir cosas nuevas. Es el mismo concepto».

¿Saben qué dijo Chris Cowell cuando le preguntaron qué pensaba después del plagio? Que lo que le molestaba no era tanto perder ventas sino saber que cualquier texto que él escribiera iba a ser inevitablemente introducido en un sistema de IA que le iba a hacer competencia. Y de la competición a la guerra no hay tanto.

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