Éric Sadin: Inteligencia Artificial: la gran ilusión de la regulación

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¿Y si estuviéramos equivocados en todo? Mientras que la inteligencia artificial sigue conmocionando nuestras existencias de un extremo al otro y a una velocidad exponencial, imaginamos que existe una contrarréplica que nos protegerá de sus principales abusos: la regulación. Y ésta es una evidencia que nunca se cuestiona.

En realidad, se trata de una ficción. Una ficción en la medida en que lo que entendemos con esta noción, y las medidas adoptadas en estas áreas, no están en absoluto a la altura de lo que está en juego –o fallan en lo esencial.

Porque, ¿a qué nos enfrentamos desde hace unos quince años? A un cambio de estatuto de las tecnologías digitales, que ya no están únicamente destinadas a recolectar, almacenar, indexar y manipular información, cada vez con mayor facilidad y para fines cada vez más diversos.

A partir de ahora, se les ha asignado otra misión: evaluar con experticia segmentos cada vez más extensos de lo real. Pero también recomendar –en función de la situación– actuar de una manera más que de otra. Esta es la dimensión cognitiva y organizacional de la inteligencia artificial. A esta disposición, se añadió recientemente otra: los sistemas son ahora capaces de generar texto, imágenes y sonidos. Es decir, lo que hay que llamar «el giro intelectual y creativo de la IA». Un ejemplo entre muchos otros: ahora hay una multitud de ‘libros’ escritos por IA y que se venden en Amazon. Este salto tecnológico tiene principalmente tres consecuencias:

En primer lugar, nuestras capacidades más fundamentales, las de producir símbolos y, sobre todo, lenguaje –es decir, las de erigirnos como individuos sociales obligados a hablar en primera persona–, son las que están llamadas a ser asumidas por robots que utilizan de procesos matematizados, estandarizados e industrializados.

En segundo lugar, en un momento en que la mayoría de las profesiones pertenecen al sector de los servicios y movilizan prioritariamente nuestras facultades intelectuales y creativas, ¿cómo no ver el huracán que se avecina? En este sentido, es falaz hablar de algún tipo de «complementariedad hombre máquina» o de un «aumento de las competencias», o sea, la peor de la neolengua gerencial, que sólo busca hacernos pasar gato por liebre.

Lo cierto es que en todas partes –si no tenemos cuidado– aparecerán sistemas de menor costo que realizarán tareas que antes eran responsabilidad nuestra con mayor rapidez y supuestamente mayor eficacia que nosotros. Son tareas que a menudo exigieron estudios largos y costosos, que proporcionan placer, momentos de sociabilidad y también reconocimiento.

Vivimos el fin del principio de «destrucción creativa» teorizado por el economista Joseph Schumpeter, a saber, la transferencia de profesiones que se han vuelto obsoletas a empleos de creación reciente debido a las innovaciones llamadas «de vanguardia».

En tercer lugar, ya están disponibles para todos tecnologías que, con una simple instrucción (‘prompt’), generan imágenes o videos que corresponden a los deseos –o caprichos– de personas que luego se prestan a engañar a otras.

Como los ‘deepfakes’, que fueron noticia, de Joe Biden llamando a sus electores a no votar en las primarias de New Hampshire, o los contenidos pseudopornográficos protagonizados por la cantante Taylor Swift.

Estamos entrando en una era en la que ya no podremos determinar el origen o la conformación de una imagen. En otras palabras, un régimen de indistinción que pronto se generalizará y que implica incontables peligros. Porque la democracia no consiste sólo en principios comunes, sino que también supone referentes en común, a falta de los cuales ya no nos entenderíamos y cada cual terminaría arrimando el ascua a su sardina.

Ante desafíos de tal alcance, imaginamos que el legislador, como ungido por un poder mágico que se le ha concedido, sabrá contener las cosas de la mejor manera posible. Como la ley sobre IA desarrollada por la Unión Europea y presentada como «la más restrictiva del mundo», pero que ignora por completo el fondo del asunto.

Esto ocurre porque el texto se basa en una escala de supuestos riesgos (saqueo de datos personales, sesgos discriminatorios, calificación social, etc.). Estos sí son asuntos de importancia, ciertamente, pero ocultan las tres rupturas civilizatorias que se están gestando actualmente. Son: la creciente automatización de los asuntos humanos, la pérdida de nuestras facultades fundamentales y una sordera cada vez mayor entre los seres humanos. Al mismo tiempo, la voluntad manifiesta consiste en «no frenar la innovación digital», la misma innovación que, en efecto, da sustento a estos procesos en curso.

En este sentido, esta ecuación, vigente desde hace unos quince años en la industria digital, que traza una línea divisoria entre amenazas y supuestas ventajas, es errónea. Porque arrastra juicios subjetivos cuestionables, que velan sobre todo por la primacía económica y que son además objeto de incesantes prácticas de ‘lobby’.

Es por esta razón que hay que privilegiar una ecuación completamente distinta y doble. Por un lado, la que opere una distinción entre las situaciones en las que tenemos la sartén por el mango y aquellas en las que no. Entre muchos ejemplos, los indignos métodos de gestión utilizados en el mundo de la logística, que nos muestran cómo los sistemas de IA dictan a los operarios de los almacenes cuáles son los gestos correctos a realizar y en qué cadencia, reduciéndolos a robots de carne y hueso.

Por otra parte, la ecuación que vele por la preservación, considerada intocable, de nuestros principios cardinales,: la libertad, la integridad, la dignidad y la creatividad humanas. Sin eso, habría que oponer un rechazo categórico. Así pues, aquí tenemos criterios que revisten un valor universal, que nos permiten determinarnos más allá de los tropismos particulares y los intereses privados.

Al ritmo que van las cosas, pronto nos daremos cuenta de que necesitamos mucha más movilización que regulación. Como los guionistas de Hollywood, que rápidamente se dieron cuenta de que sus puestos de trabajo estaban amenazados y que, en mayo de 2023, se levantaron en masa, con coraje y determinación, para finalmente lograr su cometido. Sin poner sus esperanzas en ninguna regulación que sólo habría intentado conformar a uno y a otro para después llevar a ambos, a fin de cuenta, al cadalso.

Para ello, sería conveniente que todas las profesiones amenazadas por la IA generativa (la lista podría desgranarse en varias páginas, incluyendo, entre otros casos, a periodistas, diseñadores gráficos, traductores, abogados, médicos, profesores, etc.) se movilizaran a nivel nacional e internacional, en federaciones, y verbalizaran ellas mismas, en nombre de sus reivindicaciones, aquello que están dispuestas a hacer y lo que rechazan categóricamente. Sin esperar nada, anticipándose al legislador, ciego ante tantas realidades de nuestra vida cotidiana.

Es como si siguiéramos repitiendo los mismos errores desde hace décadas. ¿Sabemos que lo que llevó al desastre medioambiental, a que multitudes de seres humanos fueran destruidas por la implacable lógica empresarial y al declive de los servicios públicos muchas veces estuvo en directa relación con leyes presentadas como benéficas, respecto de las cuales nos dimos cuenta demasiado tarde de que lo único que hacían era sostener dinámicas perniciosas?

De nada sirve gritar nuestro resentimiento contra los gobernantes y las instituciones si no extraemos lecciones de la historia. En otras palabras, debemos dejar de confiar únicamente en nuestros representantes para mostrarnos como actores conscientes. De lo contrario, una buena mañana nos despertaremos en un mundo respecto del cual nos sentiremos como extraños.

Porque la cuestión filosófica que nos concierne es la de saber –en una época en que los sistemas omniscientes no dejan de administrar el curso de las cosas, comienzan a hablar en nuestro nombre y a producir símbolos– cuál es exactamente nuestro papel en la Tierra. ¿Consistirá en ser sólo espectadores pasivos de fenómenos movidos por lógicas impenetrables, habiendo renunciado al mismo tiempo a la expresión de nuestras facultades? ¿O, por el contrario, pretendemos celebrar nuestro impulso vital y el genio que reside en cada uno de nosotros?

Hoy vivimos un momento crucial, perturbado por incesantes convulsiones –de alcance antropológico– en relación con las cuales, durante algunos años, todavía habrá margen para decidir qué modos de existencia y de organización en común queremos. Y entonces, ésa sería una sociedad plenamente democrática que, basándose en sus preceptos más esenciales, entendería por fin que hay que respetarlos –contra vientos y mareas muy poderosos.

Éric Sadin es filósofo, especialista en el mundo digital. Acaba de publicar La vida espectral. Pensar la era del metaverso y las inteligencias artificiales generativas en Caja Negra Editora. Este artículo se publicó originalmente en el periódico francés ‘Libération’, el 1º de marzo de 2024. Traducido por Carine Tschann y Margarita Martínez. En Madrid dará una charla el 4 de junio en la Fundación Telefónica.

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