Ni café, ni chocolate, ni leche

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Imagino que no soy el único consumidor victima de la misuflación en la nación dominicana. Le llamo misuflación a lo que los economistas llaman: reduflación, una manera elegante de justificar el engaño táctico del productor y comercio nacional.

La idea de la misu o redu flación, es que el consumidor pague más o lo mismo que pagaba, pero recibiendo los productos que consume de la siguiente forma:

  1. Si el producto conserva la misma calidad y formula, esto implica al menos el mismo sabor, olor, durabilidad, calidad del embase, entonces, el contenido tendría un peso neto reducido casi a la mitad, pero en el mismo embase y hasta con un precio ligeramente mayor.
  2. Si el producto conserva el mismo envase y el peso neto y hasta el mismo precio de venta, pero con un cambio dramático en la formula. El producto no sabe ni huele igual, la calidad se ha deteriorado al reducir la calidad de los componentes de la fórmula original.
  3. Otra forma es cuando producto cambia de embase y se vende la fórmula original, con menos peso neto, en un embase reducido, y a un precio cercano al precio original.

Y así, usted podrá agregar sus propias experiencias vividas, y que de inmediato se da cuenta al comprar en cualquier supermercado.

Hace varios días me sorprendí al comprar un chocolate, al destapar el frasco, el mismo olor, el mismo sabor, pero más caro y el contenido a la mitad del envase, pero el mismo envase original. Pagué más por el chocolate y me entregaron menos cantidad. Claro, me di cuenta de esta magia comercial, cuando ya estaba en la casa. No me iba a devolver a reclamar por un solo artículo de la compra.

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Pero una magia parecida aplicable para uno de los modelos planteados de misufación, usted lo puede encontrar también en la leche y el café. En la misma compra también, pero consumido en momentos diferentes. En los tres productos soy un consumidor de 50 años o más, por lo que resulta muy difícil engañar mi olfato, mi gusto y mucho menos mis bolsillos.

Con la leche pasa algo increíble, usted hace la comparación entre las leches de la misma marca y no encuentra una, de cualquiera de los tipos, comparable con el sabor, el espesor, calidad original. Parece ser que las formula han sido cambiadas para echar mucho más agua al contenido y ahogar de H2O la formula de la leche, y en lugar de realmente alimentarnos, nos estamos hidratando con el consumo de este supuesto alimento.

Si nos vamos a mi vicio de toda la vida, el querido café, ni sabe ni huele igual, el fenómeno de la misuflación no se qué diablura ha hecho en la producción de este importante elemento de la dieta diaria dominicana. Estamos hablando de un pésimo sabor, con un olor muy lejano de aquella aroma fantástico que mejoraba hasta a los enfermos.

Es triste ver como estamos maltratando a los consumidores en el país, sin que nadie los defienda. Ya ni sorprende como existen entidades que acompañan en su inoperancia a otras y con ellos se ganan el descredito y se merecen el irrespeto nacional. Y así queremos protección al productor nacional, cuando no tenemos la competitividad ni la calidad de nuestros productos.

Y así hablamos de usar la marca Hecho en República Dominicana para más de 800 productos “fabricados localmente”.

Si al menos estos tres productos re inventados por la magia de la gatoflación, llegan a pisar tierras extranjeras, tenga la seguridad que proyectaríamos una pésima imagen de la nación dominicana. O tal vez no, quizás pasa como se decía que pasaba con otros productos cosechados en el país, que llegaban los peores y más pequeños al mercado local y los mejores se destinaban a la exportación.

Hemos vivido del engaño al consumidor nacional y parece que hemos aprendido a hacernos cada vez más ricos, a expensas hasta de la salud de la población, con cómplices predilectos: los gobiernos de turno, que muestran tener más tentáculos mercuriales que visión de estado al gobernar.

Mientras el hacha va y viene, no tenemos la posibilidad de consumir esas marcas y tipos de leche, chocolate y café, sin estas amables y sanas características, y tal vez nuestro presupuesto cada vez más holgado, nos imposibilite comprar marcas de real calidad, aunque importados. De eso se trata la preciada lealtad que tanto anhelamos del cliente y cuán lejos estamos de producir bienes y servicios de calidad y competitividad de categoría mundial.

Mientras tanto y para dar un toque político al final de este recuento: viva la defensa al consumidor en la República Dominicana.

Por: Julián Padilla

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