Los seres humanos vivimos etapas, únicas que no debemos repetir. Sí, en caso, no viviste alguna de ellas, querrá vivir una vez más, pues hacemos a destiempo cosas del pasado. La niñez, esa que nos hace ingenuos, inexpertos, llevaderos y sin malicias, es la que hay que disfrutar al máximo.
La juventud, es la etapa más brillante, pero, donde debemos de tener la mayor cautela, constar con los mejores orientadores para no estar al borde del fracaso y de hechos que te marquen…
La madurez, muy buena, de luces y de sombras dónde hacemos los repasos como esas películas que antes sabíamos constar y repetimos unas y mil veces historias viejas a tal punto que nos dicen ¡Ya usted me contó eso”! Es en ella, donde vamos haciendo despedidas a nuestros seres queridos: abuelos, tíos, padre y madre o algún hermano que se nos haya ido.
Se acercan los momentos dónde nuestros hijos forman sus propios nidos y si no nos hemos mantenido con la compañera de vida, vienen los lamentos, las malquerencias y las energías negativas donde existe un meas culpa interior. En verdad es hora de no preocuparse tanto, comprender la naturaleza de los inconvenientes que la vida nos trae y tomar como buenos los menos malos del pasado.
Saber qué, la vida hay que conservarla hasta que Dios disponga y, dar a nuestros nietos e hijos, sobrinos y demás familiares la mejor calidad de vida posible. Alimentarse, no comer; disfrutar lo que haces cómo oficio, no trabajar; soñar no dormir; enamorarse y nunca dejar de amar.
Jamás dejaré unas buenas vacaciones por trabajo, o por dinero. Caminar cuando los demás se detienen y reírme hasta de mis propias estupideces sin importar qué dirán…Continuar hasta mañana que me depositaren en una maleta cubierta de trapos. Allá, sí allá al hacer un Alto y una parada en el camino.
No llevaré resentimiento, asperezas ante tal despedida de quienes vendrán a callar, lamentar o blasfemar y, tengan la seguridad que no haré como el señor aquél que decidió despavorido «Llévame para que no me vean».
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