Hallazgo

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Karina Sainz Borgo

Un enorme rótulo blanco preside la caseta. «Hallazgo». Qué nombre más propicio para una librería, pienso. Son las ocho de la tarde de un sábado caluroso. Por el paseo Recoletos, suben y bajan viandantes, curiosos, ciclistas, parejas, niños, corredores… También algún manifestante rezagado de una concentración negacionista del cambio climático y algunos hinchas del Real Madrid que vienen de ver la goleada contra el Osasuna. En ese océano de confusión, brilla entre mis manos una edición encuadernada en piel de ‘Pobre negro’, de Rómulo Gallegos, editada en la colección Crisol. Más allá, en la caseta número trece, un ejemplar azul rey grabado en oro de Las mil y una noches. Y más allá, una de antología de Quevedo de Espasa que me sujeta por las solapas gracias a un poema sobre una boda negra.

Una corona de espinas me aprieta la cabeza. Llevo, como todos en esta ciudad, una colección de preocupaciones, dolores y tristezas. De pie, en medio de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra cada otoño, cargo una bolsa repleta de libros que van calmándome la sed y van secándome las lágrimas de muchos días. No ha sido una buena semana. Tengo miedo, estoy exhausta y, sin embargo, rodeada de lectores, algo me sujeta. La conversación jugosa sobre un ejemplar sobre el Rastro de Gómez de la Serna me calma. Me recuerda que el mundo tiene otro tamaño cuando puedes leerlo, acaso cuando un librero o una librera te abren la ventana de sus estanterías para llevarle la contraria a la angustia y aplacar esa tormenta que lleva uno dentro cuando siente que nada en un vaso de agua.

Son las ocho de la tarde, y como me ocurre cuando me pierdo en la cuesta de Moyano buscando certezas, este sábado, frente a la librería Hallazgo, encuentro una tabla a la cual agarrarme, un libro que me lleve lejos y un librero que me deje subirme a sus lecturas para capear el temporal. Un mundo sin libros es un mundo muerto. Pierde sentido. Se vuelve inédito e inhabitable. Todas las penas de hoy vienen empujadas por las de quienes las vivieron antes. Ahí están los libros, para recordarlo.


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