‘El corazón del daño’: rostros sin vida

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El monólogo que lleva a cabo es una confesión sobre el vacío, el silencio y la falta de dos rostros enfrentados, que dialogan, se preguntan y buscan el territorio del cariño, y que no son sino símbolos de lo que es la escritura

Marilú Marini, en una escena de ‘El corazón del daño’ vanessa rabade

Diego Doncel

  • Texto
    María Negroni
  • Adaptación
    María Negroni, Oria Puppo, Alejandro Tantanian
  • Dirección
    Alejandro Tantanian
  • Escenografía, iluminación y vestuario
    Oria Puppo
  • Sonido y composición musical
    Diego Vainer
  • Intérprete
    Marilú Marini
  • Lugar
    Teatro Español, Madrid

Tras un simple marco de madera, la afamada actriz argentina Marilú Marini pone en pie la adaptación teatral de ‘El corazón del daño‘, la novela en que María Negroni nos hace visitar esos rincones oscuros de su memoria personal, de su memoria familiar, de su relación con su madre y de la naturaleza de la escritura. El asma que padeció su madre se convierte aquí en la esencia de la respiración estilística que marca todo el texto, que marca los compases de este ajuste de cuentas con el amor, con la búsqueda de una identidad, con la ausencia y con la distancia. Todo está dicho desde la orfandad, desde el duelo: la niña que espera un gesto de cariño y ve el derrumbe del matrimonio de sus padres, la huida de su casa y su oposición a la dictadura desde la militancia en los Montoneros, la marcha a esa isla vertical que es Nueva York…

Pero la conmoción, el cortocircuito emocional solo aparecen de vez en cuando, lastrados por una poética que se aleja deliberadamente de la intensidad y por una interpretación que hace de la voz, de los gestos de Marilú Marini algo impostado que solo a rachas conecta con el público. El monólogo que lleva a cabo es una confesión sobre el vacío, el silencio y la falta de dos rostros enfrentados, que dialogan, se preguntan y buscan el territorio del cariño, y que no son sino símbolos de lo que es la escritura.

‘El corazón del daño’ quiere recorrer el pasillo por el que nunca apareció aquella madre para calmar las noches de una niña que esperaba el remedio a su soledad con una canción, pero la obra no acaba de mostrarnos la dimensión de ese desamparo, de ese desamparo de vida que después dio lugar a escribir contra lo escrito, según dice María Negroni en un verso de ‘Oratorio’. Lástima que no nos llegue toda esa perturbación que la novela encierra, que no nos hable esa lengua materna con los latidos del corazón, que esta lamentación y esta aleluya no nos transmitan la piedad, la plegaria y el extrañamiento de cualquiera de un puñado de biografías.


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