Fernando Tejero, entre japutas y sin lengua

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El actor Fernando Tejero tenía 14 años cuando su padre le hizo la temida pregunta a la que más o menos todos los nacidos antes de los ochenta hemos tenido que responder: ¿Vas a estudiar algo de provecho, o te pones a trabajar? Fernando cometió el error de ser sincero: «Le dije que yo lo que quería era estudiar arte dramático, para ser actor». Los cuatro veranos siguientes los pasó trabajando en la pescadería familiar, en Córdoba. «Mi padre no hacía vacaciones», cuenta, rechistando además que hoy en día emplear a un menor de 16 sería delito, y de los gordos.

Adquirió tanta habilidad destripando sardinas, cortando merluzas y fileteando japutas (también conocidas como palometas, no se nos vaya a malinterpretar) que, al cumplir los dieciocho, se fue finalmente a estudiar arte dramático a Madrid y para ganarse la vida siguió haciendo de dependiente. Entre sus clientas madrileñas, cuenta, estaban Anne Igartiburu y Paz Vega. «Todavía hoy me compro el pescado entero, y me lo limpio y corto yo mismo», asegura.

Pero lo peor para Fernando no fue pasar el verano trabajando. Al fin y al cabo, hay mucha gente que lo hace por necesidad, por obligación e incluso porque prefiere coger las vacaciones en otras épocas del año. La peor parte vino, cosas de la vida, el domingo que decidió ir a relajarse a la piscina. Al zambullirse, su mandíbula dio con la cabeza de otro bañista, justo en el momento en que la lengua estaba fuera. Pueden imaginarse el resultado. Le tuvieron que dar puntos, y aún gracias que quedó colgando en lugar de completamente cortada.

El resto de aquel verano apenas pudo hablar: «Despachaba poco, mi padre me puso a cargar y descargar cajas y hacer otros trabajos para los que no necesitara conversar con nadie». No le quedaron secuelas, aunque la cicatriz en la lengua aún es visible. «La tartamudez que aún tengo algunas veces, muy pocas, no me viene de ahí, sino de cuando en la escuela me hacían bullying », explica.

Afortunadamente, no todas las salidas de fin de semana fueron tan nefastas. En aquella misma época, y con la lengua íntegra, se hizo acérrimo seguidor de Joaquín Sabina, Ana Belén y Víctor Manuel. Aprovechaba el descanso semanal para ir a tantos conciertos como hiciesen a una distancia más o menos razonable de Córdoba. Tanto es así que Ana Belén se quedó con su cara y un día le hizo pasar a los camerinos para conocerlo. Años después, cuando Fernando estaba ya estudiando en Madrid, la actriz y cantante fue a su escuela a impartir una clase magistral y lo reconoció. Se hicieron amigos, y siguen siéndolo aún hoy.

Desde aquel nefasto estío, Fernando ha logrado hacerse un lugar en los escenarios y los platós de España. Muchos lo recordamos aún como Emilio de la serie ‘Aquí no hay quien viva‘, portero de aquella nuestra comunidad de la calle Desengaño, 21 (¡un poquito de por favor!), pero su currículum va mucho más allá. Goya como actor revelación en 2003 por ‘Días de fútbol’, en los cines lo hemos visto también en ‘El penalti más largo del mundo’, ‘Fuera de carta’ y, este mismo verano, en ‘Últimas voluntades’, de Joaquín Carmona. A partir de septiembre, lo veremos en la serie de Fernando Barroso ‘Los Farad‘ (Amazon Prime), donde se retrata a una familia de traficantes de armas en Marbella de los 80; y en el teatro, con ‘Camino al zoo’, de Edward Albee.

Queda claro que superó con creces aquel verano que pasó rodeado de japutas y sin poder darle a la sin hueso. Hoy, ese agosto es una más de tantas cicatrices que nos deja la vida, a veces en el cuerpo y a veces en el alma. La cuestión es seguir adelante para poder burlarnos, sacándoles la lengua acaso, de las desgracias que hoy nos fastidian tanto o más que los calores.

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