Doscientos años no es nada

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En 1817, el escritor y crítico musical E.T.A. Hoffmann publicó uno de sus cuentos más célebres, ‘Der Sandmann’, que debería traducirse al castellano como ‘El hombre de la arena’ y no como se ha venido haciendo, erróneamente, ‘El hombre de arena’, ya que el protagonista no es un señor hecho de este material, sino un malvado que lleva un saco de arena para echar a los ojos de los niños que se portan mal. La cuestión es que en ese relato aparece Coppélia, un personaje inquietante y que en los últimos años se está revelando como una creación de lo más actual. Se trata de una muñeca creada por Coppelius, que quiere hacerla tan real que incluso la presenta en sociedad. Todo el mundo la confunde con una muchacha de carne y hueso, de belleza sin igual y modales exquisitos.

Los problemas llegan cuando un chico se enamora de ella y, para sorpresa de Coppelius, ella le corresponde. La máquina no solamente imita a la inteligencia humana sino que empieza a pensar por sí misma e incluso a sentir. ¿Les suena de algo que hayan leído en las páginas de ABC últimamente? De ahí la fuerza de Hoffmann, a quien siempre habíamos reverenciado como el primer crítico en elogiar a Beethoven encendidamente y que ahora, además, ha logrado imponerse, con honores, como uno de los padres de la literatura de ciencia-ficción cuando el género ni estaba ni se le esperaba.

Imagen - Coppél-i.A.
  • Música:
    B. Maillot/L. Délibes.
  • Intérpretes:
    Les Ballets de Monte-Carlo. Jean-Christophe Maillot, coreógrafo.
  • Fecha:
    26 de julio.
  • Lugar:
    Gran Teatro del Liceo, Barcelona.

El caso es que Coppélia ha inspirado a otros creadores a lo largo de la historia del arte. En la música, ha dado momentos célebres, como una de las arias más conocidas de la ópera ‘Les contes d’Hoffmann‘ de Offenbach y el ballet ‘Coppélia’ de Delibes. Visto el argumento, era de esperar que alguien la revisitara este siglo XXI para ponerla al día. Jean-Christophe Maillot, al frente de los ballets de Monte-Carlo, decidió reescribir el ballet de Délibes transformando a la «hija» de Coppélius en una inteligencia artificial. El resultado es este montaje de altísimo nivel que se ha presentado como colofón de la temporada del Gran Teatro del Liceo.

‘Coppél-i.A.’ tiene, entre sus muchas virtudes, la de evocar la tradición clásica y al mismo tiempo ofrecer una relectura en clave estrictamente contemporánea. La música, creada por Bertrand Maillot, tiene a Delibes muy presente, pero como un simple punto de partida usado con gran inteligencia (natural) y puesto al servicio del espectáculo.

Por la parte de la tradición, pues, encontramos ecos evidentes de la partitura del compositor decimonónico en momentos como la aparición de Swanilda, la prometida de Franz que ve cómo su amor se desvanece por culpa de la muchacha desconocida. Ella y sus amigas bailan con un lenguaje cercano al ballet clásico —sin llegar serlo del todo. En el otro extremo, encontramos a Coppélia, que evoluciona a lo largo de la obra. Al inicio, la partitura que la acompaña está arraigada a la de Delibes, pero de una manera sutil, como una presencia lejana en el marco de la música electrónica. Poco a poco, la joven pasa de bailar con movimientos de autómata a bailar como una «persona», aunque siempre al son de unas melodías manipuladas. Magistral dirección coreográfica que narra la historia de una manera ágil y perfectamente comprensible, con la exigencia que es marca de la casa y con una expresividad conmovedora.

Lou Beyne (Coppélia), Matej Urban (Coppélius), Anna Blackwell (Swanilda) y Simone Tribuna (Frantz) se lucen a cada paso con una técnica depurada y una capacidad increíble para transmitir emociones y rasgos de sus personajes en el marco de una coreografía que requiere una precisión milimétrica. No menos elogios merece el resto del elenco, que pasa a cada momento del ballet clásico al contemporáneo sin solución de continuidad, añadiendo algunos guiños perfectamente traídos a pasos propios de las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers.

Otro homenaje a lo clásico que debe reseñarse dada su potencia visual es el diseño de la escenografía, que no puede ser más tradicional: unas cuantas patas por las que entran y salen los bailarines. Ahora bien, los movimientos de la estructura acaban evocando al diafragma de una cámara y en algunos momentos incorporan luces led que transforman un elemento tan clásico en un espacio futurista.

Como común denominador entre los dos extremos, queda ese afán de Coppélius por crear una mujer-objeto que parezca humana pero que él pueda sentir como propiedad suya, en un sentido incluso sexual, que lo obedezca y sea la envidia de los demás. Una mujer-objeto que no es problemática hasta que piensa por sí mismo y se rebela. Hoffmann: sin duda, un autor que necesitamos redescubrir con premura.

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