Las Noches del Botánico, aunque cautas, tenían todo preparado hace dos semanas con sus carteles ‘vegan power’ y sus chuchos antiterroristas exigidos cuando Morrissey, una vez más, y ya van más de 350 conciertos cancelados, les hizo el ídem a falta de 24 … horas de su show en Madrid alegando sinusitis, pero podría haber sido dengue o cansancio como acaba de hacer en Suecia, aquí con público llegado desde Mallorca, Zaragoza o París solo para verle, transporte y alojamiento de irreversible pago. La próxima vez, si la hubiere, sugiero anticiparse y que actúe ante un póster gigante de Morante de la Puebla y Pablo Iglesias como imposición inversa absurda. Como redención.
En fin, la vida sigue para todos con sus heridas y para este festival con el enésimo cartel de lujo (Santana, Van Morrison, Beth Gibbons, The Roots…) y ayer en Las Noches del Botánico tuvimos el aire más fresco de una noche agradable y nada tórrida con la refinada fórmula de unos Air, que llenaron con 4.000 personas el recinto de retrofuturismo y belleza. Tras la gira del 25 aniversario del ‘Moon Safari‘, que trajo a los franceses al Sónar para interpretarlo íntegro, la magia aconteció aquí en Madrid con un grandes éxitos y esto incluye los hits de aquel mítico álbum a añadir más madera con la banda sonora de ‘Las vírgenes suicidas‘ o del ‘Talkie Walkie‘, por ejemplo. Y qué destacar: ¿todo?
Porque no hay tacha en la exquisitez cósmica del dúo formado por Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin, aquí trío sobre el escenario con un batería, y que, ya sería mi gusto particular, brilla excelso en lo flotante, pop y vocoder más que cuando hay redobles y se subraya el rock en su siempre predominante electrónica. Digamos que cuando Kraftwerk se encuentra con Black Crowes me resultan un poco menos excitantes. Y, sin embargo, su suave psychpop de Saturno, a dos o tres voces, con sus pedales de tratamiento de voz para lograr que Jar Jar Binks se una a ABBA (o The Mamas & The Papas) a hacer una de los primeros Caribou, los de ‘Melody Day’, ahí es cuando uno se siente en el cielo de los marcianos o, al menos, en una abolición momentánea del reconcomio.
Un safari por la luna que comenzó con ‘La Femme D’Argent‘, desde lo tranquilo hasta el ruido fino, para continuar con ‘Sexy Boy‘, que llevó a alguien del público a decir: «Pocas cosas mejores que el temazo en la segunda canción». Pero no solo, pues el grupo de krautrock no es un ‘one-hit wonder’ sino una experiencia sensorial, que dicta la frase hecha, en donde no solo hay canciones sino texturas, ambientes, luces y colores, con un escenario rodeado de bosque iluminado y una escenografía estilosa en la que la banda actúa en la balda de una estantería Billy de Ikea, en donde siempre ocurren cositas fantásticas de fondo. El buen gusto, marca de la casa de estos primos de Daft Punk analógicos que revolucionaron la ‘french house’ en el año 2000. «Y qué guapos siguen», dijo otra persona al término.
El nebuloso funk de viaje en yate por el firmamento, con sintes agudos celestiales, tocados a lo Nacho Cano a dos manos, continúo con ‘All I Need‘, y un momento muy especial fue ‘Kelly Watch The Stars‘, aplaudida antes ya de comenzar y que cumplió y elevó como esperábamos. Pasó igual ‘Ce Mattin Lá‘, pop glamuroso cantado por alguien de otro mundo, hermoso y creciente en su preciosa arquitectura. La digievolución neptúnea de Bart Bucharach, Manuel Alejandro con la calma y el respiro de Vangelis, varias son instrumentales también.
Con fondo de estrellas fugaces y coloridas supernovas, ‘New Star In The Sky‘ nos trajo de vuelta al E.T.E. y el Oto de la canción ligera espacial y el baroque pop, y en ‘Le Voyage de Penelope‘ se aventuraron en una propuesta pelín más clásica, con virtuosa batería, pero un grado menos de fantasía, como una jam de grupo muy bueno y terrenal, alunizada ya la nave. Una espectacular ‘Cherry Blossom Girl‘ nos llevó de viaje por el sol a una nueva dimensión, y en esta o en otra desde un ovni con sus ventanas para ver qué meteoritos o constelaciones se van dejando atrás, y pocas cosas más bonitas que esta canción, vaya. Luego vino la más malrollera y oscura ‘Run‘, dándole un leve viraje al objeto volante no identificado hacia otra senda no tan luminosa y glamourosa (si no pija).
Después, en su clásico ‘High School Lovers‘ fueron incorporando instrumentos desde la fase más lánguida aunque siempre sin estallar para repetir el ‘leit motiv’ al que el batería llegó de milagro tras irse a fumar un cigarro; luego ‘Dirty Trip‘ fue vibrante y en los bises nos llevaron con Bill Murray y Scarlett Johansson a estar ‘Alone in Tokyo‘, pero aquí nadie se sintió solo, abrigados por el silencio, el respeto y la delicadeza del asunto, para cerrar con ‘Electronic Performers‘, himno y declaración de intenciones, con poso rock.
En resumen, o en síntesis de pop sintético, y parafraseando a otro duende: ¡porque la vida (en otro planeta) puede ser maravillosa! El espejismo de un espejismo, pues fue real.