Empieza la cumbre de la OTAN en La Haya. Una de las más relevantes de la última década, con el futuro de la Alianza en juego y el compromiso de sus miembros sometido a una presión sin precedentes. Desde la sede administrativa de los Países Bajos todo se mira con lupa. Cualquier gesto, cualquier interpretación se mide con un fin: evitar ser la chispa que lo encienda todo. El contexto no puede ser más revelador. Hace tan solo una semana, la principal preocupación de la Alianza consistía en sacar el termómetro de medición para dictaminar quién o no podía ‘presumir’ de estar más comprometido con el 5% fijado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, donde España se ha posicionado como un país disidente.
A escasos tres días de la celebración del encuentro, la OTAN tuvo que reajustar su hoja de ruta para dar paso a un nuevo escenario bélico. El bombardeo lanzado por Estados Unidos contra varias bases donde supuestamente Irán se encontraba trabajando en la bomba nuclear, sin contar con el visto bueno de los miembros, ha obligado a la Alianza a tomar partido. Varios líderes internacionales —entre los que se encuentra el primer ministro francés o el presidente de España— han mostrado su preocupación ante una mayor escalada de la que sus consecuencias siguen siendo imprevisibles.
Sin embargo, a pesar de los ataques y el hecho de que Trump pasara por alto cualquier opinión de la Alianza, el presupuesto en Defensa sigue siendo una de las mayores preocupaciones entre sus miembros. Nadie realmente sabe hasta qué punto se juega la OTAN en el caso de que los miembros decidan no aportar lo suficiente, como es el caso de España. La carta emitida por el secretario general, Mark Rutte, en la que informaba que España había llegado a un pacto para “cumplir el nuevo acuerdo sobre capacidades con una senda de gasto inferior al 5% (3,5% en defensa estricta y 1,5% en otras partidas vinculadas a la seguridad)”, ha levantado ampollas entre sus socios. Sobre todo en los que geográficamente están más cerca de Rusia al ver a España como un país rebelde que puede servir de ejemplo a otros miembros, incapaces de cumplir con lo exigido por Trump.
Rutte, cree, sin embargo, que el compromiso de Madrid no es cuestionable. “Siempre he tenido el mayor respeto por la contribución de España a la OTAN”, ha recalcado durante la rueda de prensa previa a la Cumbre. “Está presente en todo el territorio de la Alianza, participando en numerosas misiones. España, además, ha aceptado los objetivos establecidos”.
Pero, más allá de las declaraciones del secretario general, hay una tensión latente. Se siente en los pasillos, en los corrillos que se forman e, incluso, entre los analistas. España ha dado un mensaje que no ha sentado bien a los miembros de la Alianza. La decisión tomada por el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha sentado un precedente que pone en entredicho la confianza del resto de miembros en las acciones de España como aliada.
Desde La Haya, Auke Venema, investigador senior del think tank Clingendael, apunta a que el compromiso de elevar el presupuesto al 5% “no se trata únicamente de porcentajes”, sino de ser un socio creíble. “Casi esperábamos que el apagón energético en España fuera parte de un ataque híbrido, así al menos podríamos haberlo usado como argumento. Sin una amenaza visible, cuesta justificar estos sacrificios financieros”, sostuvo.
Para Venema, ser un socio en el que se pueda confiar pasa por “exigir capacidades operativas que vayan más allá de las dos semanas”. Subrayó que los Países Bajos, aunque históricamente han estado por debajo del umbral del 2 % del PIB, han experimentado un consenso creciente sobre la necesidad de reforzar sus capacidades militares. “Invertimos no solo para cumplir con la OTAN, sino porque entendemos nuestra responsabilidad internacional”, afirmó.
A pesar de los compromisos diplomáticos que tanto Rutte como Sánchez han defendido, desde Países Bajos se ve con escepticismo el papel de España en la Alianza. “La pregunta clave es si España va a realizar inversiones creíbles en despliegue, aviación de combate y capacidades navales. ¿Puede hacer más en el futuro de lo que ha hecho en el pasado?”, inquirió.
Una responsabilidad exigida
Frente a países como Polonia, que lidera el ranking de inversión en Defensa con el 4,12% seguido de Estonia con un 3, 43% y de Letonia 3,15%, los analistas creen que no es justo que haya países que se queden a medio camino. “Hace una década, nosotros, los Países Bajos, también estábamos en el 1,1 % del PIB. Pero comprendimos que había que hacer más. No solo por la OTAN, sino porque nuestras responsabilidades lo exigen”, aseguró el analista.
En cuanto a esas responsabilidades, el experto apunta a Rusia y a su amenaza. La guerra a gran escala que Moscú inició en febrero del año 2022 en Ucrania aún está lejos de acabar y los ataques continúan prácticamente a diario. Rutte ha sido más claro: “Estamos en un momento muy peligroso” y, a pesar de que aplicar el 5% supone un “esfuerzo considerable” todo es poco para cuando se trata de que “nuestros ciudadanos estén seguros”.
Para España, sin embargo, no alcanzar ese 5% no implica no estar lo suficientemente comprometido.”Cada país tendrá que invertir más o menos de su PIB. Esa asimetría es normal. Existen diferencias muy importantes entre unos y otros. Adquirir o producir capacidades de defensa cuesta en algunos países la mitad que en otros”, aseguró Sánchez. Más en la sombra, pero presentes, se encuentran los casos de países como Bélgica, Italia, Luxemburgo e incluso Reino Unido, que todavía no cuentan con la capacidad de destinar ese 5% exclusivamente a gasto militar. Italia defiende alcanzarlo en el año 2035 —tres años más que lo que quiere Trump— mientras que Reino Unido prevé alcanzar un 2,6% en el año 2027.
Bélgica, por su parte, ya ha descartado alcanzar el 3,5% de su PIB en gasto militar puro “ni a corto ni a medio plazo”, según aseguró su ministro de Exteriores. Karen van Loon, investigadora del Programa de Seguridad y Defensa de Clingendael, asegura que esta cumbre ha sido “una oportunidad perdida en términos de mensaje. Hemos puesto el carro delante de los bueyes hablando del 5 % antes de discutir qué capacidades necesitamos realmente”. Aunque defendió que España no está aislada ni desalineada con la OTAN, cuestionó el enfoque excesivamente cuantitativo del debate. “No se trata solo de alcanzar una cifra. Muchos países tenemos enormes deudas; no podemos prometer un 5 % del PIB y luego no cumplirlo”.
De origen belga, Van Loon destacó, además, que la postura española podría abrir una discusión más honesta dentro de la Alianza. “El momento para plantearlo quizá no fue el mejor, pero el fondo del argumento merece atención”, dijo, aludiendo a la necesidad de distinguir entre el gasto puramente militar (el 3,5 %) y el vinculado a otras amenazas como la ciberseguridad o las infraestructuras críticas (el 1,5 % adicional que algunos países, como los Países Bajos, ya están considerando seriamente).
Defendió también que, aunque pueda parecerlo, España no está sola ni fuera de sintonía con el resto de aliados. “Desde la cumbre de Gales en 2014, muchos países solo comenzaron a contribuir cuando sintieron verdadera presión. No porque quisieran, ni porque pudieran. La mayoría venimos de contextos con enormes deudas. No es factible saltar al 5 % del PIB en una década”. Y añadió: “En vez de decir alegremente ‘sí, sí, vamos a gastar el 5 %’ y tener la misma conversación dentro de diez años, creo que lo realista —y más honesto— es admitir hasta dónde podemos llegar hoy. Si España alcanza el 2,4 %, ¿es suficiente? No del todo. ¿Es realista? Sí. ¿Es un paso necesario? También”, concluyó.