Eurodrama y divismos | Opinión de David Moreno Sáenz

Melody no ganó Eurovisión. Ni quedó en el top 5. Ni en el 10. Y eso, para unos cuantos fue suficiente para desatar una tormenta perfecta de odio en las redes sociales. En este juego tan público, y a veces tan cruel, no basta con darlo todo. Si no llegas a lo que esperan de ti… parece que no vales nada. Es injusto, pero, además, también es inhumano.

Melody es una artista que lleva sobre sus espaldas más años de carrera que muchos de sus críticos. Salió al escenario, pisó con garra, representó a nuestro país de una manera impecable, con la cabeza alta, una voz incuestionable y una propuesta cuidada. La canción no es de sus mejores temas, pero me emocionó y me hizo sentir orgulloso del trabajo en equipo.

Cantó, bailó y, a juzgar por las audiencias, no nos la perdimos. ¿El resultado? Decepcionante: una posición bajísima en la tabla que propició una ‘espantá’ digna de las divas de antaño. ¿Es obligatorio sonreír cuando te han roto?

Melody fue más Melody que nunca y en lugar de regresar a Madrid con sus compañeros decidió hacer algo revolucionario y muy de diva: dejó plantados a todos y se fue. Eligió el calor de los suyos antes que enfrentarse a los focos en un mal momento. Escogió la paz frente al espectáculo. Mal no le ha venido. Todos hablan de ella y su caché se ha duplicado.

Vemos a los artistas como perfectas máquinas de entretenimiento y, a veces, se nos olvida que debajo del ‘brillibrilli‘ y el maquillaje se oculta el cansancio.

Melody es una gran artista y, a estas alturas, nadie duda que también es una gran diva (con sus cosas de diva incluidas). Pero, sobre todo, es humana. Y a veces lo más sensato es templar a la fiera interior y volver a tocar tierra. No ganó el micrófono de cristal, pero hizo crecer el mito con dignidad, temple y humanidad. ¡Que no se tuerza!

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