César Pérez Gellida es un tipo de costumbres raras. Si por raro, claro está, se entiende que trabaje sus libros con el ruido de fondo de un secador de pelo. Eso sí, él, que es calvo, no usa secadores de cualquier tipo. Deben tener una potencia ajustada a lo que sus oídos necesitan para entrar en conexión con la escritura. Le duran los aparatos seis meses de media y la considerable factura de la luz que paga al mes da fe de que sin esa banda sonora sus libros probablemente no saldrían. O serían otros, quién sabe.
Así, encendiendo el secador a las 5 de la madrugada, empieza su jornada de ‘oficina’. Durará de diez a doce horas, en las que tiene que escribir por un impulso vital: “Un día sin escribir algo es un día perdido”, dice rotundo antes de comenzar a desglosar su decimoquinto título.
Una huida sin fin, la de Sebastián Costa y Antonia Monterroso
Este hombre, que es capaz de olvidarse la pasta de dientes y los calcetines en un equipaje, pero nunca su secador, ganó el premio Nadal en 2024 con un western en la Extremadura de principios del XX, una novela árida titulada Bajo tierra seca que ha vendido más de 50.000 ejemplares y es uno de los títulos más exitosos de este prestigioso certamen.
Pérez Gellida ha trasladado hasta su ciudad, Valladolid, a un grupo de periodistas para presentarles la secuela de aquella novela ganadora, que ahora ya no se desarrolla solo en el sur calenturiento y violento de esos tiempos, sino que ha recorrido la península con meta en la ciudad castellano leonesa. Es una huida sin fin, la de Sebastián Costa y Antonia Monterroso, ya conocidos por el público por la anterior novela, quienes han hecho de la lealtad una sangrienta moneda.
Pérez Gellida (1974) es insomne, así que empezó a escribir cuando no le venía el sueño, lo que ha hecho de él un madrugador que a horas inclementes está cambiando diálogos y situaciones. De este orden desordenado ha nacido Nada bueno germina, una novela que retrata muy bien el comienzo del siglo XX, que replica la historia y también cómo eran los malhechores de entonces. “Planificado no tengo nada: mi forma de escribir novela no contempla un guion ni una escaleta. Lo único que hago es que las imágenes las traduzco a palabras, porque es el proceso inverso que hace un lector, que convierte palabras en imágenes”.
Más de 500.000 lectores
El escritor, que arrastra a más de 500.000 lectores, ha reunido a los medios para hacer a pie el recorrido que su protagonista realizó desde que dejó el sur. Se acompaña de un actor que va narrando los hechos, como lo habría hecho Sebastián Costa, ataviado con un traje y bombín de esos tiempos lejanos. Un guiño que le da más veracidad al marco y a los sucesos narrados: tiroteos, escapadas, atracos, amores sangrientos… “Consigues hacer ese viaje con los lectores a través de los detalles”, dice el autor.
Sus personajes son la vía central para entender este nuevo libro: “Sebastián es determinante, no solo en la trama, sino también en cómo consigue cambiar a Antonia. Ella estaba acostumbrada a conseguir sus objetivos y se encuentra con la horma de su zapato”. Y ¿cómo los perfila? “Me guio por la intuición. Los personajes me susurran cosas porque están alojados en mi cabeza, les he puesto esas habitaciones para que me cuenten cosas. Me van diciendo por dónde van las cosas. Si tengo la intuición de que me están condenando la trama, doy un giro”.
El fino proceso de documentación “no ha sido complicado porque de hace cien años hay mucha documentación, lo complicado es saber usarla”, señala Pérez Gellida. “Las dos novelas tienen una estructura de thriller. Y esta última no es una novela histórica, es un thriller que tiene una ambientación histórica”.
¿Por qué situar la acción a comienzos del siglo XX? “Es un periodo que está poco manido. Y un poco tapado por la perdida de las colonias de ultramar, que parece una vergüenza y caímos en una depresión económica. Los autores buscamos algo que no esté manido. Luego hay que lograr que los lectores hagan ese viaje en el tiempo”.
Le interesa solo la difusión de su novela
Como escritor siente la necesidad de pasarlo bien. “Yo me tengo que divertir. Si no me divierto frente al teclado es porque algo está pasando en la trama que no estoy haciendo bien. Estas cuestiones no me las hago nunca durante el proceso de escritura. No voy a decir que me den igual las críticas de los lectores, pero, ¿qué puedo hacer?”, se pregunta.
Respecto a las críticas especializadas, señala: “Yo no estoy muy pendiente, aunque sé que tiene relevancia de lo que dicen los medios. Estoy pendiente de que la novela tenga la mayor difusión posible. Lo que me ocupa y preocupa es la difusión de la novela”. Y bromea: “No va a pasar que salga una crítica mala. Soy especialista en hacer desapariciones”.
Sin duda, dice el autor vallisoletano, este es su libro más cruento: contiene 44 muertos, todos con nombre y apellido, es decir, no han caido bajo las balas al azar. “La mayoría no generan un efecto negativo en el lector, pero algunas van a doler al lector porque es mi obligación. Primero tratar de engañar al lector y la segunda obligación es incomodar al lector. Tienen que estar agarrados a las páginas”.
“Ha salido así, no lo había previsto. No tenía en la cabeza que fuera muy sangrienta. La trama me ha llevado por esos derroteros. En Bajo tierra seca escribí con el freno de mano puesto, por si me encuentro con alguien en el jurado que lo rechace, pensé. En la siguiente no me puse ningún límite”, precisa.
Un proyecto audiovisual… pero también un camino pedregoso
Exguionista de profesión, cuenta que hay un proyecto audiovisual para sus novelas. “Estamos trabajando en ello, en la adaptación, pero es un camino largo y pedregoso. No conviene hacerse ilusiones. Soy tan malo en el casting, solo participo en el proceso de escritura”. Y revela que el único actor que impugné fue a Jon González (protagonista del gran éxito Memento Mori, que alcanza ahora su segunda temporada en Prime Video). Ahora somos íntimos a pesar de todo. Le tenía por un acto guapo y juvenil, por suerte no siempre me salgo con la mía”.
Entendido como es de matones y criminales, confiesa que yo “sería un asesino metódico y no me gustaría ser encontrado. Todos quieren salir a la luz, tener relevancia. Disfruta en silencio y no quiere ser atrapado. Yo quiero seguir matando todo lo que me permita la ley”.
Sobre su final, nada casual, de que la novela termine en Valladolid, terreno conocido, asegura que “se mata mucho mejor, y de manera diferente, en casa. Esto les pasa a los depredadores, no salen de su territorio porque lo conocen bien. Que termine aquí es una necesidad que tenía, no como una cuenta pendiente, sino conmigo desde el punto de vista creativo”.
“No tuve nunca claro que será una biología, -matiza respecto al hecho de que el Nadal (“que te abre muchas puertas a gente que no me conocía”)-. Cuando escribo no planifico absolutamente nada. Tengo cierta obsesión como lector, sería una gran putada que el lector me dijera ‘sabía lo que iba a pasar’, pero normalmente, y no quiero que suene soberbio, es porque lo quiero yo”. Sí admite que le costó “mucho despedirme de personajes que he querido tanto”.
¿Si pudiera elegir cómo morir? “Me gustaría que mi muerte fuera rápida, pero que me diera tiempo para tener una reacción, transmitirle mi aversión a esa persona”. Y no duda de que en el momento en que surge un nuevo papa ya hay alguien escribiendo “un thriller vaticano. Lo que nos mueve o conmueve genera una historia, a mí no me van a encontrar allí”.
Termina su itinerario Pérez Gellida con el “simbolismo de la tierra: quien tenía tierra tenía algo. La tierra lo marca todo. Pero ¿qué pasa si no es fertil? Es un simbolismo, de que nada bueno puede pasar. No esperes felices finales”, concluye.