La peor región para el peor conflicto: los rostros detrás de la escalada de tensión en Cachemira

El pasado 18 de abril, un ataque armado en la región de Pahalgam, en el sur de Cachemira, dejó al menos 26 turistas indios muertos y varios heridos. A diferencia de ataques anteriores, que solían dirigirse contra objetivos militares, este tuvo como blanco a civiles, en su mayoría visitantes hindúes. Aunque aún no se ha presentado evidencia concluyente, el gobierno indio señaló rápidamente a Pakistán como responsable, sin abrir una investigación transparente ni considerar el contexto interno de creciente represión en la región.

“El apresurado señalamiento de Pakistán como culpable por parte de la India refleja una falta de interés en abordar el problema de raíz en Cachemira”, denuncia el doctor Maarib Iftikhar, médico pakistaní, defensor de los derechos humanos y escritor en Reformistán. “Durante casi 78 años, Cachemira ha sido el saco de boxeo del sur de Asia, víctima de una ocupación interminable, promesas internacionales incumplidas y una represión que no ha hecho sino agravarse con el tiempo.”

La ocupación de Cachemira, una de las más prolongadas y silenciadas del siglo XXI, ha alcanzado nuevos niveles de brutalidad tras el ataque en Pahalgam. Aprovechando la conmoción internacional, las fuerzas indias han intensificado una estrategia de represión sistemática contra la población civil: Miles de personas, incluidos menores de apenas 13 años, han sido detenidas sin ningún tipo de proceso legal ni pruebas en su contra. Familias enteras han sido expulsadas por la fuerza de sus hogares, agredidas físicamente y sometidas a actos de humillación pública.

Mi marido fue asesinado por las fuerzas indias hace veinte años”, cuenta Bushra F., cachemira musulmana. “Dijeron que era un terrorista y mancharon el nombre de toda la familia. Mi marido no era un terrorista. Lo único que quería era volver del trabajo cada día y cenar en paz. Eso era lo que esperaba de la vida: una cena con su familia. A mi hijo lo dejaron ciego de un disparo durante una protesta contra la opresión. Ahora nos han echado de casa. Los soldados nos gritaron que ojalá nos convirtiéramos en comida para los perros. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esta vida? ¿Qué hemos hecho, Dios mío, además de nacer aquí?”

Informes sobre el terreno denuncian que, en menos de 48 horas, se han destruido decenas de hogares. La población civil, una vez más, ha sido sometida a un castigo colectivo que, según el derecho internacional, constituye un crimen.

Las autoridades indias señalan como principal sospechoso del ataque en Pahalgam a Hashim Musa, un exsoldado de las Fuerzas Especiales de Pakistán y presunto integrante del grupo militante Lashkar-e-Taiba (LeT), organización designada como terrorista por la ONU. Un vecino de la familia del sospechoso, Majid Khan, lamenta profundamente el atentado, pero denuncia la reacción desproporcionada del Estado indio:

“Si es cierto que Hashim ha hecho esto, debe rendir cuentas. No hay excusa para matar inocentes. Pero aquí solo se cuentan las víctimas indias, mientras en Cachemira siguen destruyendo casas, arrestando y matando a gente que no ha hecho nada. Eso lleva pasando desde hace décadas. Condeno la matanza de Pahalgam, pero eso no justifica que se nos aplaste aún más. No odiamos a los civiles de India. El problema es su gobierno, que nos está matando.”

“Pakistán no tiene interés en entrar en guerra”

Ante esta grave situación, Pakistán no ha permanecido en silencio. El ministro de Defensa, Khawaja Muhammad Asif, advirtió que cualquier incursión militar india sería respondida con firmeza. Dentro del ejército paquistaní existen posturas divididas: algunos oficiales consideran que la ofensiva es inevitable y ocurrirá en las próximas horas, mientras que otros insisten en que la escalada no se traducirá en un conflicto abierto.

“Pakistán no tiene ningún interés en entrar en guerra con la India; al contrario”, afirma el general Hamid U., desde el cruce fronterizo de Wagah. “Dudo que la escalada anunciada por India sea real. Creemos que se trata de una maniobra mediática destinada a reforzar su narrativa antipakistaní e islamófoba, utilizada para justificar la represión sistemática contra el pueblo cachemir”.

Uno de los factores clave en el análisis militar es el equilibrio nuclear entre ambos países, que actúa como un disuasivo fundamental frente a un conflicto a gran escala.

“Estamos hablando de dos potencias nucleares cuya relación bilateral está marcada por provocaciones recurrentes, pero también por la certeza de que un conflicto directo tendría consecuencias catastróficas y podría derivar en la autodestrucción de ambos territorios”, explica el cirujano militar Usman K., actualmente desplegado en Peshawar.

También dentro del propio ejército se reconoce que la amenaza de escalada podría estar siendo utilizada por el gobierno indio como herramienta política. “El primer ministro indio, Narendra Modi, necesita conflictos externos para reforzar su base. Su popularidad ha comenzado a erosionarse, y no hay estrategia más efectiva para desviar la atención del descontento interno que fabricar un enemigo común”, concluye Usman K.

“El derecho internacional es solo una fachada”

Sea como sea, las víctimas de estas estrategias son, como siempre, las minorías civiles: tanto en Pakistán, como en Cachemira y en la propia India, donde ya se hacen visibles las consecuencias de la escalada: El cierre de fronteras y la cancelación de visados ha provocado la separación forzosa de familias binacionales.

“La noche después del ataque expulsaron del país a mi cuñada, que tiene pasaporte pakistaní. Tuvo que marcharse sin sus hijos, que tienen pasaporte indio”, cuenta Manish S., desde la India. “Los niños no paran de llorar llamando a su madre, y no sabemos cómo consolarlos. Tampoco sabemos cuándo podrán volver a estar juntos.”

También en India, la población musulmana de origen pakistaní ha comenzado a sufrir el impacto de la tensión creciente.

“El día después del ataque fui a comprar agua”, relata Nadim, K., ciudadano pakistaní residente en el Punjab indio. “El vendedor me preguntó de dónde era, y cuando le dije que era de Pakistán, tiró al suelo el agua que acababa de pagar y me echó a golpes, gritando que los pakistaníes éramos el mal del mundo. Por supuesto, ni se me ocurre denunciarlo: lo más probable es que me deporten si lo hago.”

Cada vez más analistas internacionales comparan lo que ocurre en Cachemira con la situación en Palestina, señalando que en ambos casos se repite la misma estrategia de ocupación, violencia y destrucción sin consecuencias.

“India observa cómo Israel actúa con total impunidad, incluso utilizando el hambre y el control de recursos esenciales como herramientas de presión, y ahora parece dispuesta a seguir el mismo camino: ha amenazado con suspender de forma unilateral el tratado de aguas con Pakistán, a pesar de saber que es uno de los países más afectados por la escasez hídrica en el mundo”, explica Puja B., abogado musulmán en la India. “Estamos en un momento de la historia en el que el derecho internacional es solo una fachada. Los gobiernos han aprendido que pueden oprimir a sus minorías; cortándoles el agua o los alimentos sin sufrir consecuencias, siempre que lo justifiquen bajo el discurso de la autodefensa, que en realidad no es más que nacionalismo bélico camuflado.”

Cachemira para los cachemires

La región en disputa lleva décadas siendo reivindicada en su totalidad tanto por India como por Pakistán, pero dividida y gobernada por ambos en distintas zonas.

“Estamos viviendo la prueba de fuego para el sur de Asia, una oportunidad histórica para cumplir la promesa que las Naciones Unidas hicieron en 1948: el derecho de los cachemires a determinar su futuro mediante un plebiscito”, declara el Doctor Maarib Iftikhar. “Cachemira pertenece únicamente a los cachemires, ni a Pakistán ni a la India. La resistencia local no puede ser eliminada, reprimida ni encarcelada. El derecho a la autodeterminación indígena debe ser entendido, respetado y reconocido como un derecho humano básico. No existe otra solución”, concluye.

Sin embargo, y pese a la gravedad de los acontecimientos, la respuesta de la comunidad internacional se ha limitado a llamadas a la moderación, mientras el pueblo de Cachemira sigue sufriendo la escalada de violencia, sin señales de mejora ni soluciones reales a la vista. Ante esta prolongada injusticia, la resistencia del pueblo no es una elección, sino la única forma de mantener viva la esperanza, repiten sus ciudadanos. “La historia reciente enseña que ningún conflicto se resuelve ignorando el dolor de las víctimas o negando la raíz de su desesperación”, recuerda el doctor Iftikhar. “Al contrario, eso solo alimenta el conflicto y lo prolonga.”

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