“Haz mi cartera grande de nuevo”: ¿qué hace Trump dándose un baño de masas en el Bronx?

Cuando la comitiva de Donald Trump emerge a lo lejos, con la carroza de los coches relumbrado al atardecer bajo los árboles de Crotona Park del barrio del Bronx, la inmensa cola de gente que lleva dos horas esperando a entrar a la zona vallada estalla en vítores. Algunas decenas de seguidores se escinden y salen corriendo hacia la columna de coches secundados por la policía, como virutas de acero imantadas. Miles de personas entran a ver al magnate y miles se quedan fuera. Un número decenas de veces superior al de los asistentes del contra-mítin demócrata que se celebra al mismo tiempo, sobre las seis de la tarde, hora local, en otro punto del parque.

“Me crié en el Harlem Latino y fui demócrata toda la vida“, dice Ivette Colombo, monitora de una cadena de gimnasios que ha venido por primera vez a un mitin de Donald Trump. “El último demócrata por el que voté fue a Barack Obama. ¿Qué hizo Obama por la gente? No hizo nada. Ni por los suyos”, añade, señalando a una pareja de afroamericanos con gorras de Trump que esperan en la cola.

Ver a Trump en uno de los feudos más demócratas, de una de las ciudades más demócratas y de uno de los estados más demócratas de Estados Unidos es, de por sí, una rareza. Pero nadie diría, echando la vista alrededor, que estamos en territorio progresista. Los neoyorquinos trumpistas se han agarrado a la oportunidad de conocer a su candidato y otros trumpistas han venido desde estados colindantes.

El resultado es el paisaje típico de estos eventos: vendedores ambulantes de mercaderías baratas que cantan el nombre de Trump cuando, probablemente, tengan mercaderías de Biden en el almacén para cuando les toque patearse un mitin demócrata; moteros barbudos a los que les ha vomitado encima la bandera estadounidense; mujeres de pelo rubio oxigenado, jóvenes judíos ortodoxos con su kipá y sus guedejas, youtubers y tiktokeros grabando material para sus respectivos canales y una saludable variedad racial, como corresponde a un barrio donde el 65% de los habitantes se identifica como latino y el 31%, como negro.

Todo ello bajo la fría vigilancia de los agentes del Servicio Secreto, diseminados por el perímetro en solitario o en pequeños grupos. Dos de ellos montan guardia sobre un suave cerro, bajo un toldo, con un rifle de mira telescópica emplazado en un trípode alto como un hombre para poder disparar estando de pie.

Hay dos razones fundamentales por las que Trump ha venido al Bronx. La primera es que no le queda otra. El candidato republicano, que aún tiene que confirmar su nominación en la convención que se celebrará en julio, tiene que estar presente en el juicio por lo penal que se celebra en Manhattan por cargos de conspiración y falsedad contable. Lo cual le ha obligado a instalarse en su torre de la Quinta Avenida y a hacer de tripas corazón. Si no puede moverse libremente por los estados clave, qué menos que dar algunos mítines en Nueva York y en Nueva Jersey, que, si bien no votarán por él, al menos pueden acarrearle notoriedad y minutos televisivos.

“Él ya es rico. No se ha metido en política para enriquecerse, sino para arreglar las cosas que funcionan mal en nuestro país”

La segunda razón es que Trump está ganando un poco de terreno entre los votantes latinos y afroamericanos, sobre todo entre los jóvenes. Aunque estos bloques electorales seguirán inclinándose por Biden en noviembre, un pequeño ajuste en la dirección republicana puede marcar la diferencia en estados como Arizona o Georgia, que de todas fin. Una manera de apelar a estos colectivos es invitándoles al cambio, a probar algo nuevo. Otra, centrándose en asuntos de pan y mantequilla: en la economía.

‘Se busca… para un segundo mandato’

Ivette Colombo dice que a ella le da igual el carácter de Donald Trump, que si es malo o bueno o mujeriego o fiel o sincero o mentiroso. “Yo no voy a convivir con él”, explica. “A mí lo que me interesan son sus acciones, lo que hace por el país. Y durante sus cuatro años de mandato nos fue mejor. Yo tenía más dinero en el banco y en mi plan de pensiones. Además, él ya es rico. No se ha metido en política para enriquecerse, sino para arreglar las cosas que funcionan mal en nuestro país”.

Durante todas las conversaciones sale a flote la economía. “Justo lo estábamos hablando mientras veníamos hacia aquí”, dice Justin, un buceador que ha venido con tres amigos desde Virginia a ver a Trump. “El otro día fui a la compra. Llené tres bolsas y me cobraron 200 dólares. Y luego está la gasolina”.

Si uno abre un diario económico o recibe las estadísticas que publica regularmente el Departamento del Tesoro, verá centenares de razones para sentirse optimista. El PIB de EEUU lleva creciendo siete trimestres consecutivos, y con mayor alegría que los de otros países industrializados; la tasa de paro continúa por debajo del 4%; la Bolsa crece y crece sin parar. Pero todos estos datos tan bonitos y esperanzadores son arruinados por la inflación. Sobre todo en la cesta de la compra.

Desde que Joe Biden juró su cargo en enero de 2021, el precio de los huevos ha subido un 70%, el de la carne, casi un 30%, según datos de la Reserva Federal de San Luis. Por eso millones de familias no se regocijan diariamente con el dato abstracto del PIB o sabiendo que la mayoría de sus conciudadanos tienen trabajo. Más bien se horrorizan ante las cada vez más abultadas facturas. Por eso su percepción general de la economía, como refleja una encuesta de Harris-Guardian, es terrible. El 56% piensa que EEUU está en recesión, por ejemplo. Es técnicamente una locura. Pero esa es la percepción que se respiraba anoche en el mitin de Donald Trump.

“Trump, haz mi cartera grande de nuevo”, dice una de las camisetas con mensajes más corteses, en referencia al mítico eslogan del republicano. En otra aparece la cara del magnate, fotografiada por la policía de Georgia, y la leyenda: “Se busca… para un segundo mandato”.

El buceador Justin sí que tiene problemas con el carácter de Trump. “Es un mentiroso, un narcisista y un gilipollas. Pero me gustan sus políticas. ¿No sería posible tener a alguien con su misma agenda, pero que sea buena persona?”. Justin añade que votó a Trump en 2016, no en 2020, y este año no sabe qué hacer. Dice estar totalmente convencido de que los demócratas van a reemplazar a Joe Biden cuando llegue la hora, en agosto, de nominar oficialmente al candidato. Simplemente, no puede creerse, no le entra en la cabeza, que Biden sea el aspirante.

Este parece ser el otro gran motor del voto a Trump entre los votantes que están un tanto indecisos. Trump es un “gilipollas”, como dice Justin, pero es mirar hacia el candidato demócrata y ver cómo se despejan las dudas a favor del republicano.

El retrato más decadente de EEUU

El mitin empieza finalmente a las seis y media. Mucha gente no ha podido entrar y la ansiedad se ha canalizado en un conato de pelea entre un joven y un señor maduro, inmediatamente abortado por la multitud y por las amenazas de llamar al Servicio Secreto. Trump comienza a hablar de lejos y por los altavoces, y sus palabras para la ciudad en la que habla y que le vio nacer hace 77 años no son precisamente buenas.

“Nuestro sistema de metro es escuálido e inseguro, los azulejos del techo están cayendo y tienen peor aspecto que el de un país del Tercer Mundo“, dijo con el pelo ligeramente encendido por el sol del ocaso y rodeado de banderas estadounidenses. “Las medianas de las autopistas se caen a pedazos, nuestras aceras están jalonadas de pilas de basura y, lo que es peor, de las agujas descartadas por personas que necesitan ayuda desesperadamente”.

El retrato macabro de un país decadente, ruinoso, al borde de la destrucción, lo completan las referencias a la frontera y a los inmigrantes sin papeles que él describe como invasores, y que promete deportar masivamente. “Devolveremos la seguridad a nuestras calles“, dice después. “Devolveremos el éxito a nuestras escuelas. Devolveremos la prosperidad a cada vecindario en cada barrio de la ciudad más grande de nuestra tierra. Reduciremos los impuestos. Devolveremos los negocios y a los grandes contribuyentes de vuelta a Nueva York”. Luego dijo que Gran Manzana se estaba “tiñendo de rojo muy rápido”: el color republicano. Un estado que, sin embargo, no elige a un conservador desde Ronald Reagan en 1984.

El intento de Trump de dar un golpe constitucional tras las elecciones de 2020, que culminó en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, es apartado de las conversaciones a manotazos como si fuera un moscardón. Ivette Colombo se cree la mentira de que le robaron las elecciones a Trump. Shawn, un joven afroamericano que votó a Trump desde el primer momento, dice que el republicano hace lo que promete y eso hay que respetarlo. Y Justin y sus amigos buceadores enmarcan el asalto al Capitolio como “una de las muchas cosas locas” que sucedieron ese año. Como el covid y las protestas masivas acompañadas de violencia callejera.

Unos 500 metros más allá, está el mitin organizado por una serie de representantes demócratas locales. Debe de haber unas 100 personas en total. Quizás menos. “Este es un mitin en defensa del Bronx, un mitin afirmativo, positivo, para mostrar lo que representa el Bronx”, dice Amanda Séptimo, representante de la Asamblea de Nueva York. “Esta es gente real, gente de aquí, que no ha venido de fuera para un mitin“.

Antes de que se acabe el encuentro demócrata, que ha reunido sobre un escenario a una decena de representantes estatales y de la ciudad, así como a miembros de varios grupos sociales progresistas, dos mujeres latinas de mediana edad y vestidas con la camiseta de un sindicato se marchan. “Nos están diciendo que nos quedamos”, dice una. “Pero tenemos que irnos a nuestras casas a atender a nuestros maridos y a nuestros hijos”. La otra le replica: “Nos vamos a que nos cuiden ellos a nosotras”.

Crotona Park queda de fondo. El olor a pollo frito de un Kennedy Fried Chicken (no confundir con Kentucky Fried Chicken) embarga a los viajeros que entran y salen de la estación de metro de la Calle 174. Varios pares de zapatillas atadas unas a otros por los cordones cuelgan del tendido eléctrico. El Bronx ha sido trumpista por un día.

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