Nadie arregla la crisis de vivienda. La ultraderecha está encantada de llenar ese vacío

Durante una campaña electoral en la que el problema de la vivienda se había convertido, por primera vez, en la mayor preocupación de los votantes de los Países Bajos, Geert Wilders, líder del ultraderechista Partido de la Libertad (PVV), señaló a los que consideraba los tres principales culpables: los solicitantes de asilo, los estudiantes extranjeros y las leyes medioambientales. Las respuestas no se hicieron esperar, con múltiples sectores calificando la acusación de “absurda” en un país con un déficit de cerca de 400.000 viviendas tras años de falta de inversión en nuevas construcciones. Unas críticas que poco importaron a un Wilders que poco después se alzaba con la victoria en las urnas neerlandesas.

El caso de Wilders es solo uno de los ejemplos del creciente papel que está jugando la crisis de la vivienda en el manual para movilizar el voto de la ultraderecha en Europa. Meses más tarde del triunfo del holandés, el partido Chega triplicaba su número de escaños en las elecciones portuguesas tras una campaña en la que el elevadísimo precio de los alquileres fue una de sus principales armas arrojadizas contra el Gobierno. En Irlanda, un país en el que hasta ahora la extrema derecha era virtualmente inexistente en las urnas, los analistas llevan meses dando la voz de alarma por su ascenso sin precedentes. El motivo más señalado: una escasez de vivienda que ha cuadriplicado el número de personas sin hogar durante la última década.

En una entrevista reciente con el periódico británico The Guardian, la relatora especial de la ONU sobre el derecho a una vivienda adecuada, Balakrishnan Rajagopal, alertaba de este creciente fenómeno. “La crisis de la vivienda ya no solo afecta a las personas con bajos ingresos, a los inmigrantes o a las familias monoparentales, sino también a las clases medias. Esta es la gran cuestión social del siglo XXI”, advertía. “Los partidos de extrema derecha prosperan cuando pueden explotar las brechas sociales que surgen de la falta de inversión y de una planificación gubernamental inadecuada… y cuando pueden culpar a los de afuera”, agregaba.

Esta crisis se ha convertido en uno de los principales problemas de la práctica totalidad de los estados miembros. De acuerdo con datos de Eurostat, desde 2015, el precio promedio para adquirir una vivienda en la UE ha subido un 48.4%, mientras que los salarios en el mismo periodo apenas han crecido un 19%. La situación es especialmente grave entre los jóvenes, con más de una cuarta parte de los europeos de entre 15 y 29 años viviendo en condiciones de hacinamiento. En la mayoría de las capitales del continente, la espera para conseguir viviendas de protección oficial es de más de una década.

La conexión entre el problema de la vivienda y la extrema derecha cuenta con un creciente respaldo académico. Un estudio realizado en 2023 por los investigadores Tarik Abou-Chadi, Denis Cohen y Thomas Kure sobre el comportamiento electoral en Alemania reveló que las personas que enfrentan subidas en su alquiler tienen más probabilidades de apoyar al partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán). Otra investigación publicada en 2022 por Charlotte Cavaillé y Jamie Ferwerda, concluyó que una directiva de la Unión Europea que obligaba a los municipios de Austria a abrir viviendas públicas a los inmigrantes —previamente excluidos— provocó un aumento en el respaldo a los partidos populistas de derecha.

En Italia, La Liga de Matteo Salvini y especialmente Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en italiano), el partido posfascista liderado por la actual primera ministra italiana Giorgia Meloni, fueron unos de los pioneros en fomentar esta narrativa. En 2019, cuando Meloni estaba en la oposición, criticó la intervención de la UE contra la región de Lazio por prácticas discriminatorias hacia la población romaní a la hora de adquirir vivienda pública. Meloni calificación la decisión como una “locura” y reiteró el principio de “los italianos primero” en servicios sociales, incluyendo vivienda.

Las soluciones son lo de menos

Grecia es el país más afectado por la crisis de la vivienda en la Unión Europea. Según el Banco de Grecia, los precios de compra de bienes raíces han aumentado casi un 70% desde 2018 en Atenas, mientras que los alquileres han subido entre un 35 y un 50% en la mayoría de zonas del país. El partido populista de extrema derecha Solución Griega, al que las encuestas vaticinan buenos resultados en las elecciones europeas, ha convertido el problema en su principal arma para azotar a los partidos de izquierda, Pasok y Syriza.

“Es impensable que las personas que crearon el problema de la vivienda en el país, las personas que hicieron que los griegos perdieran sus casas, estén hablando de un problema de vivienda”, manifestó recientemente el liderazgo del partido.

Pero, ¿qué planes tienen los partidos de ultraderecha griegos para resolver la peor crisis de vivienda de la Unión Europea? Solución Griega no ha hecho ninguna propuesta concreta, pero otra formación populista de derechas, Victoria, ha sugerido reformar el programa de ‘visas doradas’ para reducir las inversiones especulativas, poner límites al alquiler vacacional o forzar a los bancos a poner en alquiler las viviendas que tienen en propiedad. Medidas prácticamente idénticas a las que Pasok o Syriza han planteado en el pasado.

La falta de una hoja de ruta definida para solucionar la crisis de la vivienda es un fenómeno común entre la derecha europea. En Hungría, el partido a la derecha de Viktor Orban, Nuestra Patria, propone impuestos adicionales a las corporaciones multinacionales y propiedades de Airbnb, gravar los apartamentos vacíos y forzar a las universidades a edificar más residencias de estudiantes; en Polonia, Confederación ha prometido eliminar regulaciones para bajar los precios de los apartamentos; en Bulgaria, el partido Renacimiento intentó crear un monopolio de brokers inmobiliarios; en Rumanía, la Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR) reclama préstamos subsidiados y exenciones fiscales para familias numerosas, además de un programa de vivienda asequible en áreas rurales; en España, Vox ha llamado a ampliar la vivienda pública y liberalizar el suelo.

Se trata de una constelación dispersa de medidas que suelen ocupar un espacio muy pequeño del discurso de estos partidos, sobre todo si se compara con el tiempo que dedican a señalar el problema. Como explicaba en un análisis reciente Michael Byrne, profesor del University College Dublin especializado en economía política urbana, en lugar de propuestas políticas específicas sobre la vivienda, los partidos de extrema derecha se centran en fomentar la indignación señalando casos —reales o no— que involucran a inmigrantes, extranjeros y refugiados. “Lo que importa para estos movimientos no es qué tipo de política de vivienda existe (de hecho, no tienen políticas de vivienda), sino enmarcar el problema en una competencia de ‘nosotros contra ellos’ y movilizar una visión etno-nacionalista y exclusiva de la ciudadanía social”, apunta el experto.

La derecha radical ha demostrado ser experta en responsabilizar a la inmigración del problema de la vivienda, sumando este punto a la larga lista de agravios (listas de espera en sanidad, estancamiento de los salarios, falta de empleo…). Y ante la aparente incapacidad de los gobiernos europeos de todo rubro para encontrar una solución, los partidos ultras han encontrado algo que ofrecer a los votantes: un culpable.

Durante una campaña electoral en la que el problema de la vivienda se había convertido, por primera vez, en la mayor preocupación de los votantes de los Países Bajos, Geert Wilders, líder del ultraderechista Partido de la Libertad (PVV), señaló a los que consideraba los tres principales culpables: los solicitantes de asilo, los estudiantes extranjeros y las leyes medioambientales. Las respuestas no se hicieron esperar, con múltiples sectores calificando la acusación de “absurda” en un país con un déficit de cerca de 400.000 viviendas tras años de falta de inversión en nuevas construcciones. Unas críticas que poco importaron a un Wilders que poco después se alzaba con la victoria en las urnas neerlandesas.

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