Sergio del Molino: “Me gustan los personajes desarraigados, explicándoles y narrándoles intento explicarme un poquito a mí mismo”

Sergio del Molino se siente un apátrida y no se traga los discursos edulcorados de ningún tipo de nacionalismo. En una osada analogía, si para Rousseau el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe, para Del Molino podría ser desarraigado y es el proselitismo de la sociedad lo que lo ancla a la idea etérea de la pertenencia. 

Del Molino se hizo apenas hace unas semanas con el Premio Alfaguara 2024 por su nueva novela, Los alemanes, un libro en el que emergen nostálgicos de una grandeza que jamás han experimentado para disimular su apatridia, algún que otro nazi, un villano judío con sed de venganza y dos hermanos guiados por el hilo narrativo del fantasma de un tercero que vertebra una historia en la que Del Molino sentencia lo que muchos sospechan pero no quieren reconocer: el pasado es ineludible

El escritor enmarca la narración en un hecho real —la construcción en Zaragoza de una colonia de alemanes huidos de Camerún tras la invasión del país por parte de los aliados en la Primera Guerra Mundial— para confeccionar la que se erige en su primera gran novela. 

En una tradición ensayística y autobiográfica como la suya, parece que ha tenido que esmerarse en explicar que ha escrito una novela. ¿Lo siente así?No, no lo creo, he respondido a las preguntas, nada más (ríe). Está bien subrayar que es una ficción y que no da lugar a equívocos porque hay muchos elementos reales, pero nada más. No es porque tenga que explicar que he dado un giro, yo no noto que haya dado un giro, ni siento que esto marque un antes y un después en mi carrera. Creo que es perfectamente coherente con todo lo que he hecho hasta ahora.

¿Existe en la literatura la figura de la novela canónica? Por ejemplo, por la forma en la que está escrita, ¿es la biografía de María Antonieta, de  Stefan Zweig, menos novela que Guerra y paz, de Tolstói?No, no lo es y no debería serlo. La novela, por definición, es un género proteico que admite todo: ficción, no ficción, ensayismo… admite todo tipo de hibridación de géneros, pero sí que hay un modelo estándar de novela que el lector percibe con mayor facilidad. Eso tiene que ver con la ficción, con que hay un pacto de ficción claro en el que el lector sabe desde el principio a qué atenerse. En el momento en el que el pacto es ambiguo, el narrador no es fiable, no sabemos muy bien quién te cuenta la historia… cuando hacemos esos juegos todo sigue siendo novela, pero entramos en un territorio en el que el lector que quiere tener las cosas claras y saber qué es lo que le están contando se siente más inseguro. Es ahí donde empezamos a ponerle nombres y apellidos a las cosas, pero en la novela cabe todo, absolutamente todo.

Sergio del Molino, durante la entrevista con ’20minutos’.
Sergio García Carrasco

Acaba de utilizar un término al que recurre mucho cuando habla del proceso de escritura: jugar. ¿Le cuesta al lector despegarse de cierta solemnidad en la literatura?En mi experiencia le cuesta más al crítico. El lector entra enseguida porque además para él la lectura es una actividad placentera. Que le rompan un poco los prejuicios y las expectativas es algo que suele agradecer más que los críticos, que tienen una idea más relacionada con el canon y con cómo deben ser las cosas, y que además tienen una misión normativa de intentar establecer qué es cada cosa. Con lo cual, les cuesta más entrar a jugar porque para ellos la lectura no es un juego, sino algo mucho más serio y mucho más solemne.

Da la sensación de que Los alemanes está lleno de rincones con polvo y telarañas, decadentes, como el propio cementerio alemán o el bar Angelito, que son lugares en los que de manera natural pasó todo y hoy, si ocurre algo, es porque hay que forzarlo con situaciones que incomodan a los protagonistas. ¿Es posible dejar morir los lugares que han marcado nuestro pasado?Sí, sucede siempre, y si al renovarlos lo que haces es pervertirlos y convertirlos en otra cosa también desaparecen. Estamos en el corazón de Madrid, donde se vende para consumo de los turistas una idea de Madrid que es totalmente reconstruida, ficticia en el sentido de trampantojo y que está muy cuidada para intentar evocar algo que nunca fue. Sabemos perfectamente lo que pasaba y lo que ha pasado en muchas zonas de Madrid sobre las que no se intervino así, pues fueron decayendo de forma natural. Yo prefiero esa decadencia mil veces a la impostura de la resurrección constante, y los espacios de esta novela, como sus personajes, se van muriendo poco a poco sin que se intervenga artificialmente. A mí me parece que eso es muy saludable y es a lo que yo aspiro que pase con mi vida y con mis espacios: que se vaya todo muriendo poco a poco.

Levita sobre la novela un sentimiento de nostalgia por lo no vivido. La Alemania o el Camerún en los que Juan Schuster nunca vivió. Y la forma en la que se habla del Camerún en la novela recuerda un poco a la que utilizan aquellos que aún hablan de las Españas, ¿no? Una forma propia de seres un tanto atávicos que sienten nostalgia por una grandeza que jamás han experimentado.Eso es propio de cualquier forma de nacionalismo. El nacionalismo se inventa siempre las patrias porque las patrias son inventadas de por sí. Lo que ocurre es que el nacionalismo finge que no, se cree el cuento que los demás no se creen, viven recreando un pasado que nunca existió y adorando unos países y unas historias que no sucedieron nunca más allá de la mitología que ellos veneran. Estos alemanes [los de la novela] funcionan exactamente igual. A un nacionalismo se le da la razón cuando construye el país: hay unas embajadas, hay un Ejército, unos billetes de curso legal que le dan la razón a su fantasía. A estos pobres desgraciados, no. Estos pobres desgraciados lo único que tienen es su imaginario y sus invocaciones, con lo cual parecen ridículos, pero no son más ridículos que cualquier otro nacionalista.

A ese sentimiento de nostalgia por lo no vivido, llevado al terreno más personal, tal vez solo se pueda llegar a través de la literatura o la Historia, tanto por una idealización del pasado como por vivir un presente lleno de desafecciones. ¿Ha sentido usted alguna vez nostalgia por lo no vivido?Soy muy poco nostálgico en general, con mi propia vida y con los pasados inventados. Me gusta la Historia, me gusta explorar en ella, pero nunca con esa idea que anima a muchos lectores de novela histórica de imaginarte cómo sería tu vida en el Imperio romano o en otra época y de sentir que estarías mucho más a gusto o que perteneces a otro pasado. A mí hay periodos históricos que me fascinan, me gusta verlos y estudiarlos, pero no me gustaría vivir en ellos. Y además soy perfectamente consciente de que vivo en un periodo muchísimo mejor y que no podría adaptarme en ningún caso a ellos, pero sí que me parece que de esas experiencias históricas de algunos países y de algunos episodios se puede aprender y buscar inspiración para el presente. Yo, por ejemplo, creo que se ha malinterpretado muchas veces la historia del Imperio austrohúngaro. Se ha ridiculizado cuando en realidad es una fuente de inspiración muy grande para construir la Unión Europea. La UE podría construirse sobre los mimbres de lo que fue el Imperio austrohúngaro. Eso no quiere decir construir una UE nostálgica y volver atrás y hacer una cosa Biedermeier, sino intentar buscar en el pasado cosas que nos inspiran, de la misma forma que yo en la literatura busco en el pasado modelos que me inspiran para escribir mis libros. Solo tenemos pasado, al futuro no podemos mirar porque no existe. 

Prescinde en la novela de lo que históricamente se ha llamado narrador omnisciente. La historia está narrada desde diferentes puntos de vista, aunque parece que el hilo narrativo lo lleva un muerto, Gabi Ese. De nuevo el peso del pasado en la novela, ¿no? Sí, Gabi es el que vertebra todo, es el hilo que une a los personajes, y la evocación de su vida es lo que permite que los otros personajes cobren conciencia de sí mismos y de la relación que les une. Al principio, cuando empecé a imaginar muy embrionariamente la novela, Gabi Ese era solo un accidente, una palanca instrumental para poder unir a los personajes, pero enseguida me di cuenta de que tenía un poder amalgamador y de que su vida, su experiencia y su evocación como fantasma permitían a los demás reunirse alrededor, como si fuera el fuego de un hogar al que todos van a calentarse. 

Tres hermanos, tres personajes muy bien construidos. Da la sensación de que todos tienen un poco de razón, pero ninguno la tiene del todo.De hecho, creo que nadie tiene razón, porque nadie la tenemos. Siempre somos injustos, siempre nos falta información para valorar a los demás, siempre tiramos de prejuicios, nos equivocamos constantemente. Estamos recalibrando constantemente la imagen que tenemos del mundo e incluso de la gente que tenemos más cerca y con la que hemos crecido, y siempre nos equivocamos, siempre nos pasamos de frenada o no llegamos. Además, hay otro elemento a lo que has añadido, y es que estos hermanos no se comunican, se callan muchas cosas. Son incapaces de traspasar la barrera de la comunicación por la familia en la que han crecido, porque han crecido entre ese silencio. Ellos querrían decirse cosas, pero no son saben, y eso les aboca a una incomunicación y al malentendido constante entre ellos. 

¿Por qué le interesan tanto los apátridas?Porque creo que es una condición mucho más generalizada de lo que parece. Me interesan los apátridas, me interesan los judíos en tanto que apátridas mayúsculos a lo largo de la historia, porque creo que esa sensación de extrañeza es mucho más natural y propia de la experiencia humana que la sensación de arraigo. Creo que somos muchos más los que tenemos una relación problemática con el lugar del que venimos y el lugar en el que vivimos que los que se sienten plenamente cómodos con ello. Y, sin embargo, solo hablan los que se sienten cómodos, parece que los demás somos raritos. Por eso me gusta fijarme en esos personajes, porque me siento muy identificado con ellos. Explicándoles y narrándoles intento explicarme un poquito a mí mismo.

Sergio del Molino, para ’20minutos’.
PREVISIONES 20M

Hay una parte en la narración de Eva en la que dice: “Hans Schuster, el fantasma que aún mandaba en el piso de mi padre”. ¿Hay muertos que mandan más que los vivos?Sí, en la mayoría de las casas mandan los muertos, y en la mayoría de los países. Mandan muertos pero porque les dejamos mandar, porque les concedemos ese poder. Por ejemplo, para los romanos los dioses de Lar eran casi más importantes que los dioses oficiales, y los lares eran los muertos, los antepasados. A los muertos siempre les hemos concedido un poder enorme porque los necesitamos, necesitamos encomendarnos a ellos, y al hacerlo nos sentimos parte de una continuidad y sabemos que formamos parte de un todo más trascendente. El sentido de la trascendencia nos viene a través del culto a los muertos.

En una actualidad futbolística dominada por los grandes jeques árabes y los petrodólares, pone en la novela a un gerifalte judío, que además hace de villano, a soltar pasta para comprar el Real Zaragoza. ¿Provocador?(Ríe). No, no. Tenía que buscar la némesis de esos alemanes, pero hay también grupos muy potentes de inversores israelíes y la mafia israelí es muy potente. A mí me interesa mucho el fenómeno de la mafia israelí. He leído bastante sobre ello y me alucina cómo ha crecido al calor del conflicto con los palestinos, cómo se ha aprovechado de él como se aprovechan todas las mafias. La mafia durante la Segunda Guerra Mundial también creció muchísimo. Creo que es una parte inexplorada de intentar conseguir que las víctimas sean victimarios y que tengan esa doble cabeza de Jano.

La crueldad nazi y su obsesión por el exterminio judío, ¿ha beneficiado al resto de países de Europa a la hora de esconder su antisemitismo histórico?Hicieron que se sintieran avergonzados institucionalmente. Eso sí, de una forma muy cómoda porque tampoco tenían que mirar a los ojos a los judíos porque ya no existían. En Europa oriental desaparecieron directamente, hay un libro precioso de Omer Bartov que se titula Borrados, en el que recorre las juderías de Europa oriental y no encuentra ni un solo rastro; y en Europa occidental estuvieron bastante diezmados. La comunidad judía más importante y secularizada de Europa occidental es la británica, junto a la francesa, pero están muy asimiladas dentro y son difíciles de percibir, con lo cual pudieron redimirse sin necesidad de enfrentarse y mirar a los ojos a los judíos durante un tiempo. Pero creo que el antisemitismo es algo que rebrota frecuentemente en la cultura europea.

Descubrió la historia de los colonos alemanes en torno al año 2007 y desde entonces quería escribir esta novela. ¿Hay historias que un escritor ha de guardar en un cajón para que se curen y maduren y así poder recuperarlas años más tarde?Creo que cada escritor tiene su método y sus estrategias. Yo no las dejo en el cajón, las dejo en la cabeza. Yo opero por obsesiones: hay una obsesión que puede surgir por un determinado lado y va creciendo y enriqueciéndose con otras cosas. Yo sé que hay dos o tres asuntos de los cuales en algún momento escribiré, los tengo siempre en la retaguardia, están siempre madurando como esta carne que está de moda, la carne de siete meses de maduración.

David Gistau contó en alguna ocasión que admiraba tanto a Umbral que llegó un momento en el que se dio cuenta de que tenía que despegarse de su obra para poder construir su propia voz. ¿Usted ha tenido que despegarse de alguien a quien admiraba mucho para convertirse en el escritor que es hoy?No, afortunadamente no he tenido una relación tan simbiótica como la que tenía Gistau con Umbral. Sí que he admirado a muchos, pero no he sentido que haya tenido que matar al padre, en mi caso siempre me he sentido muy libre y nunca he visto que mi estilo y mi forma de escribir estuviese demasiado pegada a algo por lo que tuviera que asesinar al padre que la inspiraba.

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