Adiós a Paul Auster, el escritor de Brooklyn que nos enseñó a amar el azar

Con Paul Auster (Nueva Jersey, 1947; Nueva York, 2024) se va una manera de escribir y una visión única, alejada de las ubicuas redes sociales y de la, a veces, castradora tecnología. Al autor, considerado el epítome del escritor de Brooklyn, le gustaba crear con un bolígrafo, y, como contó en La historia de mi máquina de escribir (2002), mecanografiar el resultado con su rudimentaria máquina Olympia. Porque como señaló, escribir es algo físico.

Paul Auster ha fallecido este martes de un cáncer de pulmón a los 77 años. Al contrario de muchos de sus protagonistas, a los que rodea la incertidumbre ya que los narradores no suelen ser fiables, su biografía es clara. No solo escribió memorias –su primer libro, La invención de la soledad (1982) trataba sobre la relación con su padre–, sino que nutrió sus tramas con su vida: muchos de sus personajes fueron escritores marcados por la perdida y el azar.

Su abuelo paterno fue asesinado por su abuela, que quedó en libertad al demostrarse que sufrió un trastorno mental transitorio. Cuando tenía 14 años, Auster presenció cómo un chico moría tras haber sido alcanzado por un rayo, un acontecimiento sobre el que dijo reflexionó “a diario”. El azar engrana sus historias; en su novela La ciudad de cristal (de 1985 y que más tarde se incluiría en un solo tomo junto a otras dos narraciones-puzle en La trilogía de Nueva York), la palabra “azar” aparece en las primeras líneas. En 4 3 2 1 (2017), el protagonista muere en una de las cuatro versiones después de que en un rayo parta la rama de un árbol y se le caiga encima. En Auster, el recurso de las cajas chinas es una constante.

Su enfoque es cortazariano, otro autor venerado en Francia, y tiene mucho de deconstrucción

Su literatura deviene juego, el lector busca claves y participa en la creación, quizá por eso, en Francia, es una estrella. Su enfoque es cortazariano, otro autor venerado en Francia, y tiene mucho de deconstrucción, a lo Jacques Derrida. Porque incluso cuando se basa en géneros tan trillados como la novela negra, Auster indaga en cuestiones existenciales como la identidad, las vicisitudes del lenguaje o las implicaciones de la autoría. Aunque el propio Auster afirmó más de una vez preferir las narraciones de Emily Brontë a la filosofía de Jean Baudrillard.

Hijo del propietario de varios edificios en la ciudad de Jersey, Paul Auster vivió en París a principios de los setenta, donde sobrevivió traduciendo del francés a los surrealistas, a Mallarmé o a Sartre, y con la publicación de sus primeros trabajos en revistas literarias. Compartió piso con la que más tarde se convertiría en su primera mujer y en la madre de su hijo Daniel, la también escritora Lydia Davis. Licenciado en Literatura Inglesa y Comparada, no solo fue premiadísimo en Francia, también en España donde en 2006 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Aunque criado en Nueva Jersey, su nombre se asocia a Brooklyn donde se mudó en 1980 a Park Slope, un vecindario presente asimismo en su imaginario cinematográfico. Su guión para Smoke (1995), digirida por Wayne Wang y protagonizada por Harvey Keitel, se inspira en Park Slope, donde vivió junto a su segunda mujer, la también escritora Siri Hustvedt, Premio Princesa de Asturias 2019.

Auster conoció a Hustvedt en 1981 en un recital de poesía, y se casaron el año siguiente; en 1987, tuvieron a Sophie Auster, cantante y actriz (parte del reparto de Lulu on the bridge, escrita y dirigida por su padre en 1998). La complicidad era absoluta: leían y criticaban sus trabajos y entre sus amigos estaban Ian McEwan y Salman Rushdie.

No lo tuvo siempre fácil. En 1998, Daniel Auster, hijo del escritor y de Davis, se declaró culpable del robo de 3.000 dólares a un narcotraficante. En 2022, falleció de sobredosis pocos días después de haber sido acusado de homicidio involuntario por la muerte de su bebé de 10 meses: según la autopsia, su hija había muerto a consecuencia de una sobredosis de heroína y fentanilo.

Como muchos de sus personajes, fue un autor prolífico, con una disciplinada rutina: escribía seis horas al día, a veces siete días a la semana; de ahí, que en periodos de su vida publicara un libro al año. Con la edición, Auster también jugó a las muñecas rusas. En total 34 libros, entre los que figuran novelas cortas que fueron integradas en libros más gruesos, 18 novelas y varias memorias, ensayos, poemas, libros de relatos o guiones. Otras de sus novelas ineludibles, son El país de las últimas cosas (1987), El palacio de la luna (1989), La música del azar (1990), Leviatán (1992), Mr Vértigo (1994), o El libro de las ilusiones (2002). 

En España, muchos lectores y escritores sucumbieron a su caleidoscópica prosa gracias a las ediciones de Anagrama y más tarde, de Seix Barral. “Todos leíamos a Paul Auster en esas ediciones de colores de Anagrama. Lo leí antes de otros autores que le precedieron como Philip Roth o Saul Bellow, todos esos judíos que luego me influyeron tanto, y antes que los que vinieron luego, como Jonathan Franzen. Con él aprendí, que el azar desordena la vida real, pero ordena las ficciones”, nos cuenta el escritor Miki Otero (Barcelona, 1980) que añade: “Mantuvo una carrera sólida y fue añadiendo capas a medida que envejecía. No podrá seguir escribiendo, pero seguiremos leyéndole”.

Con él aprendí, que el azar desordena la vida real, pero ordena las ficciones

Siempre le perseguiría el éxito de la Trilogía de Nueva York. Pero, él no creía en mejores o peores trabajos, por eso, en Una vida en palabras. Conversaciones con I. B. Siegumfeldt (de 2016) habló de la perniciosa manía de los periodistas de considerar la obra con la que el público conoce a un artista como la obra culmen. Su última novela Baumgartner, publicada el pasado febrero, añade otra capa al universo Paul Auster, un relato crepuscular sobre la soledad de la vejez.

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