Transfuguismo

La oposición política de turno se rasga las vestiduras ante el elevado número de dirigentes, incluidos legisladores y alcaldes que, en plena campaña electoral, que dice se transfieren al partido oficial, un añejo transfuguismo que refleja preocupante decadencia ética y moral en la clase política y en la sociedad.

El gobierno ha rechazado que ese oleaje de dimisiones partidarias se motorice mediante el uso de recursos del Estado y en cambio postula que las renuncias se producen de manera voluntaria, atraídos los renunciantes por el tipo de gestión que realiza el presidente Luis Abinader.

En sociedades políticamente avanzadas también se produce el fenómeno del transfuguismo, pero más frecuente en el Parlamento, donde uno o varios legisladores anuncian su cambio a otra bancada o se declaran independiente, al expresar disidencia con su partido, sin importar si está en el gobierno o en la oposición.

Aunque se aducen causas similares, aquí es costumbre que durante periodos proselitistas al partido de gobierno, cualquiera que sea, le toca beneficiarse de la automática zafra de transfuguismo, que cada torneo electoral son más voluminosas en términos de cantidad, aunque no de calidad.

Ya no se guardan las apariencias ni se cubren las faltas con ropaje ideológicos, sino que simplemente cada cual se acoge a la ley del mercado de oferta y demanda, con ligeras excepciones de dirigentes que actúan por convicciones políticas o éticas.

Tiene razón la Fundación Institucionalidad y Justicia al advertir que el transfuguismo político debilita el sistema de partidos y atenta contra el pluralismo político, pero debe decirse también que ese flagelo se acentúa porque la clase política lo estimula y porque la sociedad ha sido indiferente.

Difícil es comprobar si el litoral oficial ha instalado alguna agencia de compra de dirigentes opositores o si en el lado opuesto se improvisan mercados de conciencias. El sentido común indica que ambas plazas operarían de manera simultánea, aunque quienes se lamentan hoy no son los mismos de ayer.

La gran tragedia del transfuguismo ha sido que ya se convirtió en costumbre de cada cuatro años, que debilita al sistema de partidos, pero peor aún: que puede ser un reflejo de una marcada degradación colectiva, que como cáncer se expande por todo el tejido social.

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