Estos son los terribles asesinos en serie que inspiraron el psicópata de ‘El silencio de los corderos’
En 1991, Anthony Hopkins vio estrenada en salas la película que lo haría alzarse con su primer Oscar: El silencio de los corderos. Su interpretación del asesino, caníbal y expsiquiatra Hannibal Lecter lo aupó a los anales de la historia del cine y, ciertamente, el personaje conseguía abarcarlo todo, tanto en la trama como en la pantalla.
Tanto es así que, con frecuencia, se nos olvida que la trama principal de la película no gira en torno a Lecter, sino en torno a otro asesino en serie, en libertad, a quien Lecter ayuda a atrapar a través de sus conversaciones con Clarice Starling (Jodie Foster).
Ese asesino, en la ficción, es bautizado por policía y prensa como “Buffalo Bill”, aunque su nombre resultó ser Jame Gumb. Un psicópata que mataba brutalmente a sus víctimas, todas mujeres de la misma complexión, sin una motivación sexual aparente, a quienes arranca la piel con la finalidad de hacerse un “traje de mujer”.

La película es una adaptación de la novela homónima escrita por Thomas Harris en 1988, que es a su vez secuela de su novela de 1981 Dragón Rojo (que también sería después llevada a cine con el mismo título).
Si bien en la novela se dedica un amplio espacio a pormenorizar la infancia y adolescencia de Jame Gumb (de quien se afirma que su nombre mal escrito se debe a una errata en el registro que nadie se molestó en corregir), en la película se resuelve con una frase certera por parte de Lecter: “Nuestro Billy no nació criminal, Clarice. Se convirtió en uno tras años de abuso sistemático”.
El personaje de Gumb odia su propia identidad y, tras ser rechazado para una operación de reasignación de género en varias ocasiones, despelleja a mujeres para hacerse un “traje de mujer”, aunque son varios los personajes a lo largo de la historia que afirman que Gumb no es una persona transexual. En la novela, además, también se dan múltiples ejemplos de cómo Gumb no encaja en el perfil psicológico de un transexual real.
Para la creación de su asesino, Harris recogió elementos de tres asesinos en serie de la vida real:

Ted Bundy. Con más de treinta brutales asesinatos a sus espaldas, Bundy fue uno de los asesinos en serie más prolíficos de la historia de los EE.UU. Murió en la silla eléctrica en enero de 1989, a los 42 años.
Hasta su arresto en 1975, Bundy se sirvió de dos modus operandi diferentes para asaltar a sus víctimas. Aunque, especialmente al principio, se colaba en las casas de las mujeres para violarlas y matarlas, después refinó su estrategia y fingía algún tipo de incapacidad física, mediante un brazo escayolado o unas muletas, que le dificultaban cargar algo en su coche. Con esta técnica atraía a mujeres que se ofrecían a ayudarlo, para después incapacitarlas, violarlas y matarlas. Esta técnica es exactamente la que usa Buffalo Bill en El silencio de los corderos, y tal cual se ve en una escena de la película.

Gary Heidnik, el coleccionista de mujeres. Entre 1986 y 1987, Gary Michael Heidnik secuestró, violó y torturó a seis mujeres, a quienes tuvo retenidas en un pozo que él mismo había excavado en el suelo del sótano de su casa en Filadelfia. La primera de ellas fue Josefina Rivera. Después secuestraría a cuatro mujeres más, y una de ellas, Sandra Lindsay, de 24 años, moriría por una combinación de hambre y fiebre no tratada. La siguiente en fallecer sería Deborah Dudley, que murió electrocutada. Heidnik la sustituiría por la que fue la más joven de sus seis cautivas, Jacqueline Askins, de solo 18 años. Rivera lo ayudó después a secuestrar a otra mujer, Agnes Adams, y al día siguiente le pidió ir a visitar a su familia. Heidnik accedió, y Rivera contactó con la policía, que fue de inmediato a detener a Heidnik a la gasolinera donde estaba esperando a la que había sido su primera víctima.
Las supervivientes fueron rescatadas del pozo y Heidnik fue condenado y sentenciado a pena capital. Murió por inyección letal en 1999, a los 55 años. El pozo es un elemento clave tanto en la novela como en la película.

Ed Gein, el carnicero de Plainfield. Gein se crio con un padre maltratador y una madre autoritaria en una granja de Plainfield, y acabó convertido en uno de los asesinos más escalofriantes de la historia de los EE. UU.
Si bien no es considerado un asesino en serie, porque se confesó culpable de haber matado a dos personas (hacen falta tres para ser considerado asesino serial) y de uno de esos casos no se encontraron pruebas, lo que la policía encontró en su casa en 1957 quedaba fuera de todo lo razonable: en el registro hallaron, entre otras cosas, huesos humanos; una papelera, asientos de silla y lámparas hechos con piel humana; cráneos en los postes de su cama y como cuencos; nueve vulvas en una caja de zapatos; cuatro narices; máscaras hechas con piel de cabezas de mujer; leggings fabricados con piel humana o un cinturón hecho a partir de pezones femeninos. Los cadáveres para su parafernalia doméstica, salvo las dos mujeres a las que reconoció haber matado (Mary Hogan y Bernice Worden), los robó de varios cementerios durante años. En 1968, Gein fue declarado legalmente demente y pasó el resto de su vida en una institución psiquiátrica. Murió a los 77 años, en julio de 1984, de una insuficiencia respiratoria causada por un cáncer de pulmón.

Edmund Kemper, el asesino de colegialas. Ed Kemper es un clásico en el estudio de los asesinos en serie de EE. UU. y, probablemente, el más importante en el trabajo de John Douglas, el primer perfilador criminal del FBI. Extremadamente inteligente y hábil para el engaño, Kemper violó, mató y mutiló a, al menos, diez mujeres entre 1964 y 1973.
Si bien no es una referencia reconocida y no hay nada del modus operandi de Kemper en el asesino de El silencio de los corderos, llama poderosamente la atención un detalle común entre ambos:
En la novela, Harris relata cómo de niño Gumb es adoptado por sus abuelos, que acaban convertidos en sus primeras víctimas cuando él tiene 12 años.
Del mismo modo, Kemper fue a vivir con sus abuelos debido al rechazo de su madre, y ellos se convertirían en sus primeras víctimas cuando él tenía 15 años. Dijo que mató a su abuela “para saber qué se sentía”, y a su abuelo “porque se iba a enfadar con él por haber matado a su abuela previamente”. Su madre sería su novena víctima reconocida, en abril de 1973. Después invitó a una amiga de su madre a casa para matarla también. Sería su última víctima. Kemper llamó ese mismo día a la policía, dijo que era el asesino de colegialas, confesó su necrofilia y su canibalismo y dijo dónde podían encontrarlo para arrestarlo.
Edmund Kemper fue condenado a ocho cadenas perpetuas con posibilidad de libertad condicional. Actualmente tiene 75 años y ha rechazado salir con libertad condicional. Dice ser feliz en la cárcel.