De Irán a Białowieza: cómo este bosque polaco se convirtió en una trampa mortal

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Hacía tanto frío y caminó tantas noches entre el hielo, el barro y las ramas de aquel bosque bielorruso que a la iraní Marzieh Safdari (Mehbanoo en redes sociales) se le ennegrecieron los pies. Bielorrusia era la penúltima parada, en el camino a Europa, que esta periodista iraní, de 47 años, había emprendido en su tierra natal, Irán, tras las protestas por la muerte de Mahsa Amini, en el otoño de 2022. Marzieh atravesó –primero sola, y luego en grupo— Turquía, Armenia, Rusia, Bielorrusia y Polonia. “Me trae recuerdos tan amargos que hasta me ha hecho llorar”, confiesa por mensaje a El Confidencial, desde Alemania, donde llegó en junio de 2024 y tramita su solicitud de asilo.

Marzieh es una de las decenas de miles de solicitantes de asilo que han intentado una nueva vida en Europa, a través de la rocambolesca ruta de Minsk, desde 2021, cuando un inusual número de personas –la mayoría de Oriente Medio y África— empezaron a viajar a Bielorrusia, con el objetivo de cruzar a sus vecinos de la UE, Polonia, Letonia y Lituania. Ella sobrevivió al bosque. Muchos otros no.

Miles de paquetes de turista a Minsk

En la primavera de 2021, miles de viajeros de países tan dispares como Siria, Somalia, Etiopía, Yemen, Afganistán e incluso Cuba, Irán o Marruecos, empezaron a volar a Minsk, la capital de Bielorrusia, con paquetes turísticos de agencias de viajes –vuelo de ida y vuelta, hotel y visado—. En la mayoría de los casos, su objetivo no era hacer visitar el gran Teatro de Ópera y Ballet de Minsk, sino atravesar el inmenso bosque de Białowieża, en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, y empezar una nueva vida en Europa.

Un grupo de hombres raquíes espera un vuelo en el Aeropuerto Nacional de Minsk, en Bielorrusia, el 25 de noviembre de 2021. (EFE/Ramil Nasibulin).

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Hasta familias cubanas han huido de ese modo, volando de la Habana a Moscú y siendo trasladados de allí a Minsk. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) está examinando el caso de varios cubanos contra Lituania, a los que se expulsó sin permitirles solicitar asilo. Este caso podría determinar el futuro de las expulsiones en la UE.

En su defensa, las autoridades de Polonia, Lituania y Letonia acusan a Minsk de instrumentalizar a los migrantes, emitiendo visados ​​y facilitando su acceso a la frontera, como represalia a las sanciones de la UE. Tras las elecciones de Bielorrusia en 2020, en las que el líder bielorruso Alexander Lukashenko –en el cargo desde 1994— obtuvo más del 80% de los votos, Bruselas sancionó a Minsk, por la represión de los manifestantes y acusación de fraude electoral. El 19 de mayo, Lituania presentó una demanda contra Bielorrusia ante la Corte Internacional de Justicia, a la que acusa de “ayudar, apoyar y facilitar el tráfico ilícito de migrantes”, reza el documento.

Polonia, que comparte unos 400 kilómetros de frontera con Bielorrusia, ha puesto en marcha un polémico mecanismo jurídico que suspende el derecho al asilo de los refugiados que cruzan por Bielorrusia. La prohibición, establecida por el gobierno centrista de Donald Tusk, el 26 de marzo, inicialmente para 60 días, fue renovada el 21 de mayo, pese a las críticas de organizaciones humanitarias y del Defensor del Pueblo, y podrá renovarse indefinidamente mediante la aprobación del parlamento.

Los muertos del bosque

En ese contexto, el bosque de Białowieża, uno de los últimos bosques vírgenes de Europa, hábitat de bisontes, jabalíes y zorros, se ha convertido en escenario de una crisis humanitaria, en la que han muerto, desde 2021, al menos, 97 personas, entre ellos varios niños y mujeres,por hipotermia o ahogados, según datos de la coalición Border Group. La situación se ha agravado en los últimos meses. Los cruces desde Bielorrusia a la UE se incrementaron en un 66% en 2024, respecto al año anterior, según la Comisión Europea. Y han aumentado las denuncias de violencia de las autoridades y devoluciones en caliente.

Un grupo de yemeníes recibe asistencia de miembros de organizaciones humanitarias mientras rellenan sus documentos migratorios en el bosque de Białowieża. (Reuters/Kacper Pempel)

“Permanecimos en el bosque durante mucho tiempo [meses] antes de llegar al aterrador muro polaco y esa policía fronteriza bien equipada”, rememora la iraní Safdari, que había empezado el viaje sola, pero en Rusia y Bielorrusia se sumó a más gente, “porque nos llevaban en grupos al bosque y a los cruces fronterizos”. Cuenta que al llegar a Minsk, se instalaron en casas clandestinas lejos del centro, y se prepararon: calzado adecuado, sacos de dormir, varios calcetines, ropa de repuesto, y, “nos enviaron al bosque”. “En una vivienda, hubo un momento que éramos hasta 50 personas”, detalla. Entonces, “la policía nos encontraba, algunos escapaban por la ventana y nos arrestaban”. Otras veces, se caían “y la policía nos golpeaba”.

Cuando llevaba unos cinco meses allí intentaron cruzar por Lituania y Letonia. Era invierno, y sus pies se entumecieron, así que la dejaron en una casa con otros 20 hombres. En una de esas viviendas, asegura que fue violada “por un desgraciado que me dejó sola cuando los demás se habían ido al bosque”. Dice que los contrabandistas son “personas despiadadas e irresponsables, que ni siquiera conocían nuestras rutas” y llevaron hasta allí “a personas atrapadas en sus países”. “Incluso llegué a la frontera finlandesa vía San Petersburgo, a pesar del frío, unos en coche y otros a pie, pero tampoco nos dejaron pasar ni con los documentos que me prepararon por tanto dinero”. “Vi la muerte cerca varias veces”, afirma. “Por desgracia, hubo gente que no continuó”, agrega.

En el aeropuerto de Minsk, varios iraquíes que habían quedado atrapados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia debido a las bajas temperaturas. (EFE/Ramil Nasibulin)

Marzieh era periodista en Irán. Había crecido en una familia conservadora de Teherán, “incluso me cubría delante de mi hermano y mi primo”. Hasta los 18, dice que fue una niña “de ojos y oídos tapados”. Entonces, fue a la Universidad y estudió periodismo. “Y esa niña empezó a romper tabúes”. Por su activismo, fue procesada. Sufrió interrogatorios y violencia física y sexual. “Me da náuseas recordarlo”. Pese a ello, continuó con su actividad en redes, bajo seudónimo, hasta las protestas de 2022, cuando volvió a ser arrestada y reabrieron su caso. Entonces, decidió irse del país.

Como en una partida de ping pong

Como Marzieh, muchos refugiados han pasado días e incluso meses atrapados en el bosque. La crisis estalló en el otoño de 2021, durante el gobierno polaco ultraconservador de Ley y Justicia (PiS). En septiembre de ese año, Polonia declaró el estado de emergencia en la frontera, prohibiendo el acceso a periodistas y ONG y, poco después, el parlamento aprobó enmiendas a la Ley de Extranjería para permitir las devoluciones en caliente e imposibilitar la solicitud de asilo. “Legalizaron lo ilegal”, cuestionan desde la organiación Oxfam, aludiendo a que las devoluciones en caliente son ilegales bajo la legislación internacional, europea y la Constitución polaca. Desde entonces, los migrantes han sido enviados del lado polaco al lado bielorruso del bosque, como en una partida de ping pong.

Tras las elecciones de 2023, y la toma de posesión del centrista Donald Tusk como primer ministro, algunos pensaron que cambiarían las cosas, pero, “la situación continuó deteriorándose a lo largo de 2024”, denuncia Oxfam. La violencia contra los migrantes se disparó y, “bajo el nuevo gobierno de Donald Tusk, se promulgaron leyes aún más restrictivas”, detalla. Solo en 2024, las organizaciones en la frontera detectaron 3.183 devoluciones en caliente.

Unos niños se asoman por la alta barrera a lo largo de la frontera entre Polonia y Bielorrusia, cerca de Bialowieza, en Polonia, el 28 de mayo de 2023. (Reuters/Agnieszka Sadowska)

En un contundente informe, Oxfam y la ONG polaca Egala acusan a Polonia de haber “priorizado la violación de los derechos humanos sobre soluciones humanitarias, adoptando, desde el principio, una política ilegal de expulsiones”. El punto de inflexión se produjo en mayo de 2024, cuando un migrante apuñaló a un soldado a través de la valla, durante un forcejeo. “No olvidaremos este sacrificio”, escribió en su cuenta de X, el primer ministro polaco, Donald Tusk. En julio de 2024, el parlamento polaco aprobó una ley que elimina la responsabilidad penal sobre las fuerzas fronterizas por disparar con armas de fuego. A mediados de junio de 2024, una mujer iraní había recibido un disparo en un ojo, desde el lado polaco de la valla.

Para llegar al lado polaco –tras un muro de hierro, y una valla de alambre de púas, de unos 4 metros de altura— la iraní Marzieh dice que usaron gatos hidráulicos para abrir un hueco “y que las personas delgadas pudieran pasar sin mochilas”. “A veces llegan súper débiles, exhaustos”, asegura Hajdarowicz, “con cortes por concertina, tobillos rotos, hipotermia”, describe. “Que tiemblen es algo bueno porque significa que el cuerpo todavía está tratando de luchar”.

“Por un lado, podemos decir que, en términos de narrativa y discurso, es peor que antes, porque el gobierno actual está intensificando aún más el discurso de la securitización”, afirma por teléfono a El Confidencial, la socióloga polaca Inga Hajdarowicz, miembro del grupo de coordinación Researchers on the Border. Dice que, a diferencia con el gobierno anterior, que era muy conservador, “y se centraba principalmente en la protección de Polonia, este es más pro-UE”, el discurso del actual “es que Polonia no solo protege sus fronteras, sino también a la UE”. Durante el gobierno de PIS, Polonia procesó a cinco activistas que habían ofrecido ayuda humanitaria a refugiados. El gobierno de Tusk no detuvo el proceso.

“Dios, ¿dónde están y por qué no me ves?”

“¡Qué humillación!, los registros, las palizas, los insultos a nuestros pies descalzos, los gritos y el gas lacrimógeno”, rememora Marzieh. Dice que a veces también desnudaban a las mujeres porque sabían que escondían el móvil en su ropa interior. Otras caminaron descalzos, durante horas. Una noche, esta iraní, que hacía mucho había abandonado la religión, maldijo a Dios: “¿Dónde están y por qué no me ves?”.

En el momento en que se publica este reportaje, la solicitud de residencia en Alemania de Marzieh ha sido rechazada; ha contratado un abogado y ha apelado la decisión.

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