
“El misil cayó la tercera noche”, cuenta David L., desde Be’er Sheva. “Las dos primeras fueron muy difíciles: apenas pudimos dormir y los niños lloraban cada vez que sonaba una sirena. Pensábamos que sería otra oleada de miedo, como tantas otras, pero el misil impactó a pocos metros de casa, justo en el lugar donde mis hijos suelen jugar con sus bicicletas. Las ventanas del cuarto de juegos estallaron y el apartamento quedó como sacado de una imagen de zona de guerra. En ese momento supe que teníamos que salir del país.”
El cierre del espacio aéreo y la imposibilidad de salir por aire en vuelos comerciales ha llevado a que recurran a cualquier vía para escapar: rutas improvisadas por tierra hacia Jordania y Egipto, vuelos chárter organizados a través de grupos cerrados de Telegram o WhatsApp, y barcos contratados desde Taba o Larnaca. En paralelo, han proliferado agencias exprés, intermediarios anónimos y oportunistas que ofrecen “salidas seguras” a precios de guerra.
El ataque estadounidense sobre territorio iraní transformó la lógica del conflicto. Ya no se trataba únicamente de un enfrentamiento entre Israel y sus enemigos regionales, sino de un escenario con implicaciones globales. La posibilidad de un cierre total del espacio aéreo, la militarización de fronteras y la interrupción de rutas diplomáticas disparó el número de ciudadanos que buscaban salir del país antes de que fuera demasiado tarde.
Desde Tel Aviv hasta Jerusalén, la pregunta se repetía con creciente urgencia: “¿Y si decido irme, cómo lo hago y a qué precio?”
“Me ofrecieron trabajar como escolta en una de las compañías que organizan salidas seguras para judíos a través de Egipto o Jordania”, cuenta Lavi A., exsoldado de las Fuerzas de Defensa de Israel. “Acompaño a familias que se marchan con el temor de no volver nunca al Israel que conocen. Y no puedo evitar pensar en las familias palestinas, que ni siquiera tienen la posibilidad de escapar a un lugar seguro.”
Los autobuses cargados de familias que intentan dejar el país suelen partir desde Jerusalén. El trayecto puede costar hasta 3.000 dólares e incluye escolta armada, asistencia en los pasos fronterizos y alojamiento en lugares considerados seguros para ciudadanos israelíes.
“Nos da miedo que nos ataquen en Egipto por ser israelíes”, cuenta Yaakov, un estudiante que intenta llegar a Estados Unidos viajando a través del Sinaí. “Hemos oído hablar de casos en la frontera jordana, donde las autoridades confiscaron agua, requisaron tefilín y libros de oración, y humillaron a los pasajeros llamándolos Yahud, ‘judío’, de forma despectiva.”
A pesar de la viralidad de estos relatos en redes sociales, Lavi asegura que ni él ni sus compañeros, trabajando en distintas rutas, han presenciado abusos. “Lo más que he escuchado fue a un soldado comentar: ‘Ahora vais a entender lo que es la guerra’. Y tiene razón.”
Guía para salir del país
No dejan de surgir nuevas agencias, y las hay para todos los perfiles: desde las más asequibles hasta servicios de lujo que incluyen incluso acompañamiento espiritual desde la puerta de casa hasta el aeropuerto, chóferes armados y la posibilidad de cruzar la frontera hacia Amán sin ser identificados por las fuerzas de seguridad.
Las instrucciones son claras y coinciden en todos los casos: no revelar itinerarios ni fechas de viaje, pagar por adelantado y seguir en todo momento las indicaciones del escolta o del experto en seguridad asignado.
También se comparten por redes números de teléfono de conductores jordanos de confianza, que se encargan de recoger a ciudadanos israelíes en la frontera de forma privada. En Telegram, varios grupos distribuyen rutas consideradas seguras y alertas que se actualizan constantemente: qué cruces conviene evitar, en qué puestos están reteniendo a personas con pasaporte israelí o dónde se han reportado incidentes recientes.
“Las agencias no recomiendan viajar solos“, explica Lavi. “Y aunque nuestra presencia como exsoldados da cierta tranquilidad a las familias, todos sabemos que si ocurre un problema serio con las autoridades en Jordania o Egipto, en realidad no podremos hacer gran cosa.”
Al mismo tiempo que proliferan las llamadas “agencias de huida”, también lo hacen las estafas. “Ha habido casos en los que la persona que cobra por adelantado simplemente desaparece”, advierte Ido Z., encargado de recibir grupos de israelíes en Egipto. “También puede suceder que el paso fronterizo esté cerrado y la agencia ni siquiera lo haya comprobado; en esos casos, no se hacen responsables ni devuelven el dinero.” El pánico, que es un buen caldo de cultivo para negocios de ética dudosa, no es buen consejero a la hora de huir: es fundamental asegurarse de todo antes de pagar.
Mientras tanto, el gobierno israelí mantiene el foco en los ciudadanos que se encuentran fuera del país e intentan regresar, ignorando en gran medida la realidad de quienes están tratando de marcharse. Aunque salir de Israel no es ilegal, recae un fuerte estigma sobre quienes optan por hacerlo en un momento en que el relato nacionalista exige unidad y sacrificio. En los medios y en el discurso público, se habla de ellos en términos despectivos: “Cobardes europeos que no creen en su tierra” o “desertores” que abandonan el país justo cuando más los necesita.
En redes sociales también circulan vídeos que muestran la llegada de ciudadanos israelíes a Larnaca, donde algunos fueron recibidos con rechazo. Uno de los comentarios más repetidos es: “Llegasteis en barco para ocupar nuestra tierra, y ahora huis en barco.” La frase se ha viralizado como una crítica que compara la llegada de israelíes por mar, décadas atrás, con su salida actual, también por mar, en medio del conflicto.
El “profundo” daño en Israel
“Israel es un país roto por quienes lo gobiernan, y muchos ciudadanos somos también víctimas de su política genocida”, se lamenta Mika, recién llegada a Frankfurt desde Israel. “Nuestros políticos nos han condenado a ser víctimas sin derecho al duelo, porque pertenecemos al lado agresor. Somos muchos los israelíes que llevamos años manifestándonos contra la ocupación y la violencia, pero el daño causado es tan profundo que termina afectándonos a todos. Ser israelí hoy significa cargar con una culpa colectiva, y eso hace que, para muchos en el mundo, nuestro sufrimiento sea merecido.”
Aunque Trump ha anunciado un alto el fuego, el flujo de israelíes que siguen adelante con sus planes de abandonar el país, al menos hasta que la situación se estabilice, no ha disminuido en las primeras horas. “Todos los autobuses salen hoy tal y como estaba previsto, y seguimos recibiendo nuevos clientes constantemente. Supongo que será así hasta que se reanuden los vuelos comerciales con normalidad”, explica Lavi.
Aria es una de las jóvenes que ha decidido seguir adelante con sus planes de salir de Israel. “Este no es un país para vivir, es un país para sobrevivir. La violencia está en todas partes, y la narrativa que cohesiona a la sociedad es la guerra y la defensa”, explica. “Crecemos en constante tensión, esperando la próxima amenaza, y nos enseñan que los crímenes de guerra forman parte de algo que hace grande a nuestro país, algo de lo que deberíamos sentirnos orgullosos. Pero si ese es el precio por la Tierra Prometida, muchos ya no la queremos. Sólo queremos vivir en paz.”
Al otro lado del negocio, algunos empresarios se lamentan, no sin cierta ironía, de que el conflicto haya terminado tan pronto. “La guerra mueve el dinero“, dice Lavi. “No es por ningún dios, sino por los intereses económicos y el poder, por lo que luchan nuestros líderes.”