Todos (menos uno) contra EEUU: las milicias proiraníes se movilizan tras el ataque de Trump

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La línea roja estaba clara. De Irak a Yemen, una plétora de milicias proiraníes ya lo había advertido cuando esta guerra solo la libraban Teherán y Tel Aviv. “En cuanto intervenga Estados Unidos, atacaremos”, dijo el sábado por la noche un portavoz de los hutíes, que controlan la mayor parte del mar Rojo yemení y Saná, la capital del país.

Horas después de la promesa, Donald Trump entró en la guerra. Los bombarderos más sofisticados del Pentágono trajeron desde Misuri hasta el cielo iraní bombas antibúnker de hasta 13 toneladas y las descargaron sobre las plantas nucleares de Fordo, Isfahán y Natanz. En palabras del presidente, EEUU las había “arrasado”. Y mejor que Irán no tomara represalias. “Sería el peor error que pudieran cometer”, dijo más tarde su secretario de Estado, Marco Rubio.

La respuesta de Teherán no fue una declaración de guerra. Al menos la oficial. En los canales del gobierno, tertulianos y presentadores aventuraron que cualquier ciudadano estadounidense era ahora “un objetivo legítimo”. En el parlamento se votó a favor de cerrar el estrecho de Ormuz, por el que pasa una quinta parte del crudo a nivel mundial, aunque la decisión final no depende del Legislativo. Pero el ministro de Exteriores, Abbás Araghchi, quien se encontraba en un viaje a Moscú, se limitó a condenar el ataque “escandaloso” de EEUU y a declarar que Irán se reservaba la respuesta.

Hasta la noche del domingo no llegó la primera advertencia. “Cualquier base utilizada por las fuerzas estadounidenses para atacar Irán será considerada un objetivo legítimo para nuestras fuerzas armadas”, dijo a la agencia estatal de noticias un asesor del ayatolá Alí Jameneí.

A esa hora, los amigos paraestatales de Irán –entre Bagdad y el Mediterráneo, entre el Caspio y el mar Rojo– ya habían tomado el asunto en sus manos. En Yemen, los hutíes mantuvieron su promesa del día anterior.. Aunque el grupo había acordado un alto el fuego con EEUU en mayo después de meses de ataques a barcos que cruzaban el estrecho de Bab el-Mendeb, un responsable aseguró que los aliados de Irán en el mar Rojo reanudarían la lucha. “Solo es cuestión de tiempo”, afirmó.

En Irak, las más de sesenta milicias proiraníes que combaten bajo el paraguas de las Fuerzas de Movilización Popular habían prometido atacar las bases estadounidenses en la región si EEUU se involucraba en esta guerra. “Las convertiremos en cotos de caza”, dijo un comandante de las Falanges de Hezbolá, la más prominente de todas.

En el Líbano, sin embargo, silencio. Solo drones israelíes que desde la madrugada del domingo buscaban un rastro de Hezbolá en Beirut. Pero nada. A diferencia de sus aliadas, la milicia predilecta de Irán no habló hasta la tarde. En el comunicado, el mayor ejército no estatal del mundo se limitaba a condenar el ataque americano y a expresar su “solidaridad” con Irán. Ninguna amenaza. Ninguna intención de combatir.

Hezbolá podría hacer más daño que nadie si se ciñera a los principios de los grupos proiraníes de Irak o Yemen. En Beirut hay una universidad, un hospital y una gran comunidad estadounidense. Washington, de hecho, ordenó la tarde del domingo la evacuación del país a todo el personal no esencial de su embajada en la capital libanesa. Pero, según dijo una fuente del partido-milicia tras los ataques a las plantas nucleares iraníes: “Irán es un país fuerte capaz de defenderse. No vamos a entrar en la guerra”.

Hay varios motivos para ello. El principal es que el Líbano entero sigue recuperándose de una guerra con Israel que el pasado otoño mató a más de 4.000 personas, descabezó a Hezbolá de sus líderes históricos –entre ellos su secretario general, Hasán Nasrala, que llevaba más de tres décadas al mando del partido– y aniquiló el 70% de las capacidades militares del grupo armado. Tanto los dirigentes como las bases de Hezbolá saben que no pueden permitirse más sangre. Además, el resto del país intentaría por todos los medios suprimir cualquier intervención.

Luego está que el propósito de la alianza entre Irán y Hezbolá no es que los libaneses socorran a la Guardia Revolucionaria en caso de conflicto. Más bien lo contrario: que sea la milicia la que disuada a Israel o a cualquier otro enemigo de atacar Irán. “Durante décadas, los iraníes han invertido mucho para aumentar el poderío militar de Hezbolá y que sirva de arma de disuasión. Hasta el momento, la lógica era que cualquiera que pensara en atacar territorio iraní tendría que tener en cuenta primero cómo respondería Hezbolá”, cuenta Nicholas Blanford, investigador sénior del think-tank estadounidense Atlantic Council. Para el experto, “el hecho de que los israelíes hayan decidido atacar Irán de todos modos indica que la política de disuasión ha fracasado”.

Ahora que Irán está bajo ataque de dos potencias nucleares, “la lógica anterior sigue prevaleciendo, e Irán cuenta con la milicia libanesa para el futuro”. “No creo que los iraníes levanten el teléfono a menos de que se trate de una amenaza existencial. Por ahora, están absorbiendo los golpes solos”, explica Blanford. “Aun si Irán les pide atacar Israel, no tengo claro que Hezbolá responda afirmativamente. Hace dos años, si se le hubiera ordenado atacar, Hezbolá habría atacado. Creo que ahora es mucho más complicado”, cuenta el experto del Atlantic Council.

Sin petróleo y sin cargueros

Sin Hezbolá –por lo pronto– en la ecuación, cabe preguntarse si el resto de milicias dispuestas a actuar en nombre de Irán pueden hacer daño a los enemigos de la república islámica. A diferencia del grupo libanés, los hutíes de Yemen actúan dirigidos por comandantes de la Guardia Revolucionaria iraní sobre el terreno, explica a El Confidencial Nadwa al-Dawsari, investigadora sobre Yemen asociada al Middle East Institute, un think-tank con sede en Washington. “Los hutíes suelen acatar las órdenes que reciben de Irán”, añade.

Además, mientras Israel mermó las capacidades de Hezbolá el año pasado, los hutíes son actores relativamente nuevos en el juego de poder regional. “No llegaron a ser prominentes hasta 2023 y todavía están algo aislados por la geografía, lo que les da más flexibilidad operativa”, cuenta Al-Dawsari. A diferencia de los libaneses, los aliados yemeníes de Teherán parecen conservar un arsenal funcional de misiles y aviones no tripulados a pesar de los ataques aéreos israelíes y estadounidenses. “Esta combinación de aislamiento, impulso y capacidad explica probablemente su postura más agresiva”, concede.

Desde que comenzó la guerra en Gaza, los ataques de los hutíes contra Israel “han sido en gran medida ineficaces desde el punto de vista militar, pero sirven a un propósito estratégico: reforzar la imagen que quieren proyectar como defensores de Palestina”, cuenta Al-Dawsari. Ahora que EEUU es un objetivo directo, también podrían atacar sus bases en Irak, Siria o Kuwait, “pero siguen siendo cautelosos a la hora de hacerlo. Una escalada contra Washington podría reanudar los ataques aéreos contra el grupo. Y eso es algo que quieren evitar a toda costa”, explica.

De lo que sí se han mostrado capaces los hutíes desde octubre de 2023 es de interrumpir el comercio mundial, sobre todo a través de ataques a cargueros que cada día transportan por el mar Rojo casi un 20% de las mercancías globales. Si Irán, en un gesto desesperado, se plantea cerrar el estrecho de Ormuz e interrumpir el tránsito de petróleo, un bloqueo comercial en el mar Rojo podría estrangular la economía global.

La línea roja estaba clara. De Irak a Yemen, una plétora de milicias proiraníes ya lo había advertido cuando esta guerra solo la libraban Teherán y Tel Aviv. “En cuanto intervenga Estados Unidos, atacaremos”, dijo el sábado por la noche un portavoz de los hutíes, que controlan la mayor parte del mar Rojo yemení y Saná, la capital del país.

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