Anna Grau: «A la envidia le daría categoría de delito»

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La periodista y escritora Anna Grau acaba de publicar su novela ‘En la boca del dragón’, en la que retoma de manera ficticia la conversación inconclusa con el que fuera su pareja durante tres años, el escritor Fernando Sánchez Dragó. El martes 10 de junio firmará en la feria del libro de Madrid y, mientras tanto, habla con nosotros de pecados capitales.

-Le perdono un pecado.

-La envidia siempre me ha acomplejado, porque tengo un punto ciego. Yo tengo muchos defectos, casi todos, pero no he tenido nunca envidia de nadie. Es una especie de deficiencia: no es que yo haya decidido no envidiar a nadie, es que realmente soy incapaz.

-¿Una inhabilitación funcional?

-Sí, sí, pero es problemático porque tampoco lo ves venir. Yo perdono casi cualquier cosa, menos eso. Prefiero un soberbio antes que un envidioso. La envidia hace mucho daño. Es muy destructiva en las relaciones y yo me he dado de bruces con ella. Y no es que yo sea una persona particularmente envidiable, si te cuento mi vida, te echas a llorar y escribes tres novelas de Charles Dickens.

-Pero la envidian…

-Supongo que, sin querer proyectas, una imagen de fuerza, de seguridad en ti misma, que igual ni siquiera es real. Aún hoy, con mi insultante no juventud, me sorprendo cuando veo a alguien dedicar energías a envidiar.

-¿Hay que temer al envidioso?

-Yo les tengo mucho miedo, sí. A ese pecado le daría categoría de delito, pondría penas de cárcel. O, por lo menos, de trabajo comunitario. Que tengan que ir a una clínica de desintoxicación. Si la gente dedicara a superarse el mismo tiempo que dedica a envidiar nos iría a todos mucho mejor. El envidioso está buscando siempre excusas para justificar sus debilidades, le gusta pensar que el mundo está mal repartido. Y claro que está mal repartido: a mí me gustaría medir 1’80, tener 25 años, el cuerpo de Naomi Campbell y la cuenta corriente de Bill Gates. Y no es así y me tengo que joder.

-¿Con qué pecado podría ser indulgente?

-Como demuestra mi libro, ‘En la boca del dragón’, soy muy indulgente con la soberbia. Porque si va acompañada de buen corazón, o si está mínimamente justificada, creo que es bastante menos dañina que la envidia. Incluso creo que es la antítesis de la envidia: una persona soberbia raramente es envidiosa. Lo ideal sería una persona sublime y humilde, claro, pero eso es muy raro.

-¿Y la pereza?

-El perezoso busca excusas para no trabajar, para descargar sus responsabilidades en otros. Y de ahí a la envidia, hay un pasito. Es la antesala de la envidia.

-Y la envidia es para usted el peor de los pecados.

-Creo que hay pecados de alma grande, como la soberbia. O la lujuria. Pero los demás conducen inevitablemente a algún grado de frustración que puede degenerar en hacer daño a los demás.

-¿Y la ira?

-La ira es una pérdida de tiempo. Todos nos enfadamos a veces, pero la ira es otro grado. La ira es más un síntoma que una causa, pero es peligrosa.

-¿Estaría en el podio con la envidia?

-La envidia es el pecado supremo. Por encima de todas las demás. Yo la metería en el Código Penal. La ira creo que es más de manual de psiquiatría.

-Entonces, la envidia estaría en cabeza; por debajo, la ira y luego ya el resto, como pecados disculpables, con la soberbia en último lugar.

-Exacto. Que cada uno se los gestione como mejor pueda. Pero, por lo menos, hemos ordenado un poco el código.

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