Frenoso, un toro de vacas al que ninguneó Madrid

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Rosario Pérez

Gloria a los toros bravos, gloria a Frenoso. Vayan desde aquí los honores para el toro de más brava profundidad, con una entrega descomunal, con un galope, un ritmo y una humillación que dibujaba surcos en la arena, que quería comerse las telas. Gloria y honor para el número 95 de Victoriano del Río, un toro de vacas, un semental para hacer media ganadería, un toro de indulto en cualquier otra plaza, un ejemplar que, de no llevar la divisa amarilla y negra, hubiese sido premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Mal la afición de Madrid, que debió pedirla a coro, y rematadamente mal el presidente, Ignacio Sanjuán, y su asesor calderoniano, José Cabezas. De verdad, señores del palco, ¿ustedes saben distinguir un ñu de un toro bravo? Si el gran Brigadier fue, sin duda, merecedor del arrastre por todo el anillo, la excelencia de Frenoso lo mereció aún más. Pero, claro, este cinqueño era un animal bajo, armónico, guapo y ‘sólo’ pesaba 559 kilos. Y con el hierro de Victoriano. Enhorabuena, ganadero, que mandó cortar los testículos de Frenoso y se quedó con las pajuelas. No sólo salvó el baile de corrales matinal, sino el tostón de tarde. Por primera y única vez en las dos horas de festejo –hay que peregrinar a Lourdes por tal milagro–, hubo una emoción atronadora y silenciosa a la vez. Ese alboroto del tendido, con el corazón callado, expectante ante aquel espectáculo de Frenoso, hermano de otro de idéntico nombre con el que Roca Rey se aupó a hombros en las últimas Fallas de Valencia.

La Puerta Grande asomaba en el Frenoso capitalino. De bandera el toro y hasta la bandera la Monumental, con el segundo cartel de ‘No hay billetes’ de la feria. Adivinen a quién le tocó: al torero con el que hay que pasar por doña Manolita antes de Navidad. Vaya ‘baraka’ la de Fernando Adrián, coleccionista de salidas en volandas: no pudo ser en esta ocasión por su fallo con el acero. Porque Madrid le hubiese pedido los trofeos. No era fácil estar a la altura de un toro tan bravo. Había que hacer frente a esa embestida que hubiese dejado al descubierto a muchos de los que sí se pasean por todas las ferias. Adrián no será ningún esteta, pero tuvo mucho mérito que no se viera desbordado, que apostara a su modo, que ligara con la mano baja, sin muletazos preciosistas, pero sí con una transmisión bárbara, una disposición total. A Frenoso ya se le adivinó un algo distinto cuando apareció por chiqueros. Se hizo de rogar hasta salir, pero a las ocho y media el lienzo ya adquiría otro trazo, otro color, otra pasión. Serio por delante, bajo –qué manos más cortitas y qué hondo a la vez–, bien comido y musculado, con dos pitones que apuntaban a ese cielo que guardaba su embestida. Cumplió en el peto de Alberto Sandoval y prometió sus cosas en la lidia. Lo sabía era el matador, que brindó al público, se santiguó y dejó la montera sobre la arena.

Con su vestido celeste y plata, se echó de rodillas en un pendular en el que casi se lo lleva por delante, por lo que tuvo que ponerse en pie en un arranque vibrantísimo. Rugía Madrid mientras cosía por abajo la casta y la humillación de Frenoso. Qué fijeza tenía, qué lujo. En alguna ocasión, Adrián lo citó más en uve, pero le concedió distancia, quiso lucirlo, lo ligó… Volcados los tendidos, que hasta aplaudieron cuando perdió la flámula y la cogió de nuevo (qué dislate). Al natural se afeó aquello y le costó más cogerle el aire, aunque Frenoso también respondía. Merecía un broche rompedor y optó por unas bernadinas apasionadas. En los cierres por abajo, con un desdén ralentizado, se contempló que la bravura de Frenoso era perenne. Qué maravilla. Y qué pena que Adrián, con el paraíso a centímetros de su espada, pinchara. El madrileño dio la vuelta al ruedo que le negaron a Frenoso, en la memoria ya de este San Isidro, en la jornada de la Tauromaquia, en un 16 de mayo en el que se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito.

De negro y oro, de un luto torerísimo, se vistió Pablo Aguado, que tiene lo que no poseen sus compañeros de cartel: una naturalidad que fluye de dentro, sin un solo aspaviento. Pero su lote dijo poco en esta plaza (el sevillano no terminó de coger el aire al Dulce tercero, muy descarado y con sus teclas), que incluso se impacientó y le pidió que abreviara.

  • Monumental de las Ventas.
    Viernes, 16 de mayo de 2025. Viernes, 16 de mayo de 2025. Sexta corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito el Gallo en su 105 aniversario. Dos toros de Puerto de San Lorenzo (1º, rajado pero noble, y 2º, mermado de poder, se lastimó una mano), dos de La Ventana del Puerto (4º, noblote y flojo, y 6º, insípido, sin casta ni fuerza) y dos de Victoriano del Río que remendaban los titulares tras el baile de corrales matinal (3º, de buen aire aunque justito de fuerza, y 5º, de extraordinaria bravura, que hubiese merecido la vuelta al ruedo en el arrastre), desiguales de presencia.
  • José María Manzanares,
    de azul marino y oro: estocada fulminante (palmas); estoconazo (silencio).
  • Fernando Adrián,
    de celeste y plata: dos pinchazos y estocada trasera (silencio); pinchazo, otro hondo y tres descabellos (saludos tras aviso)
  • Pablo Aguado,
    de de negro y oro: cinco pinchazos y dos descabellos (silencio tras aviso); pinchazo hondo y descabello (silencio).

Manzanares estuvo como está últimamente. Ustedes me entienden… Eso sí, dos cañonazos disparó con la tizona, la misma que hubiese deseado Adrián, que se marchó a pie en medio de una ovación mientras sonaba el pum-pum para lo del Puerto y La Ventana, mansita pero noble. A la salida, felicitaban al ganadero del gran remiendo, que se arrastró sin su vuelta al ruedo: con lo que cuesta criar un toro así, ¡qué atraco! ¿Cómo se le escapó al equipo de Roca este Frenoso en su selección madrileña? Qué misterio el de los toros, qué misterio el de Las Ventas, tan rácana con la bravura de un victoriano de vacas.





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