El grabado no siempre ha tenido buena prensa y en muchas ocasiones se ha considerado un arte menor. Pero basta con ver estampas de Durero, Rembrandt y Goya para echar por tierra tal consideración. La Calcografía Nacional, creada en 1789 y que desde … 1932 depende de a Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Casa de Goya, atesora una colección de más de 50.000 estampas y cerca de 10.000 planchas, incluidas casi la totalidad (excepto cuatro de los ‘Disparates’, que se hallan en el Louvre) de las célebres series de Goya, que se han restaurado y hoy lucen espléndidas junto a los grabados. Está previsto que Isabel Díaz Ayuso visite hoy el Gabinete Goya.
En las salas de exposiciones anexas cuelgan, hasta el 18 de mayo, 66 aguafuertes de 17 artistas que conforman la muestra ‘Aguafortistas. De Fortuny a Solana’, organizada por la Academia de Bellas Artes, con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid. Un repaso por las obras maestras del aguafuerte desde el último cuarto del XIX hasta las primera décadas del XX de la colección de esta institución.
Decía Théophile Gautier que «todo aguafuerte es un cuadro original». El comisario de la exposición, Javier Blas, subdelegado de Calcografía Nacional, apunta que «cada época tiene su propio lenguaje». Y recuerda el lema de la Secesión Vienesa: «A cada tiempo, su arte; a cada arte, su libertad«. Explica que hay tres vías en el desarrollo del aguafuerte. Por un lado, el grabado académico en talla dulce (con buril), que reproduce célebres pinturas. Por otro, el grabado de interpretación, que ya no busca una copia exacta de la pintura, y que asumen artistas como Ricardo de los Ríos y Bartolomé Maura. De éste se exhiben estampas de ‘Las lanzas’, de Velázquez y de ‘Juana la Loca’, de Francisco Pradilla. Y, por último, se impuso el aguafuerte de creación, que se aleja por completo de concebir las estampas como una forma de difundir imágenes originales, sino al servicio de la libertad creativa del artista.
La figura del paisajista español de origen belga Carlos de Haes, comenta Javier Blas, fue determinante en la difusión del aguafuerte en España. Como se aprecia en las obras de sus discípulos: Agustín Lhardy, Juan Espina y Tomás Campuzano. Todos ellos están presentes en la muestra. Figuras destacadas de esta técnica de la obra gráfica fueron Mariano Fortuny Marsal y su hijo, Mariano Fortuny Madrazo. El primero murió prematuramente a los 36 años, y apenas llegó a hacer 35 aguafuertes, pero pudo demostrar que era un grabador extraordinario. Cuelga una obra maestra, ‘Anacoreta’. Calcografía Nacional atesora la mayor parte de las estampas de ambos, gracias a la donación de sus descendientes.
Ricardo Baroja, el grabador más destacado de la generación del 98 y autor del artículo ‘Cómo se graba un aguafuerte’, siguió a Goya y su forma de grabar. Admiraba sus ‘Caprichos’ –en Itzea, la casa familiar de los Baroja, se conservaba un ejemplar–, sus ‘Disparates’, sus ‘Desastres de la Guerra’ y su ‘Tauromaquia’. Pero con modestia (y gracia) deja constancia de su lejanía con el maestro, al que consideraba «un águila real, soberbia, que vuela encima de las nubes más altas y mira de frente al sol», mientras él se veía como «una pobre gallinácea desplumada y triste que se arrastra en un corral exiguo». En un aguafuerte retrata a su hermano Pío paseando.
Baroja fue discípulo en la distancia de Goya y maestro de Picasso en la inmediatez. Describe así Baroja su contacto con Calcografía Nacional: «Un día me decido a entrar. Grabados admirables encuadrados en las paredes. Pasé al taller de estampación. Los viejos tórculos consagrados por haber estampado las planchas de Goya, allí están en fila. Hay en el ambiente un aroma de papel húmedo, de aguarrás, de aceite de linaza con un matiz olfativo de ácido nítrico. Empecé a grabar a toda marcha». El recorrido concluye con José Gutiérrez Solana. «Nadie se había atrevido a llegar tan lejos en su visión pesimista de la realidad –explica Javier Blas–. El desgarro de los seres que pueblan los aguafuertes de Solana es muy superior en su exceso al de Baroja».

Pablo Picasso, ‘Toro alado contemplado por cuatro niños’, diciembre de 1934.
Desde 1899 hasta 1972, Picasso trabajó ininterrumpidamente en el grabado. Realizó unas 2.200 estampas, a menudo organizadas en series. Constituyen una especie de diario personal y permiten seguir la trayectoria del artista malagueño. Destacan su afán investigador y su dominio de todas las técnicas, Picasso está considerado uno de los más importantes grabadores de la Historia del Arte.
El Museo ICO confronta en una exposición, hasta el 20 de julio, la ‘Suite Vollard’ de Picasso, que se muestra completa (no se exhibía íntegramente en Madrid desde 2012), con una selección de 54 grabados y 8 pinturas de artistas españoles de la segunda mitad del siglo XX: Albert Ràfols-Casamada, Joan Hernández Pijuan, Luis Gordillo, José Hernández, Eduardo Arroyo, Rafael Canogar, Josep Guinovart, Lucio Muñoz, Alfonso Fraile, Manolo Valdés, Darío Villalba, José Caballero, Manuel Hernández Mompó, Juan Genovés, Guillermo Pérez Villalta y Juan Barjola. Además, se exhibe la serie ‘Nueve animales nocturnos’, de Miguel Ángel Campano y ‘Colección Dadá’, de Fernando Bellver.
Considerada la serie más importante del grabado contemporáneo, se compone de cien estampas realizadas entre 1930 y 1937. Fue el resultado de un intercambio amistoso y comercial entre Picasso y el marchante y galerista Ambroise Vollard. Éste obtuvo en 1937 la serie inicial de 97 cobres grabados a cambio de importantes pinturas de su colección que el artista deseaba. Picasso añadió tres retratos de Vollard, que completan la serie. En la célebre ‘Suite Vollard’, Picasso aborda sus obsesiones creativas y personales: el taller del escultor, la batalla del amor, el Minotauro, su ‘alter ego’… Usó el aguafuerte, el aguatinta, el buril y la punta seca. De las 100 estampas (las hay explícitamente eróticas), 43 están firmadas a lápiz por Picasso. En 1956 las planchas se rayaron y fueron depositadas en el taller Lacourière-Frélaut. Después pasaron a la colección del Museo Picasso de París, donde se conservan.