El culebrón filipino: cómo las dos grandes familias políticas del país acabaron enfrentadas en una guerra de tronos
“Hemos alcanzado un punto de no retorno”, dijo recientemente Sara Duterte, vicepresidenta de Filipinas. Se refería a una situación que ha sobrepasado todos los límites y que ha llevado al presidente del país, Ferdinand Marcos Jr, a acusar a su vicepresidenta de amenazarlo de muerte. Lo grave no es la denuncia, lo grave es que es cierto. El sábado 23 de noviembre, Duterte aseguró que había un complot de su jefe para acabar con ella y recurrió a las tácticas de su padre, el expresidente Rodrigo Duterte, investigado actualmente por el Senado por su posible participación en escuadrones de la muerte. “No se preocupen por mi seguridad. He hablado con una persona y le he dicho: si me matan, que maten a Marcos y a la primera dama (…). No es broma. Di mi orden: si muero, no paren hasta que los hayan matado. Y él ha dicho sí”, dijo.
Hasta para los estándares de la política filipina, que no se ha caracterizado por ser un espacio de sosegado debate, la actual crisis supone un salto con pértiga sobre todas las líneas rojas de la política. El conflicto recuerda a uno de esos viejos culebrones americanos de los 80 sobre viñedos y pozos de petróleo en el que las dos familias políticas más importantes del archipiélago se despedazan sin miramientos para tomar el poder.
En Filipinas, esa ficción es una realidad. El presidente Ferdinand Marcos Jr, también conocido como Bongbong, es el hijo del que fue el mandatario y dictador del país entre 1965 y 1986, Ferdinand Marcos, y su poderosa esposa, Imelda Marcos. El padre ganó primero unas elecciones democráticas, y luego decidió que votar era un vicio y se perpetuó en el poder con el apoyo del ejército hasta que fue derrocado por una revuelta popular dos décadas después.
Imelda, que ha ostentado los cargos de primera dama, gobernadora, ministra y parlamentaria, era conocida como La mariposa de hierro. El nombre parece adecuarse al extraño currículum de la madre de una patria que ella y su marido esquilmaron a su antojo. No solo dejaron miles de cadáveres bajo su mandato de puño de hierro, sino que consiguieron amasar una fortuna que se escenificó en una imagen que salió en los telediarios de todo el planeta.
En la mansión presidencial de los Marcos, de la que huyeron en 1986 tras caer su dictadura y el matrimonio se exiliara en Hawái, se encontraron más de mil pares de zapatos que atesoraba ella en sus armarios. En realidad, mucho más importante que esa obsesión por decorarse los pies de la primera dama eran los más de 10.000 millones de dólares que amasó la pareja en sus décadas de servicio patrio.
800 maletas
Los Marcos fueron finalmente llevados a juicio en Nueva York acusados de varios delitos como corrupción, lavado de dinero y estafa. Ferdinand, el capo familiar, murió poco antes, el 28 de septiembre de 1989, en su “duro” exilio de su mansión de Hawái, y fue la ex primera dama la que fue a la Gran Manzana a enfrentarse con la justicia.
El juicio se convirtió en un evento social, con seguidores y detractores de Imelda manifestándose a las puertas del juzgado. Imelda se vendió como una víctima de los comunistas mientras se alojaba en el lujoso hotel Waldorf Astoria, que le hacía un precio especial porque los Marcos fueron buenos clientes del exclusivo albergue de Manhattan. Una crónica de The New York Times describía una visita de la pareja presidencial al hotel el 21 de septiembre de 1982: “El equipaje de la comitiva de los Marcos comenzó a llegar al hotel a las 9:30 a.m. Alrededor de 800 maletas fueron entregadas por cinco camiones de mudanzas y tres furgonetas, que llenaron las aceras fuera de la parte trasera del hotel. Normalmente, la señora Marcos viaja con 200 maletas para sus estadías más cortas“.
El juicio se convirtió en un vodevil, donde ella interpretó el papel de viuda desvalida y lloraba ante las cámaras. El jurado finalmente la declaró no culpable, por no poder demostrar la relación de ella con los delitos de los que le acusaban, e Imelda acabó entrando de rodillas en la catedral de San Patricio de Manhattan para agradecer a Dios su apoyo.
Sin embargo, no acabaron ahí las citas de Imelda cion la justicia. Primero en Suiza, donde los Marcos guardaban parte de una fortuna que aún hoy no se ha podido rastrear del todo, y después en su propia casa. En 1991, la entonces presidenta, Corazón Aquino, permitió el regreso a Filipinas de Imelda y sus hijos, entre los que estaba el actual presidente Bongbong.
Entre 1991 y 1995, el Defensor del Pueblo presentó diversas demandas. Tras múltiples condenas, apelaciones, recesos, absoluciones y revocaciones, La mariposa de Hierro no ha entrado nunca en prisión ni ha devuelto parte de aquella fortuna volatizada. Sí ha sido varias veces parlamentaria y ha acabado viendo, en 2022, como su hijo se convertía en el máximo mandatario filipino, como lo había sido su marido.
Papá matón
Sara Duterte, por el otro lado, es hija del que fuera presidente del país entre 2016 y 2022, Rodrigo Duterte. El progenitor se caracterizó por aplicar una política de puño de hierro contra la delincuencia. La llamada “guerra de las drogas” se convirtió en una masacre consentida de miles de personas, según denuncian una multitud de testimonios y de informes de ONG. Pistoleros enmascarados, a los que se llamó los “vigilantes”, que con la vista gorda de los autoridades ejecutaron a miles de toxicómanos, camellos y, de paso, civiles que eran sospechosos de pertenecer al mundo de los estupefacientes. Los números oficiales hablan de más de 6.000 personas asesinadas durante el mandato de Duterte, pero las extraoficiales hablan de más de 30.000.
Rodrigo Duterte viene en todo caso de un clan familiar metido en política con su propia zona de influencia dentro del archipiélago. En 1988, el padre de la actual vicepresidenta fue elegido alcalde la ciudad de Davao. En ese momento se hizo famoso por salir a patrullar por las calles con la pistola en el cinto y un séquito de agentes, lo que le hizo valedor del sobrenombre de Harry el sucio.
Años después, en 2017, siendo ya presidente, hizo unas sorprendentes declaraciones: “Con 16 años maté a una persona, de verdad. Hubo una pelea, puñaladas. Eso fue cuando tenía 16 años y solo por un cruce de mirada”. El público rió y rompió a aplaudir tras escuchar la revelación de su mandatario.
En 2024, el expresidente elevó su autoinculpación: “Puedo hacer la confesión ahora si quieren. Tenía un escuadrón de la muerte de siete personas, pero no eran policías, también eran gánster“, ha reconocido Duterte sobre su periodo como alcalde. Para un político que llamó “hijo de puta” al expresidente estadounidense Barack Obama o que justificó el aumento de violaciones en la ciudad de Davao diciendo que “si hay muchas mujeres bonitas, habrá muchas violaciones”, el límite parece infinito.
Los Duterte son en todo caso un clan versátil que no duda en postularse a todos los puestos políticos posibles. La propia Sara, actual vicepresidenta, explicaba el verano pasado los planes familiares: “Todos ellos tienen muchas ganas de postularse”, dijo ella refiriéndose a su padre, el expresidente; a su hermano mayor, el congresista Paolo Duterte; y a su hermano pequeño, hoy alcalde de la ciudad de Davao, Sebastian Duterte. Ahora, padre y hermanos deben dilucidar a qué y cómo se presentan.
Sebastian parece que quiere presentarse en 2028 como candidato presidencial. Pero la propia Sara está interesada en ocupar ese mismo cargo, así que la familia tiene pendiente una ajetreada comida de domingo para dilucidar cómo se reparten el postre y las poltronas.
De aquellos polvos…
De los Marcos y los Duterte, al menos, se puede decir que no han engañado a nadie. Ansían el poder y lo dicen. Por eso sorprendió cuando decidieron unir sus fuerzas. Marcos Jr y Sara se presentaron en un mismo ticket electoral en las elecciones de 2022 en lo que pretendía ser una especie de reconciliación nacional que desde el inicio de su mandato se mostró muy complicada.
La escena en la que ambos clanes posaron juntos para una fotografía tras su victoria electoral mostraba ya claros desencuentros. El presidente saliente, Rodrigo Duterte, accedió a subirse al escenario, posar con desgana entre su vicepresidenta hija y su sucesor, para acabar felicitándola y desapareciendo con claros gestos de incomodidad de la escena sin saludarle al mandatario electo.
El matrimonio político de conveniencia echaba a andar con la clara desaprobación de los suegros, y con una extraña vicepresidencia que triplicaba el presupuesto de las anteriores y que demostraba que no iba a ser una mera institución secundaria como hasta ahora había sucedido. Una Duterte no entra en política para ser la mera comparsa de un Marcos. Ese era el mensaje, de en todo caso todo un entramado político social donde hay muchas bocas que mantener por ambos lados.
Finalmente, la bomba ha estallado. El hijo de Ferdinand e Imelda y la hija de Rodrigo se acusan públicamente de querer acabar el uno con el otro. La policía ha tomado cartas en el asunto. La vicepresidenta ha sido citada como autora de un complot confeso para acabar con la vida del presidente. Ella se ha retractado y dice que sus comentarios se han sacado de contexto. “Le pregunto ahora a la administración: ¿Es la venganza desde la tumba un crimen? El sentido común debería bastarnos para comprender y aceptar que un supuesto acto de venganza condicional no constituye una amenaza activa. Este es un plan sin chicha”, ha declarado.
Pero la realidad es que hay chicha de sobra. El futuro de ella es aún una incógnita. Las investigaciones policiales pueden forzar un impeachment, que sea inhabilitada, que ella dimita, que empiece un proceso judicial en su contra o que la cosa se complique y, como ha insinuado su padre, el Ejército tome partido. Mientras, sigue siendo la segunda autoridad del país.
Efectivamente, se ha llegado a un punto de no retorno, pero eso ya pasó con los gobiernos de los patriarcas Marcos y Duterte, y el país vuelve políticamente al mismo oscuro sitio donde una élite mercadea descaradamente con el poder.