Cada día, a las 7:30 de la mañana, una treintena de cocineros uzbekos enciende el fuego de las más de diez cacerolas que preparan rondas de plov hasta las 11 de la noche. Este plato de arroz con cordero, zanahoria, pasas, garbanzos y mucho aceite es uno de los más reconocidos de Asia Central. “Nuestra sartén más grande es de 250 kg de arroz y hacemos cuatro variedades distintas”, explica uno de los encargados. Uzbekistán es un país agrícola, donde lo que más se planta es el arroz y el algodón, cultivos de regadío y que necesitan mucha agua. Es, a la vez, un lugar semiárido con ríos contaminados y cada vez con menos acceso al agua.
Las políticas de la Unión Soviética convirtieron Asia Central en terreno agrícola para abastecer las necesidades de los territorios soviéticos. “Antes no había plantación de arroz, lo cultivaron porque es un alimento básico. El algodón se utilizaba con distintos fines, para la industria textil, la armamentística y el programa espacial, ya que se necesitaba nitrato de celulosa”, explica Makhambet Muhtar, biólogo y activista medioambiental del Kazajistán.
Pero a día de hoy, el cultivo masivo de arroz no es sostenible y cada año los productores se ven obligados a disminuir el número de hectáreas cultivadas. El año pasado se planeó una reducción de 2,5 veces la producción de arroz en el Karakalpakistán, la zona oeste del país y una de las más agrícolas
Para regar los campos se desvía el agua del Amu Daria y del Sir Daria, los dos ríos de la región que nacen del Tian Shen, las llamadas montañas celestiales. Con una tierra semiárida, aumenta la necesidad hídrica porque es necesario más líquido para limpiar los conductos de irrigación del exceso de sal. Las cinco repúblicas centroasiáticas consumen 127 billones de metros cúbicos de agua al año. De estos, el 80% se destina a la agricultura.
Por si fuera poco, se calcula que la mitad del agua usada con fines agrícolas se gestiona de forma ineficaz. Los canales por donde pasa el agua hoy en día siguen siendo los mismos de la Unión Soviética. Las condiciones precarias de las infraestructuras de riego y las prácticas agrícolas antiguas provocan que el indicador de eficiencia en el uso del agua de Asia Central se encuentre ocho veces por debajo de la media mundial.
Un ejemplo de este problema es el Karakum, un canal de los años 50 que lleva el agua al Turkmenistán. “Es un sistema muy precario, una apertura con un canal en el medio. La mitad del agua va al subsuelo”, explica el biólogo Makhambet Muhtar. El régimen dictatorial del país, junto con sus políticas de aislamiento, complica las negociaciones con el presidente e imposibilita su integración en los procesos de toma de decisiones regionales.
La producción agrícola masiva, además, llevó a la contaminación de gran parte del suelo y el agua debido a la utilización de pesticidas en los campos. En una región de 79 millones de habitantes, unos 22 millones no tienen acceso al agua potable. A este escenario se suman las expectativas de crecimiento demográfico —los datos apuntan a que la población va a crecer hasta llegar a los 100 millones aproximadamente en 2050— y el impacto del cambio climático.
El fin de la URSS rompió el modelo
Durante la Unión Soviética el modelo de gestión del agua era compartido entre los países de la zona, ya que todos dependen del agua del Amu Daria y del Sir Daria. La región se divide entre los países de arriba y los países de abajo. Tayikistán y Kirguizistán se consideran países ricos en recursos hídricos —por ser regiones montañosas— y pobres en energía. Uzbekistán, Turkmenistán y Kazajistán son países ricos energéticamente, pero pobres en agua. Los primeros dependen de ella para generar energía, mientras que los segundos la necesitan los primeros para regar sus cultivos.
Con la caída de la URSS, hubo intentos de mantener la cooperación y usar el agua como herramienta común. Algunos ejemplos son el Acuerdo de Almaty firmado en 1992 o la Comisión Interestatal para la Coordinación del Agua en Asia Central. La realidad es que los intentos fracasaron y los países priorizaron sus intereses nacionales. El agua pasó de ser una herramienta de cooperación regional a una fuente de tensiones.
En los conflictos fronterizos entre Tayikistán y Kirguizistán, así como entre Kirguizistán y Uzbekistán, la gestión del agua es uno de los factores clave. Mientras que Kirguizistán controla un tercio de los recursos hídricos de la región, en Uzbekistán los agricultores se llegan a pelear por el agua.
Afganistán quiere su parte del pastel
El Amu Daria recorre la frontera entre Turkmenistán y Afganistán. En 2022, el gobierno talibán empezó a construir un proyecto de irrigación de 285 kilómetros, el Canal Qosh-Tepa. Por este canal se distribuiría el 20% del total de agua del río fronterizo. La finalización de las obras está planeada para 2028 y distintos expertos apuntan que puede provocar un aumento de tensiones entre los países de Asia Central y Kabul.
Las autoridades afganas han presentado el proyecto como la solución para las necesidades agrícolas en un país que tiene un déficit de precipitaciones del 70%. La falta de lluvia es tan alarmante que en 2018 las Naciones Unidas determinaron que la sequía en el país estaba empujando a 2 millones de personas a una situación de inseguridad alimentaria.
El ministro afgano de defensa en funciones, Mawlawi Mohammad Yaqoob Mujahid, ya ha garantizado la implicación de las fuerzas para asegurar el desarrollo del proyecto. “Todos nosotros, especialmente los ejércitos nacional e islámico del Ministerio de Defensa, estamos detrás de la implantación de tales proyectos, y lo apoyaremos con todo nuestro poder”, publicó el canal de noticias afgano Tolo News.
Los líderes de las repúblicas centroasiáticas ya se han reunido para analizar las consecuencias del nuevo canal para sus países. En uno de los encuentros en Dusambé, Tayikistán, el presidente uzbeko Shavkat Mirziyoyev declaró: “Creemos que es imperativo formar un grupo de trabajo conjunto para estudiar todos los aspectos de la construcción del canal de Qosh Tepa y su efecto en el régimen hídrico del Amur Daria”. Uzbekistán puede ser uno de los países más afectados, sobre todo por la dependencia económica del sector agrícola. La producción de algodón es el 17% del PIB del país y representa el 40% de los medios de subsistencia de la población.
El ejemplo más ilustrativo de la gestión de agua en Asia Central es la catástrofe del Mar de Aral, el que una vez fue el cuarto mar interior más grande del planeta, del tamaño de Irlanda. Las políticas de la Unión Soviética desviaron el agua hacia los campos y el mar se terminó secando. Hoy en día es poco más que un vasto erial de arena tóxica y ha sido rebautizado como el Aralkum, el desierto de Aral. “Antes, con el mar, lo teníamos todo. Ahora que ya no hay agua, no tenemos nada”, explica Muhammad, un señor de setenta años sentado delante de la antigua fábrica de conservas de pescado en Moynaq, un pueblo a la orilla del Aral con un cementerio de barcos oxidados.
No es solo por el agua
En la parte uzbeka del mar ya casi no hay agua. La poca que queda está a más de 100 kilómetros de lo que antes era la orilla. En la parte kazaja se ha construido una presa que acumula agua del Sir Daria. Sin embargo, la recuperación total está muy lejos de ser una realidad. La posibilidad de encontrar pozos petrolíferos en el lecho marino es la sentencia definitiva que marca el destino del antiguo mar.
Además de las implicaciones en la gestión del agua, el secado del mar de Aral provoca otros problemas. Un equipo de investigadores españoles, liderados por Rafael Marcè, han analizado como el secado de un mar puede aumentar las emisiones de carbono. “Hemos podido confirmar que el lecho seco del mar de Aral emite CO2 desde hace 60 años a un ritmo que seguramente hará cambiar los inventarios de carbono de la región. La equivalencia de emisión se puede comparar con países como los Países Bajos. Se tendrán que añadir estos nuevos flujos a los inventarios, que son causados por la gestión del hombre”, explica Marcè.
Para buscar una solución conjunta, los países centroasiáticos crearon el Fondo Internacional para Salvar el Mar de Aral, comprometiéndose a destinar el 2% de sus presupuestos nacionales a la organización. Sin embargo, las diferencias sobre el financiamiento llevaron a cada país a enfocarse en proyectos individuales.
Ahora, se está considerando cambiar el nombre de la organización, pasando de “Salvar el Mar de Aral” a “la cuenca del Aral”. Este cambio implicaría priorizar a los 40 millones de personas que habitan en la cuenca, frente a las 400.000 directamente afectadas. “Esto podría llevar a ignorar completamente el problema del mar“, lamenta el biólogo Makhambet Muhtar, miembro también de la ONG Aral Tenizi, que trabaja por la restauración del ecosistema y la economía local.