“La idea de que estamos bebiendo champán es una tontería”, escribió un enfadado John Sewel en una carta dirigida a The Economist, en la que se quejaba de las “caricaturas cansinas” expuestas en la columna de opinión que la reputada revista dedicaba a la Cámara de los Lores. En el texto de The Economist, se dudaba entre describirla como Wuna vergüenza democrática” o directamente “una broma”.
Lord Sewel —por aquel entonces responsable del comité de pautas de buena conducta de la Cámara Alta— pedía reconsiderar su postura, ya que estas palabras menospreciaban la “importante contribución” del organismo. Seis meses más tarde, Sewel tuvo que presentar su dimisión después de que The Sun mostrara un video donde se le veía esnifando cocaína sobre los pechos de dos prostitutas. Corría el año 2015. El escándalo sirvió para cuestionar, por enésima vez, el papel de la Cámara Alta de Westminster. Un debate que ha vuelto ahora con fuerza con el regreso del Gobierno laborista.
Reino Unido es —junto con Lesotho— el único parlamento del mundo que tiene miembros hereditarios. Ningún otro país del mundo democrático tiene una segunda cámara tan extensa (alrededor de 800 lores y baronesas). A nivel mundial, solo la China comunista tiene un organismo mayor que se reúne simplemente para aprobar las políticas gubernamentales.
Sewel dejó su asiento en la Cámara Alta, pero siguió manteniendo el título vitalicio de lord, adquirido gracias a Tony Blair. Cada vez que termina su mandato, todo primer ministro propone su “lista de honores”. Se trata de reconocer a aquellos que han desempeñado una labor importante en el país. Pero curiosamente coincide con que la gran mayoría de los agraciados son amigos o generosos donantes del partido. Boris Johnson, por ejemplo, nombró lord al magnate ruso Evgeny Lebedev, hijo un antiguo agente de la KGB.
La pregunta es: ¿cómo es posible que siga existiendo una cámara así en el parlamento de una democracia occidental? ¿Cómo se sostiene un sistema con reglas que se remontan al siglo XIV de caballeros y nobles? Se mire por donde se mire, los expertos coinciden en que es constitucionalmente indefendible.
Su papel vuelve ahora ser objeto de debate por el proyecto de ley que se está tramitando en Westminster para eliminar gradualmente a lo largo de este mandato a los 92 títulos hereditarios de lord que aún quedan (y que por cierto solo se heredan por vía masculina).
Se trata de completar la reforma que Tony Blair intentó sin éxito en 1997. Se eliminó la mayoría, pero los conservadores consiguieron “salvar” a 92, que son los que ahora se verán finalmente afectados, entre otros, el duque de Wellington, cuyo tatarabuelo derrotó a Napoleón en Waterloo en 1815.
Según Meg Russell, profesora de Política Británica y responsable del departamento de Constitución en University College London, se trata de un cambio “notable e histórico”, pero adelanta que los debates continuarán sobre otros aspectos importantes. “Es una institución que ha sido objeto de controversia durante mucho tiempo”, explica a El Confidencial. “A lo largo de los siglos, ha sufrido diversos cambios. Por lo tanto, aunque parezca antigua, es una cámara bastante diferente de lo que era en el Siglo XIV, ya que la gran mayoría de los miembros ahora son nombrados por méritos”, matiza.
Con todo, en un país donde no existe constitución escrita como tal, ve “muy complicado” llegar a una transformación total, ya que, a día de hoy, no existe consenso sobre un modelo mejor y sigue habiendo muchas personas que “aprecian la experiencia de la Cámara de los Lores y el hecho de que no esté llena de políticos de partidos electos y temen que una cámara electa sería un duplicado o rival de la Cámara de los Comunes”.
El sistema bicameral con el que se gobierna en Reino Unido se remonta al siglo XIV, cuando los caballeros que representaban a los condados y distritos (los comunes) comenzaron a reunirse por separado de los líderes religiosos y nobles (los lores). En 1649, la Cámara Baja votó a favor de abolir la Cámara Alta porque era “inútil y peligrosa para el pueblo de Inglaterra”. Pero la institución ‘resucitó’ después de la Guerra Civil inglesa (1642-51).
Desde entonces, los diversos intentos por modernizarla —como en 2008 o 20212— no se han materializado, en gran medida, debido a las divisiones dentro del partido gobernante de turno.
Cuando Keir Starmer se convirtió en líder del Partido Laborista en 2020, prometió abolirla a favor de una nueva segunda cámara electa en su primer mandato. Fue una prueba de sus credenciales radicales. Pero tres años después hizo desaparecer lo del “primer mandato” y posteriormente también quitó el término “abolición” en manifiesto con el que consiguió mayoría absoluta el pasado mes de julio.
El Ejecutivo reconoce los “desafíos” específicos que implica implementar una reforma completa. De ahí que haya optado por un “cambio gradual”. Pero esto no soluciona los problemas democráticos que plantea una cámara que, para muchos, huele a naftalina. El reputado periodista Jeremy Paxman la presenta como “un mal olor que ha dejado la historia”. No obstante, en Westminster no hay apetito por el cambio. El país donde ganó el Brexit, donde no hubo miedo a romper con el status quo no es capaz de reformar un sistema considerado como completamente arcaico.
Luz verde para abolir títulos hereditarios
Obtener el apoyo de todos los partidos para la reforma ha resultado ser particularmente difícil, ya que los cambios en la composición de la Cámara Alta inevitablemente modifican el equilibrio de influencia entre las fuerzas políticas, lo que afecta directamente a su capacidad para lograr sus objetivos más amplios.
Con todo, el proyecto de ley laborista para abolir los títulos hereditarios sí ha conseguido esta vez luz verde por parte de los Comunes. Pasará ahora a los Lores, donde sin duda el debate será interesante, aunque en virtud de la “Convención de Salisbury”, la segunda cámara no puede bloquear la legislación para la que los partidos han obtenido un mandato en las urnas.
Algunos de los propios miembros de la Cámara Alta consideran que debería ser “totalmente electa”. Es el caso de la baronesa Jenny Jones, del Partido Verde, quien tacha la reforma actual de “desconcertante y escasa”. “¿Por qué acabar con los títulos hereditarios mientras se deja el corrupto sistema de ‘lista de honores’ que pueden dejar los primeros ministros? Un efecto de ese amiguismo es que la Cámara tiene demasiados que no asisten, que simplemente toman el título y se van”, plantea en The Guardian en alusión a la poca participación que hay en las sesiones.
Una vez que tienen el título vitalicio, muchos consideran su objetivo cumplido y no se molestan en pasar por Westminster. Es el caso del amigo de Boris Johnson, el ruso Evgeny Lebedev, convertido en barón de Siberia. Desde su nombramiento en 2020, ha asistido a menos del 1% de las sesiones. Aún así, su entrada en Westminster, según los servicios de Inteligencia, es vista como un riesgo potencial para la seguridad del país debido al pasado de su padre, quien no oculta su paso por la KGB.
Por otra parte, la baronesa Jenny Jones también plantea que “¿Por qué deshacerse de los títulos hereditarios pero dejar a los 26 obispos?”. “Me gusta la autoridad moral que aportan a los debates. Pero ¿tiene sentido que voten sobre la legislación en un país donde menos de la mitad de la población se identifica como cristiana y menos de dos de cada 100 personas asisten regularmente a los servicios de la Iglesia de Inglaterra?”, apunta. Pese a que Carlos III, además de jefe de Estado, es también máximo responsable de la Iglesia de Inglaterra, dar asiento a sus obispos no se considera representativo para el resto de naciones que componen el país. Escocia, por ejemplo, tiene su propia iglesia.
“La cámara seguirá siendo antidemocrática, abarrotada, dominada por prácticas arcaicas tontas y no representativa de la población británica“, recalca la baronesa. “Necesitamos una segunda cámara que sea representativa de las regiones, elegida por una forma de representación proporcional y que funcione en un edificio parlamentario moderno, en lugar de un maravilloso museo”, añade.
Lo de quitar los títulos hereditarios, por lo tanto, es sólo el principio
n cualquier caso, Reino Unido no es un caso excepcional. Los intentos de reformas radicales de las segundas cámaras rara vez han tenido éxito. Ejemplos recientes incluyen el rechazo de las propuestas de abolir el Senado irlandés en 2013 y de reformar el Senado italiano en 2016, que hizo caer al entonces primer ministro, Matteo Renzi.
Abordar cuestiones claras, en las que es posible llegar a un acuerdo sobre un argumento basado en la legitimidad para el cambio, sea probablemente mucho más fácil y rápido de lograr. En Londres, hay consenso —tanto en Westminster como en la calle—, para la reducción del número de miembros. Son más de 800 para una población de 69 millones de personas.
India, con más de mil millones de personas, tiene solo 245. Francia se las arregla con 348. España con 266. Estados Unidos con solo 100.
Una segunda cámara en Westminster más pequeña podría ser además más económica para el contribuyente. Los lores pueden reclamar 361 libras —libres de impuestos— por cada día que asistan a la sesión parlamentaria, más algunos gastos de viaje. Entre abril de 2019 y marzo de 2020, se destinaron 17,7 millones de libras del erario público a dietas.
Aunque los que son a su vez sean ministros tienen derecho a un salario extra que varía entre 66.884 y 106.363 libras. Esta es otra de las claves sobre su cuestionado sistema democrático. La mayoría de los ministros son diputados elegidos en las urnas. Pero el inquilino de Downing Street también puede poner a dedo en su gabinete a personas que no han salido de los comicios nombrándoles miembro de la cámara alta. El caso más reciente fue con Rishi Sunak que dejó perplejo a todo el mundo cuando nombró a David Cameron como titular de Exteriores. El laborista Gordon Brown también rescató en su día a Peter Mandelson convirtiéndole, a efectos prácticos, en vice primer ministro.
Lo de quitar los títulos hereditarios, por lo tanto, es sólo el principio. Los próximos cambios, según analistas, deberían pasar por determinar una edad de jubilación obligatoria, requisitos de participación en sesiones o endurecimiento del proceso de nombramientos.
En este sentido, un reciente informe del think tank Institute for Government señala que si el Partido Laborista quiere tener éxito donde otros han fracasado, “necesitará adoptar un enfoque diferente para realmente cambiar el rumbo y lograr avances”. Una opción que los expertos pasa por asegurar el respaldo público a la reforma “a través de una asamblea ciudadana, siguiendo el modelo utilizado con éxito en Irlanda para importantes cambios constitucionales, incluidos los relacionados con el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo“.
Pese a ser caricaturizada como un club exclusivo, en su mayoría compuesto por hombres, blancos, millonarios, con una media de edad de 70 años que, a menudo, se quedan dormidos en los debates (eso contando los que van a la sesiones), no todos son aspectos negativos. El propio The Economist al que lord Sewel enviaba sus cartas de indignación reconoce que la Cámara de los Lores realiza “varias tareas valiosas”. “Proporciona un foro más tranquilo y reflexivo que la ruidosa Cámara de los Comunes. Examina las políticas con una visión a largo plazo, en lugar de la perspectiva centrada en lo electoral de los parlamentarios; actúa como un depósito de sabiduría y experiencia adquirida en el cargo ministerial y en otras áreas de la vida pública”, apunta. Con todo, el argumento por el cambio cobra cada vez más fuerza.