Viejos odios, pulsos y juegos de poder: más allá de la lectura nacional de la ‘crisis Ribera’ en la UE

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El arranque de la nueva Comisión Europea, prevista originalmente para el 1 de diciembre, pende de un hilo. La guerra abierta entre el Partido Popular Europeo (PPE) y los socialdemócratas europeos (S&D), que estalló a raíz de la decisión de los democristianos de no evaluar a la española Teresa Ribera como candidata a vicepresidenta ejecutiva para Transición Limpia, Justa y Competitiva. En la capital comunitaria hay incertidumbre sobre hasta qué punto el bloqueo podrá levantarse durante los próximos días para proceder al voto de todo el colegio de comisarios el 27 de noviembre, cuando está previsto que el Pleno de la Eurocámara apruebe o rechace el equipo que acompañará a Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea durante los próximos cinco años.

Muchos se preguntan cómo se ha llegado hasta aquí, por qué la política europea está en este punto de bloqueo, justo en un momento crítico en el que la Unión Europea tiene que estar lista para responder a retos como el de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. No hay una única respuesta. De fondo hay cuestiones personales, estrategias nacionales y europeas, y todas ellas han llevado a este punto de bloqueo que está provocando inquietud en Bruselas, no solamente por las dudas sobre si la Comisión Europea podrá estar en marcha el 1 de diciembre, sino por las tendencias que marca a largo plazo.

Pulso Weber-Von der Leyen

Buena parte del bloqueo tiene que ver con una cuestión personal y la relación entre Von der Leyen y Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo (PPE). Los problemas entre los dos alemanes hunden sus raíces años atrás. En 2018 Weber logró que las filas del PPE le eligieran como candidato principal para ser presidente de la Comisión Europea, pero el bávaro era inaceptable para Angela Merkel, canciller alemana, y finalmente, tras maniobras entre la líder germana y Emmanuel Macron, presidente francés, se nominó a Von der Leyen para estar al frente del Ejecutivo comunitario. Weber no encajó bien que le descartaran a él para que se acabara escogiendo a una impopular ministra de Defensa alemana, sin experiencia en la política europea ni en Bruselas.

Las cuentas pendientes fueron empeorando a lo largo de la primera presidencia de Von der Leyen. Es cierto que la política alemana no ha tenido las mejores de las relaciones con algunos actores de Bruselas. No solamente con Weber, sino también con Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, el foro de los jefes de Estado y de Gobierno de la UE, y con miembros de su colegio de comisarios, como por ejemplo el francés Thierry Breton, comisario de Mercado Interior e Industria entre 2019 y 2024. Sus detractores señalan que es un ejemplo de que Von der Leyen no permite que nadie le haga la más mínima sombra, que es autoritaria y que quiere el control total sobre las dinámicas políticas de Bruselas. Sus defensores señalan que si fuera un hombre no se vería como un rasgo negativo, que se ve obligada a marcar territorio en un entorno muy hostil y en el que se le consideró algo parecida a una presidenta ilegítima, precisamente por la manera en la que se le escogió: pasar por encima de las peticiones del Parlamento Europeo de que los líderes escogieran a alguien que hubiera participado en las elecciones europeas.

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Durante sus cinco primeros años en la Comisión Europea Von der Leyen dio por hecho que contaba con el apoyo del PPE, partido al que pertenece, y siempre tuvo un mejor trato con los socialdemócratas europeos (S&D) y su líder, la española Iratxe García, y con la bancada de Los Verdes, que con su propio partido. No fue Weber el único que fue acumulando resentimiento contra Von der Leyen: eran muchos dentro del partido que consideraban que la alemana era más una política de los ecologistas que democristiana, y a medida que se acercaban las elecciones europeas de 2024 desde la oficina de Weber se empezó a mover la idea de que era necesario escoger a una candidata principal para ser próxima presidenta de la Comisión Europea que fuera realmente conservadora, leal al PPE, y de dentro de la estructura del partido. Por eso, Weber intentó impulsar el nombre de Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo, pero el intento fue abortado rápidamente.

Mientras Von der Leyen cimentaba su poder en la Comisión Europea, con una estructura muy vertical, muy presidencialista, con todo el poder en sus manos y en las de Bjoern Seibert, su jefe de gabinete, Weber intentaba hacer lo mismo en el PPE. Su estrategia se basó en rodearse de fieles, tratando de establecer una fuerte disciplina interna en el grupo, y sumando en 2022 la presidencia del partido a su presidencia del grupo en la Eurocámara. Este amasamiento de poder es importante para entender el pulso actual.

Estrategia hacia la derecha

A nadie se le escapa que en el PPE conviven muchas tendencias políticas, pero especialmente dos dominantes. La primera, que considera que la extrema derecha es rival de los conservadores tradicionales, y la segunda, que considera que, existiendo ciertas incompatibilidades, se trata de una corriente política sobre la que hay que apoyarse para poder establecer una agenda verdaderamente conservadora.

La gran coalición (GroKo, por sus siglas en alemán, un término muchas veces utilizado en Bruselas) ha sido la clave de bóveda de la política comunitaria desde hace décadas. Pero desde hace tiempo, Weber, a medida que se ha ido haciendo con el poder total de las estructuras internas del PPE, ha ido llevando a la familia política hacia la derecha. Lejos quedan los tiempos en los que Donald Tusk, expresidente del Consejo Europeo y actual primer ministro polaco, durante su presidencia del PPE, cuando se mostró contrario a cualquier acuerdo con formaciones ultraconservadoras, también porque su partido en Polonia, Plataforma Cívica (PO) tiene en el partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS) su principal rival político.

La fragmentación política a partir de 2014, que aumentó en 2019, obligó a ampliar esa “gran coalición”, aunque socialdemócratas y populares siempre han quedado en el corazón de la misma. En 2014 necesitaron del apoyo de los liberales (entonces ALDE), y en 2019, con una mayoría más delgada, también se necesitó en algunos momentos a Los Verdes para apuntalar mayorías. Esta vez S&D, PPE y Renew Europe ya no suman. Para la elección de Von der Leyen, este grupo, que ahora se han denominado como “mayoría proeuropea”, lograron ganar la votación al contar con la práctica totalidad de la bancada ecologista.

Pero inmediatamente después el PPE empezó con su fragmentación estratégica. La idea no era pactar activamente con el bloque que está a la derecha de los populares. Ese grupo está conformado por los ultraconservadores de los Conservadores y Reformistas (ECR), el grupo de Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni; los Patriotas por Europa (PfE), la bancada de Vox, los de Marine Le Pen o Viktor Orbán; y los Soberanistas, el grupo de Alternativa para Alemania (AfD). Pero aunque no pudiera ser un acuerdo estructural, sí que usar este bloque a su derecha en determinadas votaciones para forzar a socialistas y liberales a aceptar sus condiciones. Al haber una alternativa a la derecha, los de Weber consideraban que todo el eje de gravitación de la Eurocámara debe ir en esa dirección, y que los socialistas y liberales tienen que asumirlo.

El PPE está mostrando las garras, queriendo tener un rol en la política de Bruselas. La capacidad de pactar con los ultraconservadores y la extrema derecha les permite dar forma a muchos debates fundamentales, y también controlar algunos procesos internos. Por ejemplo, con ese grupo pactaron un calendario de audiencias de los candidatos a comisarios y vicepresidentes ejecutivos, y precisamente por eso dejaron a Ribera la última en ese calendario. El objetivo era mandar un mensaje claro a S&D: si tocaban a alguno de sus comisarios, o incluso al ultraconservador italiano Raffaele Fitto, candidato a vicepresidente, tumbarían al peso pesado de los socialistas, Ribera.

Los socialdemócratas saben que deben marcar territorio, que si no ponen límites, los de Weber van a machacarlos durante toda la legislatura y les van a doblar las rodillas una y otra vez en las votaciones clave. Por eso trataron de establecer una línea roja: no querían que Fitto obtuviera el rango de vicepresidente ejecutivo. Debía ser reducido a ser un comisario. Pero esa exigencia la hicieron con la boca pequeña. La idea era proteger a Ribera, evitar darle luz verde a Fitto y que después los populares lanzaran una emboscada a los socialistas. Era una toma de rehenes para proteger a la española.

El nivel de agresividad entre populares y socialistas está aumentando. El terreno común parece cada vez más estrecho, aunque los que conocen bien las dinámicas internas de la Eurocámara explican que es una ilusión óptica: en asuntos europeos el PPE está mucho más cerca de S&D que de los PfE o los Soberanistas. Pero el nivel de choque está ahí. Weber carga duramente contra García también por verla como una extensión de Von der Leyen, y en conversaciones privadas el tono hacia los socialistas ha pasado de pedir cesiones a un tono de imponer condiciones.

¿Choque de legitimidades?

Para las personas que están viviendo esta crisis desde dentro de la ‘burbuja de Bruselas’ hay algunas señales que son contradictorias. Desde hace algún tiempo se viene hablando, de manera positiva, de la “politización” de la Unión Europea. A medida que la Comisión Europea juega un rol cada vez más importante en la gestión de determinadas crisis y que las decisiones europeas son fundamentales en un entorno global más complejo, se ha hablado de la necesidad de que los altos cargos de la UE estén sujetos también a sistemas políticos y no sean vistos únicamente como un cargo técnico independiente de la opinión pública y de las decisiones de los votantes.

De ahí que en 2014 el Parlamento Europeo impulsara la idea de los spitzenkandidaten, un sistema algo artificial que buscaba dar visibilidad y relevancia más clara a las elecciones europeas. Según ese sistema, cada gran familia política europea escogía a un candidato principal o cabeza de lista (spitzenkandidat) al que se presentaba como su candidato para el puesto de presidente de la Comisión Europea. No es que encabezara una lista común, porque no hay listas transnacionales, pero la idea estaba ahí.

Según este sistema se suponía que los jefes de Estado y de Gobierno, encargados de nominar al presidente de la Comisión, escogerían a su candidato de entre esos distintos spitzenkandidat, y que si no elegían uno de ellos el Parlamento Europeo, que debe confirmar la elección de los líderes, lo rechazaría. Funcionó en 2014, cuando Jean-Claude Juncker, candidato principal del PPE y hasta entonces primer ministro de Luxemburgo, fue elegido para presidir el Ejecutivo comunitario hasta 2019. Pero antes de las elecciones europeas de aquel año el PPE decidió escoger a Weber, un político alemán de la burbuja, sin experiencia ejecutiva y sin ninguna relación con los líderes, como su spitzenkandidat en vez de al ex primer ministro finlandés Alex Stubb. Esa fue la muerte del sistema de spitzenkandidaten.

Pero si ese sistema estaba muerto, la politización ya estaba en marcha y todos sus mecanismos habían echado a rodar. La pasada legislatura confirmó la relevancia de la dimensión europea: el coronavirus obligó a una reacción común, aunque inicialmente hubiera una fuerte división, y la guerra en Ucrania dio una mayor conciencia geopolítica a la Unión. Eso ha convertido a Von der Leyen en la presidenta más poderosa, al menos desde Jacques Delors. La alemana entendió rápidamente que el poder real residía en el Consejo Europeo y mimó a los líderes, teniendo cuidado de que esa buena relación apuntalara una mayoría en la Eurocámara, pero tratando al Parlamento Europeo como un órgano de segunda división dentro de su visión del poder en Bruselas.

Cuando ha tenido que conformar un equipo de comisarios, Von der Leyen ha pensado en donde ella piensa que reside el poder, que es en el Consejo Europeo, y ha ofrecido los principales cargos a los grandes países, y rellenando el resto de puestos importantes siguiendo otras lógicas, como por ejemplo la lealtad personal hacia ella de determinadas personas de la anterior legislatura. Y es ahí cuando la politización de la UE al alto nivel, al de los líderes, ha chocado con la politización y empoderamiento de la Eurocámara, la toma de conciencia de un cierto “bloque” político independiente de las lógicas y dinámicas del Consejo Europeo, al menos por el momento.

Weber está testando hasta dónde puede llegar ese poder del Parlamento Europeo. Pero al mismo tiempo el PPE está generando cierta disonancia en los defensores de la teoría de que este choque de legitimidades muestra el empoderamiento de la Eurocámara: el partido pide al S&D que acepte, sin rechistar, los nombramientos de Fitto pero también el del húngaro Oliver Varhelyi, enviado del Gobierno del autoritario Viktor Orbán. ¿La razón? Que es lo que han escogido los líderes europeos, pero las fuentes populares explican eso al mismo tiempo que intentan poner trabas a Ribera, a la que, siguiendo esa lógica, deberían aceptar también sin quejas.

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