La diferencia

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Aunque disminuyen vaticinios de lluvias moderadas a intensas sobre diferentes zonas del territorio nacional, la activación por el Gobierno de un plan de prevención ante fenómenos meteorológicos evitó desgracias mayores a causas de inundaciones y deslizamientos causados por torrenciales aguaceros.

El presidente Luis Abinader había anunciado que las autoridades se mantienen pendientes de la evolución de sistemas tropicales y sobre pronósticos de lluvias en la cordillera Central, suroeste, noroeste y norte del país, ante lo cual organismos de socorro y emergencia se mantienen en alerta.

Como parte de ese plan presentado por el mandatario durante la rueda de prensa La Semanal, los ayuntamientos del Gran Santo Domingo activaron un programa de limpieza de alcantarillas y cañadas, así como de orientación a la ciudadanía para que no expongan en aceras y calles desechos sólidos.

A ese programa de mitigación de desastres se debe la pronta atención dispensada a la ciudadanía en comunidades de Santiago, Valverde y Dajabón, afectadas por desbordamientos de ríos y cañadas que anegaron decenas de viviendas.

Durante los días de lluvias, unas 1,390 personas fueron trasladadas desde zonas de riesgo o peligro hacia albergues seguros, por lo que el Gobierno está compelido a acudir en ayuda de esas familias, con la reparación de sus viviendas destruidas o dañadas por las riadas.

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Aunque los daños causados por el mal tiempo no serían tildados de catastróficos, se resalta que esta vez el Gobierno se preparó para lo peor, o al menos así estuvo diseñado el Plan de Prevención que incluyó disponibilidad de más de 40 mil raciones de alimentos y 2,800 refugios con capacidad para albergar 588,249 personas.

He ahí la diferencia entre planificar para prevenir o mitigar desastres, frente a la improvisación, negligencia e indiferencia y la burda justificación de sucesivas desgracias bajo el alegato de que la ciudadanía habría sido advertida de que sus comarcas estaban en alerta verde o amarilla.

Ojalá que ese plan de prevención se mantenga activo, dotado de personal, equipos y recursos, para que nunca más se diga que la suerte de la población queda a expensas del peligro de devastación de un fenómeno natural, cuyos daños pueden ser mitigados si las autoridades actúan con diligencia, presteza, sensibilidad y responsabilidad, sin excusas baladíes.

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