“Nos quedamos solos”: los venezolanos están desesperados (y no solo por las elecciones)

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Cada día, durante todos los días, Orencio Mariñas toma varias fotos a las macetas de su pequeño balconcito mezcladas con el cielo imponente del centro de Caracas y las publica en redes sociales. Ese hueco enrejado y esas plantas ávidas de luz y agua son la ventana al mundo del veterano hispano venezolano, de 83 años. “Las nubes no permitieron al sol despedirse de las flores”, escribía este sábado a sus más de 17.000 seguidores.

La pantalla del teléfono móvil absorbe su atención durante buena parte del día. “Como no tengo otra cosa que hacer, me distraigo en internet”, dice mirando al negro aparato. “Esto es lo que me mantiene con sueños y es lo que me da a mí la vida”. Orencio tiene un hijo, y también tiene un nieto, pero no los ve desde hace cinco años, después de que migraran a Colombia porque en Venezuela no había posibilidades laborales. “A mí me pareció una buena opción, aunque uno siente perder a un hijo y a su nieto, no poder disfrutar de su presencia y ayudarles a hacerse hombres”.

Por eso ese teléfono móvil es su vida. Con él desafía su soledad. A través de esa pantalla luminosa ve cómo crece el pequeño, va a clases de natación, recibe premios, toca música y avanza en la escuela, aprendiendo tres idiomas a la vez. Pero no es lo mismo. Echa de menos los abrazos, las caricias, la compañía y las experiencias que un dispositivo jamás podrá sustituir, como ser él quien lleve a su nieto a nadar o le acompañe a recibir las medallas. “Da mucho dolor en el corazón, pero a la vez satisfacción en la mente, porque ellos están allí mejor que aquí”.

Él conoce perfectamente esa sensación, porque ha estado en el otro lado. Nació en el Bierzo en 1941 y salió de España en 1958 rumbo a Venezuela, escapando de la miseria de la posguerra. Orencio también dejó a la familia atrás y hasta los olores echa de menos quien ha tenido que dejar su hogar. Tiene esperanzas de volver a encontrarse con los suyos. Se le aguan los ojos en la su salita, con la mirada perdida atravesando el balcón, cuando piensa en un reencuentro. “Sería una renovación para mi vida. Si iba a vivir 10 años, podría vivir entonces 15 años más con el regreso de mi hijo y de mi nieto, ya adolescente”.

Orencio no es el único venezolano afectado por la soledad. Más de 7,7 millones de personas han emigrado del país sudamericano según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), dejando familias destrozadas, padres, madres, abuelos y abuelas que hace años no ven a sus seres queridos.

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Ese sentimiento es, asegura parte de los sociólogos, uno de los principales factores de nueva movilización en Venezuela. Personas, sobre todo de barrios humildes, que nunca habían salido antes a protestar, ahora lo hacen porque quieren que cambien las cosas con la esperanza de que, quizás, sus hijos vuelvan. Es una constante en las marchas de los últimos días. Se recuerda al que se ha ido. Si la calle en Venezuela corre riesgo de incendio es, entre otros motivos, más políticos, porque muchos se han ido.

La marcha de hijos y nietos deja historias tan duras como la del vecino de Orencio. Hace unos días los bomberos tuvieron que ingresar por la fuerza a su apartamento después de varios días en los que nadie supo de él. “Estaba solo, viviendo solo, porque su familia está en el exterior. El señor había muerto cinco días antes y nos enteramos por el olor. Es parte de lo que sucede con los que nos quedamos solos”.

Venezolanos que nunca volverán

Mientras Orencio habla llegan a su teléfono móvil decenas de mensajes. Es algo parecido a un influencer en el país sudamericano, mezclando los posts con imágenes cotidianas de su vida con contenido en oposición al Gobierno de Nicolás Maduro, a quien acusa de estar destruyendo el tejido empresarial del país. El berciano lleva años denunciando la expropiación de cinco empresas, la última de ellas un negocio textil con el que daba empleo a una treintena de obreros. “Se perdieron esos empleos para darle mala habitación a 15 personas que ahora malviven en un edificio industrial”, critica.

No es optimista con el retorno de los migrantes, aunque cambie la situación a corto plazo. Él sabe bien lo que supone sembrar raíces en otro país. La situación ahora en España es mucho mejor que la de 1958, cuando la miseria era el día a día de buena parte de la población, pero él no volvió cuando las cosas comenzaron a mejorar. “Quizás haya tres millones que no regresarán o, si lo hacen, será muy esporádicamente porque sus vidas ya las tienen hechas fuera del país. Todos están construyendo sus vidas, como yo construí la mía”.

“Quizás haya tres millones que no regresarán o, si lo hacen, será muy esporádicamente porque sus vidas ya las tienen hechas fuera del país”.

Si cree que uno de los motivos de que la situación económica del país no haya empeorado más ha sido precisamente la migración. “Que se haya ido un 20% de la población es muy significativo y son personas que han dejado de exigir servicios que no se van. Si ahora ya escasea, por ejemplo, el agua, si esos 7 millones estuviesen aquí, menos agua habría. Igual con la gasolina. Por el camino nos dejan a un montón de personas solas”.

No piensa, además, que la situación vaya a cambiar pronto. Tampoco varios estudios de opinión. El 25% de los venezolanos sigue pensando en emigrar, según una encuesta reciente de la firma Delphos. De ellos, solo el 47% pondría freno a sus planes en caso de cambio en el Gobierno. En estos momentos continúa habiendo decenas de miles de personas en Venezuela guardando la mayor parte del dinero que ganan o vendiendo sus pertenencias para salir del país. La mayor parte, como es usual, son personas de entre 25 y 49 años, es decir, la fuerza productiva del país y en muchos casos también las más preparadas. Son los efectos de un descenso pronunciado en el PIB del país desde 2014 y de un sistema laboral al que muchos denuncian que no se puede acceder si no se tienen conexiones.

Entre decenas de banderas venezolanas y camisas blancas de una de las marchas opositoras de estos días se cuela la mirada perdida de Iboe Rojas. La mayoría canta consignas, pero la jubilada calla. Se limita a estar allí, expresando su descontento, pero es escéptica de que las concentraciones sirvan para cambiar las cosas.

Su dolor es por sus hijos. Ambos están en Chile. Salieron porque en Venezuela no encontraban un trabajo con un sueldo digno. Hace siete años que no los ve en persona. Siete años sin agarrar de la mano a los suyos. Sin verles avanzar. Sin consejos cómplices. Sin acompañarlos a tomar un helado. Sin compartir sentimientos o vivencias diarias por temor a hacer daño o crear preocupación en la distancia. “Hay que ser fuerte para poder soportarlo todo. Toda nuestra relación está limitada a una pantalla telefónica y, cuando te sientes mal, tienes que ser fuertes para no transmitirles a ellos también lo mal que uno se siente, y me imagino que ellos también harán lo mismo”, asegura Iboe. “Cuando uno está fuera de su país, queda huérfano de todo”.

Ella mide sus palabras cada vez que enciende la pantalla de su teléfono para la videollamada. No quiere que estén pensando en ella. Sabiendo que, a su vejez, tiene que continuar trabajando, cuidando niños y vendiendo tortas en la calle porque no le alcanza el dinero de la jubilación, que apenas supera los 3 euros mensuales. “Cuando de joven pensaba en jubilarme, desde luego que no creía que fuese a estar en estas condiciones. Y no me imaginaba sentada mirando el cielo, pero sí pudiendo ir al médico para que me controle. En realidad ni siquiera voy al médico. ¿Para qué voy a ir? Si ellos me van a mandar unos medicamentos que a la larga no los voy a poder comprar. Y en esas estamos. Si viene la enfermedad tengo que pedirle a Dios que todo salga bien, porque no tengo condiciones para comprar mi remedio”.

Orencio Mariñas. H.E.

Cree que esa situación es por una mala gestión. “Ellos, el Gobierno, hacen creer al pueblo que todo viene por el bloqueo económico y en realidad todo viene por la corrupción. Se ha perdido mucho dinero. Muchos de ellos son millonarios, ricos, personas que eran pobres y se enriquecieron de una manera exorbitante en este Gobierno”, asegura.

En la acera contraria, la migración masiva afecta también a miles de personas mayores que continúan identificándose con el chavismo. Para ellos, la culpa de la marcha de sus familiares es de las sanciones y repudian que parte de la oposición las siga exigiendo, además de un fuerte sentimiento pasional por la pérdida de sus seres queridos.

También están quienes han cambiado de opinión. Durante años el veterano profesor José Contreras votó al chavismo. Llegó incluso a ser concejal. Hace más de una década cambió de opinión. “Este Gobierno ya se quitó la careta y mostró su lado más dictatorial. Nos han conculcado derechos y tenemos que esgrimir nuestra libertad”.

“Este Gobierno ya se quitó la careta y mostró su lado más dictatorial. Tenemos que esgrimir nuestra libertad”.

Él tiene a buena parte de su familia entre España y varios países sudamericanos. Su salida también ha espoleado su cambio de opciones políticas. “Faltan los abrazos, pero tenemos toda la esperanza puesta en que nos vamos a volver a encontrar”, asegura en una ruidosa avenida de la Parroquia San Juan, uno de los antiguos bastiones chavistas de Caracas, donde llegó desde el exterior de la capital cuando sus condiciones de vida se resintieron por la crisis.

Para él su teléfono móvil es también la puerta que le permite saber de los suyos. Escuchar su voz, ver cómo crecen, cómo envejecen, cómo se desarrollan. La tecnología es el único hilo que mantiene a muchos en Venezuela a salvo de una soledad total.

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