Una batalla campal entre ‘ladyboys’ te revela que el turismo en Tailandia no volverá a ser el mismo

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En los últimos días, dos significativos sucesos han revuelto a la tranquilísima Tailandia. Por orden cronológico, en el primero un ciudadano suizo, David Fehr, subió a redes sociales un video en el que mandaba a tomar por… y pegaba una patada a una mujer local que estaba sentada con una amiga en los escalones de la entrada de su casa de Phuket, una zona paradisiaca de playas del sur del país en el que viven muchos extranjeros, observando la luna llena. Quería echarla de su casa y le pareció buena idea pegarle un puntapié y alardear de ello. En el segundo, un grupo de travestis ladyboys filipinos y tailandeses se enfrentaron a palos por una disputa que aún está investigando la Policía en la zona de Sukhumvit 11, una de las áreas de cutre juerga “sexual” de Bangkok.

El resultado de ambos hechos ha sido una turba de tailandeses yendo a la casa del suizo de 45 años, casado con una tailandesa, y al hotel donde se resguardaron las filipinas, a protestar e incluso agredir a los foráneos.

Al europeo, que gestionaba un santuario de elefantes en la zona, las autoridades le han revocado su visado de residencia y tendrá que irse a pegar patadas a otra parte. Fehr, cuando vio que había provocado la ira de cientos de tailandeses tras lo que consideraron un gesto racista y prepotente de un extranjero en su propio país, pidió perdón.

“Estoy bastante triste. No había previsto que la situación llegara a este punto. Pedimos disculpas a todos los tailandeses por nuestras acciones“, dijo. Luego, explicó que no había querido patear a la mujer, sino que se había resbalado. La indignación popular generó una investigación policial que, para añadir leña al fuego, descubrió que el suizo había construido ilegalmente las escaleras que daban a la propia playa al tratarse de un espacio de dominio público. El hombre ha sido denunciado por la Policía por asalto físico y mental.

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Días después de conocerse las imágenes, más de 500 personas se congregaron frente a la casa de la pareja para exigir que expulsaran al “abusador suizo”, lo que finalmente ocurrirá cuando expire su actual permiso de estancia. Por su parte, la mujer agredida, Thandao Chandman, doctora de profesión, ha manifestado: “Es un extranjero que vive en Tailandia, se gana la vida con tailandeses y trabaja en Tailandia. Incluso si ayuda a los elefantes, ¿eso significa que puede dañar a una mujer?”.

El caso de los filipinos ha levantado otra enorme polvareda. La enloquecida y canalla noche de Bangkok no está acostumbrada a que ocurran actos de violencia. Todo está prohibido en la ciudad, y todo sucede, bajo el acuerdo tácito de que sea bajo cuerda y sin perturbar las normas de convivencia. El pasado lunes eso saltó por los aires por una reyerta en la que un grupo de alrededor de veinte transexuales filipinas agredieron a unas transexuales tailandesas, muchas de ellas, trabajadoras del sexo.

El suceso comienza, de nuevo, con las redes sociales. El grupo de filipinas subió un video en el que se burlaban y amenazaban a una trans local. Las imágenes prendieron como la pólvora y muchas transexuales compatriotas empezaron a desplazarse a la zona de Sukhumvit 11 para ayudar a sus connacionales.

Las filipinas tuvieron entonces que refugiarse en un hotel. La turba empezó a concentrarse en la puerta. Más de mil personas se agolpaban gritando “Tailandia, Tailandia” y “Fuera, Fuera”. La tensión fue creciendo a pasos agigantados. Los agentes, finalmente, sacaron a varias de las transexuales filipinas para llevarlas a comisaria. En ese momento, la turba rompió el cordón policial y empezaron múltiples agresiones. Hubo varios heridos y un solo detenido, un joven tailandés que ayudó a sus compatriotas y que horas después, cuando los agentes le dejaron libre, fue ovacionado por muchas transexuales tailandesas que fueron hasta la Comisaría para agradecerle su gesto.

La Policía, por su parte, ha sacado un comunicado donde aclara que ha habido dos detenidas filipinas que, como Fred, también han pedido perdón públicamente: “Todo se debió a una mala interpretación por el idioma”, han dicho.

Las autoridades se han apresurado también a asegurar que no es un problema de prostitución y que sus agentes no cobran mordidas en la zona por permitir una actividad que por ley está prohibida. El jefe de la Comisaria de Lumpini declaró el miércoles que “los filipinos de la zona eran considerados turistas y no hay informes ni relatos de testigos tailandeses sobre actos de prostitución“.

Un transexual se prepara para trabajar delante de un bar nocturno en Soi Cowboy, un barrio rojo de Bangkok. (EFE/Narong Sangnak)

Esta afirmación ha sido negada por usuarios en redes que afirman que el grupo de filipinas era bastante conocido y que ya habían protagonizado altercados anteriormente en esa área.

Nana, como se conoce ese barrio, es uno de los distritos con mayor número de prostíbulos camuflados en centros de masajes, discotecas o karaokes. La ilegal prostitución en Tailandia es una actividad que se ejerce en determinadas zonas de la capital, y otras ciudades del país, de forma descarada, evidente y a la vista de todo el mundo. Lo perseguido no es ejercer la prostitución, es que molesten a alguien al hacerlo. El grupo de filipinas lo ha hecho y posiblemente a algunas les va a costar tener que abandonar el país.

El nacionalismo amable

Ambos sucesos son significativos por el lugar donde han sucedido y por lo que parecen simbolizar de cara al futuro. Para enfadar a un tailandés hay que esforzarse mucho. No es fácil encontrar un pueblo más acogedor, educado y respetuoso. “Nosotros tendemos a aceptar todo, pero hay una línea que no se debe cruzar. Nunca nos enfadamos, pero cuando lo hacemos perdemos a veces los papeles“, explica Setthasak, un joven thai que trabaja con extranjeros en Bangkok.

“Nosotros tendemos a aceptar todo, pero hay una línea que no se debe cruzar”

Tailandia es el único país asiático, junto a Japón, que presume de no haber sido nunca colonizado. Es cierto, pero la diferencia es que los nipones han construido una cultura e identidad propia muy fuerte, mientras Tailandia asume la cultura de todo el resto de naciones. Eso genera que el extranjero se adapte fácilmente al país. En Tailandia se celebra con la misma intensidad que en los países de origen la Navidad cristiana, el Año Nuevo chino, San Valentín, San Patricio, el festival hindú de Diwali, Halloween…, junto a sus festividades propias budistas. Todo mezclado. Todo posible. Todo comerciable.

En ese contexto, el país se ha ido convirtiendo durante décadas en un paraíso del viajero. Ahí, hay dos perfiles que destacan: mochileros y pensionistas. Ambos generan cierto debate en la sociedad tailandesa. Durante la pandemia, hubo medios que hablaron abiertamente de un modelo de viajero que llegaba al país y se saltaba las normas de conducta en medio de un escenario complicado a cambio de ningún beneficio. Hubo voces que pidieron que se cambiara el modelo. Eso ha ido generando poco a poco, y es creciente, un cierto sentimiento nacional que pretende preservar sus tradiciones. “Me molesta mucho en ocasiones ver el poco respeto que los turistas tienen por nuestras tradiciones y la forma que tienen de comportarse”, señala Darika, una ejecutiva tailandesa. “Vendemos nuestra tierra por cacahuetes”, resume un restaurador local en la isla de Koh Phangan.

Hay un término de moda que define ese sentimiento: khai chat, que significa “vender la patria”. Las encuestas realizadas en el Asia Barómetro muestran unos altísimos índices de orgullo nacional entre la población. Cada año, la cifra de personas que se manifestaban orgullosos de ser tailandeses superaba el 98%, cifra altísima en el contexto internacional.

Sin embargo, ese fuerte sentimiento nacional está algo diluido entre el masivo turismo que tiene Tailandia y el carácter acogedor de sus habitantes. Eso provoca que en ocasiones los chinos, con diferencia la nacionalidad de visitantes mayoritaria, pero también japoneses, coreanos, indios, australianos, norteamericanos, europeos… lleguen a un lugar donde se han acostumbrado a poner ellos los límites. En zonas de la capital como Patpong, un “mercado de carne” al aire libre donde decenas de prostitutas se colocan a la entrada de los locales a la venta, hay varios locales donde solo los japoneses tienen permitido entrar. ¿Imaginan en la fabulosa y educada Tokio que hubiera bares donde no pudieran entrar los japoneses? Pasa al revés. Ahí también hay algunos locales que vetan la entrada de extranjeros.

Fred y las transexuales filipinas han cruzado la línea de ofender la patria y los afables tailandeses, tras décadas de ver su tierra amoldándose a los gustos de los demás, están empezando a reaccionar violentamente ante esos comportamientos. Puede que muchos de ustedes estén de acuerdo con la respuesta social y oficial dada, pero para poner en contexto global todo cabría preguntarse: ¿Qué les parecería que una turba de españoles se fuera a la puerta de una vivienda de un extranjero que ha agredido a un local para exigir su expulsión del país? ¿Y qué les parecería que las autoridades le expulsen? ¿Si la patada se la hubiera dado un tailandés a un suizo hubiera pasado algo? ¿El derecho a dar patadas es solo para los locales? ¿Se le puede revocar el visado a una persona por eso?

La realidad es compleja. Pero el coctel de inmigración, patria y redes sociales es altamente inflamable hasta en un lugar tan pacífico como este.

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