Catorce de febrero. Día de rosas, besos y poemas. Porque quienes aún creen en el amor: en de verdad, en el de quererse, respetarse y aceptarse tal y como somos, encuentran en este día una excusa perfecta para celebrar el amor y rendir homenaje al romanticismo más clásico.
Porque lejos de los productos teñidos de rojo y las envolturas de corazones, no hay mejor regalo que la música, la literatura y la poesía, que desde que son lo que son, se han entregado, casi en exclusiva, al amor en todas sus formas, contextos y colores. Al fin y al cabo, ¿qué es, sino el quererse, lo que mueve el mundo?
La voz a ti debida | Pedro Salinas
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré: «Yo te quiero, soy yo».
Una cien veces | Elvira Sastre
Hay mujeres
que son estaciones de (d)año,
tormentas torrenciales en agosto y estufa
en un diciembre lleno de abandonos.
Hay mujeres
que son pájaros sin alas en un cielo lleno
de recuerdos,
fieras carnívoras al acecho de las ganas
y de esa falta de poder ante la tentación
que solo es deseo confundido.
Hay mujeres
que son animales en celo
galopando sobre tu pecho abatido.
Hay mujeres
de ojos castaños
con alma de gata.
Hay mujeres
de ojos verdes
con alma de zorra.
(…)
Hay mujeres
que quieres y no puedes,
que son tanto que no son suficiente,
que dándote lo que necesitas olvidan lo que quieres.
Mujeres contra las que no hay razones
que encajen
y conviertes en huida
para darles un sentido.
Hay mujeres
que son aves de paso,
bodas de un día,
amores que salvan tu vida en una noche,
postres eternos en medio de una prisa carnal,
engaños a la rutina,
tu alma animal rendida al instinto de supervivencia.
Hay mujeres
que aparecen como los aciertos:
sin esperarlas y a tiempo.
Que se atreven y se quedan y tienen
el pelo del color de tu almohada,
que se agitan y temes y dan la vuelta
a tus excusas convirtiéndolas en motivos.
Que te aman sin evitarlo
y amas sobre todo por supuesto.
Y
estoy
yo.
Que soy una en todas esas mujeres.
Y
estás
tú.
Que eres todas esas mujeres en una.
Te me mueres de casta y de sencilla | Miguel Hernández
Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.
Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.
El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más potente, negro y grande.
Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.
En ti | Mireya Guzmán Burgos
Donde quiero quedarme,
mudarme o regresar.
Donde quiero soñar y soñarte,
donde no paso frío ni hambre,
donde no existe la sed,
ni el calor seca la sangre.
Donde quiero volver y no irme,
donde huele a tierra y a flores,
donde el mar me baña en amores.
Donde quiero…,
quedarme.
Donde el aliento eriza mi piel,
donde el beso calla mis palabras,
donde el amor dispara embestido por el gozo,
y las manos rezan en tu nombre.
Donde mis ojos son el espejo de tus ojos,
donde el beso es el único y más dulce castigo,
donde encuentro el abrigo.
Ahí es donde quiero quedarme,
mudarme o regresar.
Donde tus brazos me acunen enteramente
estrecha contra tu pecho desnudo
y no me suelten jamás.
Muerte en el olvido | Ángel González
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita…
Si vas a caer, que sea en la tentación | Sergio Carrión
He amado tus pecas, tus ojos y ojeras.
He amado la forma que tienes de irte y de mirarme como si me matases antes de cerrar la puerta.
He bailado contigo, he llovido a tu lado.
Me he acostumbrado a que nunca me acostumbres del todo,
por ser cada día como distinta,
sin ser otra.
Te he echo el amor en cada estación del año.
Cuando sonríes, yo me pellizco en secreto
para ver si estoy en algún sueño.
Y al final he entendido
que no hay suficiente poesía en el mundo
para hablar de ti.
Que tu formas parte de un instante
que a penas dura un segundo,
que ocurre constantemente.
Eres inexplicable,
como casi todo lo que nos hace felices.
Vas, vienes. Te paras, ries.
Me pides un beso, lloras.
Tapas tu cabeza con las sábanas cuando duermes.
Te abrazo por la espalda y te apartas el pelo.
Me coges la mano y me aprietas con fuerza.
Alguna vez me dijiste: “los finales felices solo son
para aquellas personas tan tristes
que son incapaces de disfrutar de la historia,
porque lo importante es el camino;
las vistas, el cielo azul, las nubes y el olor de la calle
después de una tormenta.
Tu espalda, tus rodillas y tu barbilla.
Tus ojos marrones como las hojas que se secan en otoño.
Tus besos con lengua.
Tus besos,
tu lengua.
Cuando a veces estas triste
y agachas la cabeza
y entonces me agacho y te digo
que estoy ahí, contigo.
Que estoy en cualquier parte, a tu lado. E
stamos en esta mierda juntos.
Y luego levantas la mirada y al verme te brilla.
Y te juro. Te prometo,
que lo bonito del amor no es amar
las cicatrices del otro,
sino que la otra persona te ayude a amar las tuyas.