Donald Trump no es todavía el candidato republicano para las elecciones de Estados Unidos que se celebran en noviembre y ya está provocando terremotos en Europa, la región que tanto sufrió aprendiendo a gestionar su personalidad y sus vaivenes durante sus cuatro años en la Casa Blanca. El pasado sábado, Trump habló abiertamente de que animaría a Rusia a atacar a los socios de la Alianza Atlántica que no pagan suficiente, asegurando que Moscú puede hacer “lo que quiera” con estos países. “Tienen que pagar sus deudas”, aseguró el republicano, jadeado por sus simpatizantes durante un mitin en Carolina del Sur, territorio clave para confirmarse como candidato republicano para enfrentarse a Joe Biden por la presidencia americana.
En la OTAN saltaron rápidamente todas las alertas. Lo que Trump estaba haciendo era, de nuevo, poner en duda el compromiso estadounidense con el artículo 5, la clave de bóveda de la Alianza Atlántica, la cláusula de defensa mutua: un ataque sobre cualquier país de la OTAN es un ataque sobre toda la Alianza. Es la pieza fundamental para que la organización cumpla con su objetivo fundamental, que es la disuasión. Al poner en duda el compromiso del socio hegemónico de la OTAN con su principio básico, Trump está dañando a la capacidad disuasoria de la Alianza, que no está pensada para imponerse sobre el campo de batalla, sino para ser lo suficientemente fuerte como para evitar que jamás tenga que llegar al campo de batalla porque los posibles enemigos no tengan ninguna esperanza de imponerse en él.
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, el hombre que aprendió a manejar a Trump con mano izquierda y mucha paciencia, emitió un comunicado duro. “La OTAN sigue estando preparada y capacitada para defender a todos los aliados. Cualquier ataque contra la OTAN será respondido de forma unida y contundente. Cualquier sugerencia de que los aliados no se defenderán mutuamente socava toda nuestra seguridad, incluida la de EEUU, y pone en mayor riesgo a los soldados estadounidenses y europeos. Espero que, independientemente de quién gane las elecciones presidenciales, EEUU siga siendo un aliado fuerte y comprometido de la OTAN”.
La mayoría dentro de la Alianza prefieren morderse la lengua. Hace pocos días, fuentes aliadas se preguntaban qué tipo de Trump se encontraría la organización si vuelve a la Casa Blanca, y en Carolina del Sur han obtenido una respuesta. Pero precisamente si tienen que tratar con él, y las encuestas apuntan a que el magnate saca bastante ventaja a Biden en este momento, la experiencia indica que lo mejor es tener mucha mano izquierda, hacer ver que todo el mundo cumple a pies juntillas lo que Trump quiere, y, a sus espaldas, intentar maniobrar para reducir daños.
La mayoría creen que Trump está siendo Trump, exagerando y amenazando por encima de sus posibilidades. La idea de abandonar la OTAN ha estado ahí siempre con él, desde que pisó por primera vez la Casa Blanca. Algunos creen que hay que tomarse especialmente en serio estas amenazas y avanzar en la llamada “Europa de la defensa”. Thierry Breton, comisario de Mercado Interior e Industria, que aspira a ser comisario de Defensa en la próxima Comisión —un cargo que varias familias políticas europeas están pidiendo crear— justificaba hace semanas la creación de un fondo de 100.000 millones de euros para gasto militar. Recordaba que en 2020, en un encuentro en Davos (Suiza) entre Trump y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, el presidente estadounidense aseguró que nunca acudiría a proteger a un país europeo y que abandonaría la OTAN.
Pero en general todo el mundo cree que una cosa es hablar, y otra actuar. Salirse de la OTAN no es nada fácil. En diciembre de 2023, el Senado americano aprobó una ley bipartita que exige a cualquier presidente dos tercios de la Cámara para poder abandonar la Alianza. Pero en el grupo saben que se puede dañar, y mucho, a la organización sin necesidad de salir de ella, y que las palabras de Trump ya hacen daño a la OTAN porque afecta a su capacidad de disuasión en un momento en el que en muchos socios, como en Alemania o en los nórdicos, están intentando concienciar a la población de que existe un riesgo real de que Rusia ataque a los países que están en primera línea.
Cómo funciona la OTAN (y cómo no)
Pero es que Trump, en sus palabras, en ese “pagar sus deudas”, yerra por completo en lo que es la Alianza y en cómo funciona. Antes que nada, yerra porque la estabilidad y seguridad de Europa es un interés estratégico de Estados Unidos, que sabe, por experiencia, que cualquier conflicto a gran escala en Europa acabaría arrastrando tarde o temprano a cientos de miles de jóvenes estadounidenses a suelo europeo, incluso aunque la Administración quisiera quedar al margen, como ya pasó en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial.
Pero es que, además, la OTAN no es un club social en el que uno adquiere una serie de derechos cuando paga su cuota. Existe el compromiso de Gales, por el cual los aliados se comprometen a alcanzar el objetivo de dedicar un 2% de su PIB a inversión en defensa. Se trata de una estrategia pensada para que el eje de gravitación de la Alianza vaya pasando, cada vez más, a Europa. Porque dentro de la organización se habla de la necesidad de “europeizar” la Alianza, porque Estados Unidos cada vez está más enfocado en el Pacífico, y, aunque sigue comprometido con la seguridad de Europa, es necesario que los aliados del Viejo Continente den un paso adelante.
Pero el compromiso de Gales no es una ley, ni es una norma escrita en piedra: es un compromiso. Muchos Estados miembros, entre ellos España, se quejan de que sufren el señalamiento de otros socios por incumplidores cuando, en realidad, su contribución a la OTAN va bastante más allá del gasto en defensa. En el caso español, fuentes aliadas apuntan a que este año el país destina un 1,3% de su PIB a gasto en defensa, y que tiene previsto alcanzar el 2% en 2029, pero recuerdan que España está presente en muchas misiones en el flanco este, y que la contribución a la OTAN debe medirse en términos financieros tanto como en materiales.
Hay socios, como Turquía y Grecia, que invierten mucho en defensa, pero el objetivo de ese gasto militar no es reforzar la Alianza. Ankara lo hace con una visión expansionista, siendo un socio muy poco fiable dentro del club, y Atenas lo hace por una desconfianza absoluta hacia sus vecinos turcos, a pesar de que ambos están dentro de la OTAN. Técnicamente, cumplen con el compromiso de Gales, pero ese cumplimiento no va destinado a reforzar la Alianza, aunque es cierto que Turquía tiene un rol crucial como guardián del mar Negro que hace que su contribución a la OTAN vaya más allá de la inversión y la participación en misiones.
Lo que sí admiten en la Alianza, tanto a nivel de líderes como a nivel diplomático, es que Trump, aunque hizo a la OTAN una organización más inestable y afectó muy negativamente a su capacidad de disuadir a Rusia, hizo que los socios europeos aumentaran de manera muy significativa su inversión en defensa. El descenso en la inversión militar se frenó con la invasión rusa del este de Ucrania en 2014, pero esa tendencia se revirtió definitivamente durante la presidencia Trump, y el aumento ha sido todavía más significativo en los últimos años a raíz de la guerra ruso-ucraniana que comenzó en 2022.
Aunque algunos creen que Trump fue un elemento diferencial, otras voces dentro de la Alianza restan peso al impacto que tuvieron las amenazas del magnate sobre el resto de los aliados, y creen que el aumento en la inversión en defensa tiene más que ver con la rematerialización de la amenaza rusa que con ninguna medida por parte de Washington. Lo que queda claro es que las nuevas palabras del candidato republicano van a alimentar los llamamientos de Francia a avanzar en una “Europa de la defensa” que cuenta con el gran hándicap de que Europa del Este, el eje de gravitación que debiera tener esa hipotética visión de seguridad europea, desconfía profundamente del compromiso francés con la seguridad común, pero al mismo tiempo solamente París puede asumir el liderazgo de ese proyecto.
La realidad es que esa “Europa de la defensa” solamente puede aparecer de la mano de la seguridad estadounidense. Nadie, ni siquiera Francia, puede sustituir a Estados Unidos. Ni mucho menos puede hacerlo en cuestión de pocos años. Lo que sí pueden hacer los socios europeos es empezar a coordinar más el desarrollo de la industria de la defensa para sacar más partido a la inversión militar, que se parece bastante a la que hace Rusia, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Sin embargo, está llena de incongruencias, solapamientos y problemas operacionales. Nada puede sustituir por completo a la garantía de seguridad que ofrece Washington, pero Europa sí puede empezar a coordinarse mejor y a “europeizar” la OTAN, como explicaba la semana pasada una fuente aliada, para hacer que el rol de Estados Unidos no sea hegemónico.