Sucedió hará cosa de un mes y lo hice porque necesitaba llenar un vacío que de tiempo en tiempo me afecta y que me hace sentir nostalgias por algunas costumbres que de niño practicaba y que ya he abandonado casi por completo. Sin embargo, siento que siguen en mi subconsciente y que, de alguna forma, afloran con cierta periodicidad.
Pues lo cierto es que fui a misa. A una Misa de Difuntos que se celebró en la iglesia San Judas Tadeo de Indwood, NY. El hecho me resultó de mucho agrado porque hacía tiempo que no participaba en una ceremonia completa, por un lado, y porque a la vez, le daba el ultimo adiós a una persona maravillosa, a quien adoré, y que fue esposa de un gran amigo.
Me acomodé en uno de los bancos del fondo para poder tener una vista panorámica y apreciar los detalles del servicio religioso a que me acostumbraron los padres jesuitas en el Politécnico Loyola de San Cristóbal. Y créanme que lo que observé fue muy edificante para mí que soy un cristiano de “retaguardia”, digamos, un hombre de poca fe y alejado bastante del mundo religioso en general.
Desde mi balcón pude observar algunas peculiaridades, tan propias de los católicos de hoy. Cerca del 40% de los fieles que se congregaron, al momento cumbre de la Comunión, llegaron tarde, algo que no pasaba antes.
Los asistentes -supongo que eran fieles cristianos- tenían una edad promedio sobre los 50 años, no había niños, tampoco adolescente, pero si algunos jóvenes, estimo que serían ± el 10% de los presentes.

El 65% de los fieles eran mujeres y entre los ayudantes del sacerdote, solamente el diácono y dos de los músicos eran masculinos, todas las demás, unas 15 personas, eran mujeres ya entradas en edad, aunque, desde juego, no se acercaban a la mía; que por cierto, busqué con detenimiento y solo pude ver cuatro ancianos que pudieran ser mis compañeros de quintil.
Ya en curso la ceremonia, pude apreciar la figura del cura actuante. Era un hombre de alrededor de los 40 años, fornido y algo atlético para ser sacerdote, que por lo general, en mis tiempos eran muy flacos o un poco gordos; exhibía un corte de pelo moderno y resultó que no era de la parroquia sino, algún “emergente”, de esos que visitan las diócesis en el extranjero periódicamente. Supongo, que en planes de vacaciones o estudios, y a los que se les permite oficiar uno que otro servicio con fines de presentación ante los feligreses.
Al principio me pareció que la misa seria mas larga de la cuenta porque fue muy notoria la participación del coro (siete voces femeninas -muy bien afinadas para mi gusto- y dos músicos, el organista y la guitarra bajo).
Mas de 30 minutos de cánticos y lectura de pasajes de la Biblia, hasta que habló el sacerdote, cuyo nombre no pude escuchar, pero que si supe por boca del diácono mas luego, que era dominicano y que esa sería su última actuación desde el altar pues, se partiría al día siguiente.
Sermón
Uno de los pasajes de la Biblia leídos y que, como muchos otros, no recuerdo haber escuchado antes, se refería a un tema que me pareció un tanto desafortunado para los fines de una Misa de Intención para Difuntos.
Contaba el diácono sobre una ocasión en que Dios -supongo que se refería a Jesucristo- se presentó a un trío de seguidores y a cada uno le entregó cierta cantidad de dinero, según su categoría. Aunque no pude captar el significado de “categoría”, supuse que se refería al grado de involucramiento con la propagación de la doctrina.
Al cabo de cierto tiempo volvió Jesús a hablar con los tres elegidos y les preguntó qué habían hecho con el dinero y los dos primeros les respondieron que habían doblado el capital, porque lo pusieron a producir, y Dios los felicitó a ambos. El tercero, sin embargo, no reprodujo el dinero y cuando se le preguntó la razón, afirmó que lo había guardado porque no quería perderlo y Dios se molestó por la holgazanería de este hombre y lo arrojó de su entorno, por flojo y haragán; el pobre hombre no había gastado nada, el dinero estaba intacto, pero no produjo ganancia alguna y eso parece que generó el enojo divino.
Mas luego, cuando el sacerdote titular tomó su turno para predicar, repitió la historia aunque con otras palabras y con la intención de darle otra connotación a la versión del diácono. En lugar de dinero se refirió a “talentos” la antigua moneda greco-romana, y de nuevo recalcó lo negativo de las personas que no trabajan y por tanto, no dejan beneficios a la Iglesia.
Debo precisar que el cura actuante agregó una nota que induce a pensar. Cuando habló de “talento” lo comparó con la capacidad de los creyentes para atraer nuevas almas al redil; especificó lo importante que era utilizar el “talento” para agradar a Dios, y esto le da una significación no mercantil al “talento”.
Como les dije mas arriba, creo que la historia contada no me pareció apropiada para una ceremonia de recordación y despedida, como es la Misa para Difuntos. El otro aspecto -que considero mas significativo aún- es tratar de entender el significado detrás de la historia.
¿Cuál es el mensaje de esta parábola y que beneficios le dejará, a fin de cuentas, a la parroquia y a la Iglesia en general? Porque a mí me pareció inapropiado y de mal gusto; definitivamente, un mensaje equivocado.
Mas luego vino el momento de la primera “contribución”, esa ayuda que la Iglesia solicita para cumplir con sus planes y proyectos. No pude ver billetes grandes en la canasta pero si observé que la mayoría obedeció al llamado. Hubo una segunda colecta, pero fue mas discreta. Personalmente hice un aporte modesto en la primera pasada, pero en la segunda, me abstuve.
Algo que me sorprendió fue la larga lista de personas a cuya intención se hizo la misa, unas 40 eran difuntos, como mi querida amiga, ida a destiempo y las restantes 24, fieles que padecen algún quebranto y se le pide a Dios por su sanación.
Pero mucho mas sorprendido quedé, cuando me enteré de que no se cobra dinero por incluir a alguien, sea muerto o sea vivo, en la lista en cuestión. Claro, las colaboraciones espontáneas son siempre bienvenidas
En general, disfruté la celebración del servicio religioso, aun siendo poco creyente de las prácticas ceremoniales de la liturgia en cualquier religión, incluida la Católica Romana. Sin embargo, creo que mas allá de la “salvación” ofrecida a los creyentes, la labor social inherente a las iglesias, es valedera y loable.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
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