La guerra en Ucrania obligó a la Unión Europea a empezar a pensar en cuestiones militares. Está en contra de su naturaleza, porque la idea nunca fue que el club fuera algo distinto a una fuerza “blanda”, es decir, no militar. El objetivo era crear interdependencias que hicieran imposible una guerra. Esa era la idea detrás de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), pero también de la estrategia comercial del club con el resto del mundo. En esa visión, la guerra se evita sencillamente porque no es posible hacerla, a nivel logístico ni económico.
Por lo tanto, ha sido un shock y ha requerido un tiempo de digestión el comprender que ya no es suficiente. Que, cada vez más, la Unión necesita también ser una fuerza “dura”, y que eso requiere más inversión militar. Al mismo tiempo, a raíz de la guerra de Ucrania, ha quedado todavía más claro el papel hegemónico que tiene Estados Unidos en la cuestión de la seguridad europea, pero también ha quedado claro que ese mismo protagonismo puede jugar en contra de los intereses europeos si Washington decide mirar hacia otra parte. Ese miedo se hace en estas semanas más creciente ante la aparentemente imparable vuelta de Donald Trump a las elecciones presidenciales como candidato republicano.
La Unión empieza a hablar cada vez más de cuestiones militares. Durante estas semanas, el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) ultima una misión naval para el mar Rojo que utilizará la fuerza en caso necesario, como ya hace la misión Atalanta en el cuerno de África. El SEAE está también detrás de la financiación del envío de armamento letal a Ucrania, una línea roja europea que se cruzó muy pronto en el conflicto. Ahora muchos creen en Bruselas que toca ir más allá. Y para hacerlo, necesariamente, hay que hablar también de dinero.
Hay muchas ideas circulando por la ciudad, al mismo tiempo que se habla de la necesidad de que la próxima Comisión Europea cuente con un comisario de Defensa, una idea respaldada por varios Estados miembros. El francés Thierry Breton, actual comisario de Mercado Interior e Industria, es uno de los más interesados en ese puesto. Hace algunas semanas, habló de la idea de armar un fondo de 100.000 millones de euros para desarrollar la industria de la defensa. Y para ilustrar la necesidad real de avanzar en ello, habló de una reunión en Davos (Suiza) en 2020 entre Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, y Donald Trump, por entonces presidente de Estados Unidos.
“Tienen que entender que si Europa es atacada nunca vendremos a ayudarles y apoyarles”, aseguró Trump a Von der Leyen, según Breton, que estaba en la sala junto a la alemana. “Por cierto, la OTAN está muerta, y nos iremos, abandonaremos la OTAN“, añadió el presidente norteamericano, siempre según la versión del comisario francés. El fantasma de una nueva presidencia de Trump está haciendo que otros actores políticos en Bruselas pidan más acción en materia de seguridad y defensa.
En septiembre, durante su discurso del estado de la Unión ante la Eurocámara, Von der Leyen confirmó que se está trabajando en una estrategia para la industria de la defensa. Breton lleva meses intentando ultimar una propuesta, y algunos siguen esperando que se ponga algo sobre la mesa durante los primeros meses de 2024. La idea extendida es que la cuestión de la defensa, que interesa especialmente a Francia, será un asunto dominante en los próximos meses y también en la configuración de la próxima cúpula institucional de la UE.
Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo (PPE), ha explicado que “Europa debe construir la disuasión”, incluso hablando del desarrollo de sistemas antimisiles europeos y de preparar el camino para no contar con el paraguas nuclear americano. “Deberíamos aceptar la oferta de Macron y pensar ahora en cómo el armamento nuclear de Francia puede incrustarse también en las estructuras europeas”, ha llegado asegurar Weber en declaraciones al portal de noticias europeas Politico, haciendo referencia a la oferta de Emmanuel Macron, presidente francés, de utilizar el arsenal nuclear francés (el único existente en la Unión Europea) para la seguridad colectiva, una oferta que Berlín nunca ha llegado a aceptar.
Hace solamente unos días, desde el Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), Macron sugirió el uso de eurobonos, es decir, deuda conjunta europea, para financiar un fondo de defensa. Esos eurobonos, una línea roja alemana que se cruzó para crear el Fondo de Recuperación durante la pandemia de coronavirus, siguen siendo un tabú en los países nórdicos y en Berlín. Incluso el Constitucional alemán, la corte de Karlsruhe, para evitar que el Gobierno de su país se abra a que el Fondo se convierta en un presupuesto permanente europeo financiado con deuda común, ha señalado que este es un “one-off“, de un solo uso, excepcional. Pero el debate está ahí, vivo.
Hay otras ideas menos radicales. Esta misma semana, Vincent Van Peteghem, ministro de Finanzas belga y presidente de la junta de gobernadores del Banco Europeo de Inversiones (BEI), ha señalado que la institución, con sede en Luxemburgo y que ahora preside la española Nadia Calviño, debería lanzarse a financiar a la industria de la defensa, una idea que la mujer que le disputó el puesto a Calviño por el cargo, la danesa Margrethe Vestager, vicepresidenta Ejecutiva de la Comisión Europea, puso sobre la mesa.
Macron sugirió el uso de eurobonos, de deuda conjunta, para financiar un fondo de defensa
Esta misma semana, Vestager ha presentado junto a Valdis Dombrovskis, vicepresidente Ejecutivo de la Comisión Europea a cargo de Competencia, un paquete de nuevas medidas de seguridad económica europea. Y entre otras cosas, ambos vicepresidentes plantean la necesidad de aumentar la financiación para el desarrollo de tecnologías de “uso dual”, es decir, que puedan ser utilizados con fines civiles y militares. Una de las opciones planteadas por Bruselas es flexibilizar programas europeos de financiación de investigaciones, como el programa Horizon, que están solamente enfocados en trabajos con fines civiles, para que se abran también a tecnologías de uso dual.
La guerra en Ucrania obligó a la Unión Europea a empezar a pensar en cuestiones militares. Está en contra de su naturaleza, porque la idea nunca fue que el club fuera algo distinto a una fuerza “blanda”, es decir, no militar. El objetivo era crear interdependencias que hicieran imposible una guerra. Esa era la idea detrás de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), pero también de la estrategia comercial del club con el resto del mundo. En esa visión, la guerra se evita sencillamente porque no es posible hacerla, a nivel logístico ni económico.