Sonó ‘Shout The Top!’ sin enérgicos violines pero con el público ejercido de improvisada orquesta, templó los ánimos el británico pasándole la mano por el lomo a la aterciopelada ‘My Ever Changing Moods’ y quedó claro que, si quisiera, Paul Weller podría mover el mundo haciendo palanca únicamente con sus prodigiosos ochenta. De himno en himno, de los Jam a The Style Council, y a otra cosa.
Eso, sin embargo, sería lo fácil. Y lo aburrido. Porque si algo se ha esforzado en dejar bien claro el británico es que, pese a atravesar la new wave como un rayo, licenciarse en soul estiloso y estilizado, a pesar incluso de amasar un glorioso repertorio de pop inmortal, siempre le ha resultado más estimulante el presente que el pasado. Si hay que mirar hacia atrás, que sea solo para tomar impulso. Y si hay que descorchar ‘Start!’ por millonésima vez, que sea después de un frondoso y exhaustivo repaso a ‘Saturns Pattern’, ‘Fat Pop (Volumen 1)’ y ‘On Sunset’, publicados los tres en la última década y pilares maestros de su regreso a Barcelona seis años después de su última actuación.
En el menú, garra rock, poderío eléctrico y elegancia soul reforzada por un saxofón omnipresente. Dos horas de funk infeccioso, arabescos psicodélicos y caudalosas suites setentera servidas por una banda en estado de gracia, con doble ración de batería, un Steve Cradock estelar a las guitarras y Weller, 65 años y el mejor ‘look’ del rock internacional, pletórico en primera línea. Voz en plena forma, ocasionales incursiones en el teclado, y público rendido. Incluso se podría haber ahorrado ‘Town Called Malice’, pero ahí estaba, imponente, la segunda cita a The Jam coronando un eufórico fin de fiesta y engrasando la memoria de una sala Razzmatazz abarrotada.
Alérgico a la nostalgia pero consciente de que sería una descortesía no mentar, ni que fuera de pasada, su glorioso pasado, el ‘modfather’ también se asomó a las procelosas aguas de los Style Council menos obvios (‘It’s a Very Deep Sea’ y ‘Headstart For Happiness’ completaron la excursión a los elegantes dominios de soul-jazz afrancesado que Weller fortificó junto a Mick Talbot) y, acto seguido, estrenó la inédita ‘Jumble Queen’, reforzó el nervio de ‘Into Tomorrow’ y ‘Peacock Suite’, y se exhibió con el tacto delicado, puro soul pastoral gran reserva, de ‘All The Pictures On The Wall’, ‘Village’ y ‘Hung Up’.

Weller, durante el conciert
«Sigo teniendo esa sensación de que mi momento está aún por llegar, de que un día haré algo realmente grande», decía Weller hace la friolera de veinte años, justo después de estrenarse en solitario tras dar carpetazo a The Jam primero y The Style Council después. Casi nada. Cualquier otro se hubiese conformado con las migajas de todo aquello, pero el de Woking nunca se ha resignado a ser la cara B de su propia historia. Como muestra, esa majestuosa tanda de bises en la que anudó ‘Testify’ y ‘Rockets’ y se llevó de paseo por el futuro a Curtis Mayfield y David Bowie. Un canto de amor al oficio y un auténtico regalo para el público.