
Nueva York, que alberga la mayoría de los más de dos millones de dominicanos que residen en Estados Unidos, se erige hoy como un gran ejemplo del daño que causa un tipo de inmigración ilegal desaforada sobre la cual el alcalde Eric Adams ha advertido que “destruirá la ciudad”.
Gobernadores de Estados limítrofes con México trasladan a decenas de miles de indocumentados que detienen en la franja fronteriza a estados o ciudades definidos como santuarios de inmigrantes, entre los que figura Nueva York, que enfrenta una de las mayores oleadas inmigratorias de los últimos anos.
Con distancia guardada, el gobierno dominicano debería reflejarse en el espejo de la llamada Babel de Hierro, una metrópolis mayoritariamente de inmigrantes, cuyo alcalde dice que la irrefrenable llegada de ciudadanos sin papeles provoca un devastador impacto sobre la economía de la ciudad.
El desenfreno migratorio desde Haití se convierte hoy en un gran problema económico, social y sanitario para República Dominicana, que carece de recursos y capacidad logística para albergar tan elevado flujo de ciudadanos que huyen de la miseria y la represión que predomina en esa nación.
La mano de obra haitiana tiene aquí el mismo elevado valor que el que aportan a Nueva York inmigrantes asentados en esa metrópolis, pero de lo que se habla es de estallido o anarquía migratoria que genera un impacto devastador sobre todos los indicadores económicos y sociales.
Adams no encuentra dónde albergar a más 110 mil indocumentados, situación agravada porque la Casa Blanca no remite fondos para afrontar esa emergencia, lo que ha motivado que el alcalde demócrata advierta que “la ciudad que conocíamos la estamos a punto de perder”.
No se exagera si se afirma que el drama migratorio dominicano es muchas veces más grave que el que padece Nueva York porque aquí la frontera terrestre es porosa y el control de ingreso legal o ilegal muy endeble, plagado de corrupción, pero también porque Haití es una bomba de tiempo a punto de estallar.
El flujo inmigrante legal y controlado contribuye con el desarrollo de la ciudad o Estado que lo acoge, pero el desenfreno migratorio causa grave daño a la economía, la convivencia y a la seguridad ciudadana, como ocurre hoy en Nueva York y en República Dominicana.