Fiesta élfica en el bosque de Björk (con Greta Thunberg)

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Dieciséis años llevaba la cupletista islandesa sin pasar por la capital de la nada, digo de la DANA, tanto da, afortunadamente, una Björk que llegó al WiZink madrileño con el montaje refinado y ecologista de su gira ‘Cornucopia’, en donde ha incorporado las canciones de ‘Fossora’, su álbum de 2022, y que hacen simbiosis con las de su anterior ‘Utopia’, con el productor venezolano Arca, un repertorio durete escuchado en Spotify del tirón por lo lineal y poco melódico (en Twitter un hombre explicaba que se había marchado del show por insoportable, adjuntaba foto de una Mahou).

Y, sin embargo, ‘lo sónico’ hay que conjugarlo inevitablemente aquí con las impresionantes imágenes digitales en 3D y la dirección escénica de Lucrecia Martel, la escenografía de Chiara Stephenson, el acompañamiento musical y coreográfico de un septeto de flautas, clarinetistas, pads, un xilófono sintético, una arpista y hasta un tipo tocando el agua, echándola en jarras sonoras, simulando una especie de bosque medieval, con amagues de rave, una fiesta élfica de fantasía en el Baldur’s Gate de Almeida bajo la batuta de una marcianita estrafalaria y elegante como pájaro rojo y luego blanco que trinó con su proverbial fuerza (que se lo digan a la reportera a la que sacudió en un aeropuerto, Ilia Topuria atento).

Así, el concierto empezó con el sonido de unos pajarillos y ruidos con un telón de tiras digitales con unas imágenes metamorfoseantes mientras Björk empezaba sus letanías operísticas como una Galadriel oscura y barroca, música experimental para las masas, y un WiZink lleno de todas las variantes de la modernez patria de cierta edad. El plan, disfrutar de algo único en su especie compuesto de hongos sinestésicos, microorganismos bacterianos y un sinfín de gérmenes orgánicos en un Jardín de las Delicias deconstruido en cacofonías: ecologistas en acción mutante.

De las canciones destacaron ‘Ovule’, cercana al spoken work, ‘Isobel’, una de las pocas viejas, edificaciones vocales arduas de gozar como ‘Blissing Me’, interludios superpuestos como ‘Mycelia’ (con nimio conato de volverse tecno, lo que verdaderamente hubiera gustado al personal por cómo se aplaudió), la belleza inhospita de ‘Loss’ o las varias bandas sonoras de videojuego de rol tipo ‘Fossora’ sobre las que Björk nos llevaba por desconcertantes senderos en un show que sonó más asequible que en disco (el despliegue son las hadas), bello y ajustado en su duración de hora y media.

Después, surgió Greta Thunberg en el pantallón de flecos para prodigarnos un mensaje antisistema expuesto con dramatismo («Dices que amas a tus hijos por encima de todo y, sin embargo, les estás robando el futuro delante de sus propios ojos. Si las soluciones dentro de este sistema son tan imposibles de encontrar, entonces tal vez deberíamos cambiar el sistema mismo. No rogaremos a los líderes mundiales que se preocupen, nos han ignorado en el pasado y nos ignorarán nuevamente. Se les acabaron las excusas y a nosotros el tiempo. Pero estoy aquí para decirles que el cambio se avecina, les guste o no. El verdadero poder pertenece al pueblo»). El concierto, por cierto, costaba de 60 euros a 120 la entrada.

Durante el vídeo de la joven Greta, Björk se escaqueó para cambiarse el vestido y cerró con la preciosa ‘Future Forever’ y la emocionante ‘Notget’, con corolario mantra final: «El amor nos mantendrá a todos a salvo de la muerte. El amor nos mantendrá a todos…». Y, si no es el amor, entiendo, la guerra. La de Greta.

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