Primavera Sound desembarca en Madrid con problemas de acceso que compensó un cartel estelar

37

Llegó el día… El día después. La maldición de la primera jornada no hizo sino alimentar la expectación sobre la primera edición del Primavera Sound en Madrid. Comenzó con el peor pie posible: cancelando su jornada inaugural en Arganda del Rey debido a la previsión de tormentas. A pesar de ello, un cartel estelar con Depeche Mode y Kendrick Lamar a la cabeza entregó todo a un público que llegaba nervioso por los problemas de desplazamiento hasta la Ciudad del Rock.

Cancelar la jornada inaugural de un festival así es un imprevisto de máximo calado y aunque se consiguió reubicar a Blur, su grupo estrella del día, en la sala Riviera, solo 2.000 afortunados pudieron asistir a la velada. Esto indignó y levantó las sospechas entre los asistentes a un evento que ya despertaba dudas por otros motivos: ¿funcionaría su plan para movilizar a miles de personas entre los 37 kilómetros que separan la Ciudad del Rock y la capital?, ¿el público respondería comprando abonos una semana después de su celebración en Barcelona, donde se lleva organizando 21 años? La apuesta y los riesgos de la empresa eran enormes, aunque desde Primavera advirtieron que sus objetivos de implantación con éxito eran a años vista.

El ambiente en los autobuses no empieza especialmente caldeado, aunque bastantes asistentes aprovechan el recorrido para irse conociendo. Aproximadamente un 40% del gentío es extranjero –algo menos que en el de Barcelona, donde eran más de la mitad– y el asistente nacional es de variadas zonas de España. En el mismo autobús se pueden escuchar cuatro o cinco idiomas diferentes. Pasada la hora, crece la impaciencia: el atasco que genera el cuello de botella de la entrada al recinto duplica el tiempo estimado de llegada y está robando bastantes minutos de espectáculo. Depeche Mode es uno de los primeros grupos en la noche y nadie quiere perdérselo. Afortunadamente para los viajantes, el retraso parece afectar por igual a los artistas y el inicio de los conciertos se prorroga media hora.

Pese a la espera, el público es educado y llega con muchas ganas. Los grupos de asistentes son de edades y nacionalidades variadas, lo que no quita que cada uno elija sus artistas y se conformen diferentes medias de edad en cada concierto. La imagen general es de sintonía pese a la mezcla. En ningún momento se suceden grandes percances.

Un recinto que se queda grande

Los días previos se fueron viendo en redes que las invitaciones y el regalo de abonos no era demasiado excepcional, sembrando dudas sobre la venta de entradas y la asistencia de público. Las entradas no canjeadas el jueves se podían cambiar para asistir el viernes o sábado, pero aún así, el número de asistentes no superó, en todo caso, las estimaciones oficiales de 30.000 personas. El festival venía de recibir a 193.000 personas la semana pasada en Barcelona, de jueves a sábado, según los datos de la organización, y en Madrid se estimaba una concurrencia de 115.000 personas en total. A pesar de unos números bastante flojos en esta edición, Madrid es una pata más de una empresa multinacional con otras sedes festivaleras en Buenos Aires, Oporto o São Paulo.

Desde los aviones aterrizando en Barajas se podían ver los grandes huecos que dejó un recinto enorme, en el que entrarían fácilmente el doble de personas que en esta velada de viernes. Por otro lado, aunque los conciertos no daban sensación de lleno, el escenario principal ubicado en una cuesta enorme y bien nivelada, permitía ver al artista desde cualquier ángulo, sentarse o tumbarse tranquilamente en la parte más alejada y acceder a primera línea a placer. Cerca de la medianoche, la música de algunos conciertos se solapó debido a la cercanía de algunos escenarios y mientras en uno había un tema acústico, en el otro se bombardeaba con tech house. Con todo, el horario permitía no faltar a citas de artistas del mismo género.

La salida fue directa y sin aglomeraciones, con lanzaderas a tras puntos de la ciudad y cada pocos minutos, en horario de tres de la tarde a las ocho de la mañana. Un final más tranquilo para una edición que, con toda seguridad, no ha llegado al nivel de Barcelona. Pero es el primer año y podría llegar a cuajar.

Leave A Reply

Your email address will not be published.