Curro Romero y San Isidro, medio siglo atrás

47

La temporada de 1973 no comenzó bien para Curro Romero, pasó por la Maestranza entre pitos y silencios, y, para colmo, las negociaciones con la empresa de Madrid fueron duras y no fructificaron. El resultado fue que se quedó fuera de los carteles de San Isidro.

Y en esa situación se cumplió la máxima taurina de «unos las firman y otros las torean». Tres corridas firmó el sevillano Diego Puerta para aquella feria de hace medio siglo y no pudo comparecer en ninguna de ellas. En la anunciada para el 24 de mayo, el cartel lo completaban Palomo Linares y el mexicano Curro Rivera, con toros de Benítez Cubero. Y en ese día aceptó Romero entrar en la feria para no dejar pasar un San Isidro en blanco.

Curro, que llevaba ya un puñado de salidas a hombros de Las Ventas, que había encandilado a la afición madrileña con tardes de gloria y a la vez de profundas decepciones, se vistió de un impecable terno tabaco y oro y cuajó una tarde para el recuerdo. La crónica de Vicente Zabala en ABC recordaba cómo se había gestado su presencia final en Madrid. «El 90 por 100 de los que fueron a la plaza no daban un duro por Curro», aunque por delante advertía de lo ocurrido aquella tarde: «Hacia mucho tiempo que no veíamos a la gente tan sinceramente entregada a un torero como ayer a Curro Romero». Y entregado desde el principio el crítico habla de una «inenarrable fuerza transmisora que arranca el ole con una rapidez sorprendente, de auténtico asombro».

Tras dar una vuelta al ruedo en el primero, el acontecimiento llegó en el cuarto, un toro de Benítez Cubero de casi seiscientos kilos. Comenzó la faena sin tanteos y en el centro del ruedo. «Durante el tiempo que transcurre entre que el pase nace y muere no se producía ese engendro que estamos acostumbrados a presenciar de las figuras contorsionadas, arrugadas, la mano contraria a la que sostiene la muleta queriendo coger las bombillas de la plaza o aparándola en la cadera como si llevaran un cántaro. He aquí el porqué de la supervivencia de Curro Romero. Porque Curro no se descoyunta, se mantiene erguido, arrogante, mientras trata de mover la muleta lentamente, no a tirones como los demás».

«Es un triunfo por confrontación. La gente percibe que para torear bien no hace falta enseñar los tirantes ni tirarse a fregar de rodillas ni vestirse de mamarracho», esto último en clara alusión a el reaparecido Luis Miguel Dominguín y su traje picassiano tan ligero de bordados que despertó entonces la polémica. El crítico de ABC se lamentaba de que no salieran más toreros con un sentido estético, frente a los «pega pases de forma mecánica y rutinaria». El público vivió la faena tan entusiasmado que hasta se olvidó del pinchazo y la estocada caída. «La plaza estaba nevada, las gargantas roncas», y las dos orejas para el de Camas. Ya nadie prestó atención ni se acordaba de Palomo ni de Rivera. Todos esperaban la triunfal Puerta Grande, todos menos Curro, que salió corriendo huyendo de los que se habían lanzado al ruedo para sacarlos a hombros. Cosas de Romero, que declinó su derecho.

En opinión del crítico abecedario José Luis Suárez-Guanes, «Curro culmina no solo su más óptima tarde, en conjunto, en Madrid, sino también una de las mejores faenas de su vida en la Monumental». Aquel día marcó un punto de inflexión en la temporada del diestro de Camas. Faltaba apenas un mes para una de las cumbres en la carrera de Curro. De Madrid llegó a Granada, el día del Corpus, el día en que se pararon todos los relojes.

Leave A Reply

Your email address will not be published.